La cabeza me daba vueltas. Necesitaba ir al baño. Estaba desnuda.
«¿Por qué?»
Me coloqué la levantadora y fui corriendo al baño a vomitar. Vi sangre en el excusado y me llené de terror sólo hasta que comencé a recordar quién era y dónde estaba. Recordé a la joven que mordiera la noche anterior.
«¿Será su sangre?»
Regresé a la habitación y al ver a Alucard recordé por qué estaba desnuda. En mi piel la sensación de su cuerpo. Había sido suya la noche anterior. También sentía que había sido mío... De alguna manera.
Bajé al área de las mucamas quienes me prepararon una infusión de hierbas para la resaca. La joven, el regalo de Alucard, estaba acostada en una banca de asiento acojinado, arropada hasta el cuello, profundamente dormida.
―Ella va a estar bien. Despertó hace varias horas y le dimos jugo de remolacha con manzana y pastillas de hierro.
―Las chicas como ella tienen un tipo de sangre muy especial que adoran los amos.
―Es común en las mujeres de ojos azules.
Ojos azules. Pero mi atención se desvió súbitamente hacia la televisión. Se informaba en las noticias la muerte de Víctor Fonn. Corrí a la habitación a despertar a despertar a Alucard. Unos minutos después todos estábamos en la sala de televisión viendo la noticia. El periodista había sido encontrado muerto en su apartamento en la madrugada con un disparo en la frente.
De un noticiero a otro las circunstancias de su muerte variaban y sólo unos colegas suyos se atrevieron a presumir que Bazinger Labs estaba detrás del crimen.
Me senté junto a la señora Emilly Rockembell y algunas de las damas que conociera la noche anterior y que se alojaban en la mansión Mortensen. La tensión crecía cada segundo.
―Será mejor volver a casa―dijo Nicholas a Cassandra.
―¿Iremos a nuestra casa o a la Sociedad?
―Debemos ir a buscar refugio en la sede de la Sociedad.
―Saldremos esta misma noche.
―Enviaré a Rosario al castillo Farrington. Hablaré con mi tío para que cuide de ella. ¿Podría usted encargarse de esta labor, doctor Rockembell?
―Por supuesto. Emily y yo la llevaremos. ¿Y tú?
―Ellos me quieren a mí.
―¡Yo no iré a ninguna parte sin tí, Alucard!
―Otra vez nos van a cazar como animales!
―¡Ya basta!―gritó Demetrius callando la algarabía―. Ellos no saben nada de nosotros ni de que Rosario está aquí. Los que no se sientan seguros están en libertad de irse.
No se marcharon en el momento porque era de día. Al caer la noche abandonaron la mansión. Sólo el doctor Rockembell y su esposa Emily permanecieron en la casa.
A la tarde siguiente llegó a Ciudad Capital una procesión proveniente de mi ciudad, Centralia. Un grupo de manifestantes que se unía al ya formado en la capital. El grupo se asentó frente a las instalaciones de Bazinger Labs para rechazar la muerte de Víctor Fonn y exigir, entre otras cosas, la liberación de mis padres. Luego de las seis de la tarde se dirigieron al edificio del periódico donde trabajaba el periodista fallecido. De allí recibimos una llamada.
―Era Héctor Nuntius―dijo Demetrius después de colgar―. Quiere que vayas al periódico de nuevo.
Fuimos todos: los esposos Rockembell, los Mortensen, Alucard y yo. La entrada principal estaba bloqueada por los manifestantes por lo que dimos la vuelta y entramos por atrás.
―Buenas noches, Rosario―me saludó Héctor Nintius.
―Buenas noches.
―Todos ellos están aquí por ti. Y hay alguien de Centralia que quiere verte.