Estiré el brazo para que extrajera la sangre pero él lo apartó diciendo:
―No. Haré la mezcla en mi propio cuerpo.
Acto seguido se inyectó uno de los sueros en la carótida para luego acercarse a mí dejando ver sus colmillos.
―Tomaré tu sangre directamente de ti.
Clavó sus colmillos en mi cuello. La sensación fue sumamente desagradable. Miré hacia el techo y pensé en mis padres. El momento se hizo eterno y el doctor Aeneid bebió algo más de medio litro dejándome mareada. El olor de su sangre cambió y me reveló algo maligno dentro de él.
―¡Ah! Es increíble―decía el doctor Aeneid―. Esta fuerza, mis sentidos… Puedo escuchar tu corazón. Ahora soy más poderoso.
―No es así.
―¿Qué dices?
―Ahora usted es un monstruo, una bestia. ¿Ni siquiera puede darse cuenta de ello?
El doctor Aeneid se miró las manos. Podía sentir a la criatura que emergía de él. Pero no lo entendía.
―Explícate, ¿qué es lo que quieres decirme?
―Primero, que la inmortalidad no existe. Los vampiros también pueden morir. Segundo, que para convertirse en uno de ellos debe sacrificar algo, así como ellos sacrificaron sus vidas por una no muerte. Y tercero, Alucard no es el único vampiro, aún hay más, como el doctor Rockembell, por ejemplo. Y se lo digo porque sé que usted está a punto de sacrificar su vida por convertirse en uno de ellos. Puedo olerlo en su sangre.
El doctor Aeneid se llenó de sorpresa y luego de ira. Había tenido a un vampiro en su despacho y ahora sabía que existían más. Ahora que comenzaba a sentir como su cuerpo su transformaba. Saqué de mi bolsillo la otra jeringa con el suero, que le quitara mientras bebía de mi sangre y me inyecté en el cuello ante su mirada incrédula.
―Se necesita una bestia para detener a otra bestia.
Fue lo último que escuchó el doctor Aeneid antes de perder la razón y convertirse en una fiera antropomorfa que escapara por una ventana. Sólo debía esperar para ir tras él.
Alucard, el doctor Rockembell y Emily entraron a la oficina atraídos por el olor y la presencia del doctor Aeneid.
―¿Estás bien, Rosario?―me preguntó Alucard.
―Sí… ¿Dónde están mis padres?
―Demetrius y Helen los llevaron al edificio del periódico. ¿Qué sucedió con Cornelio?
―Se inyectó un suero, bebió de mi sangre, se transformó en un monstruo y huyó por la ventana.
Mi corazón comenzaba a agitarse y un sudor frío cubría mi piel. El cuerpo me dolía y tenía náuseas.
―¿Estás bien, Rosario?―repitió Alucard.
―No. Lo siento, Alucard.
―¿Qué te sucedió, Rosario?―preguntó Emily.
―Yo también me inyecté el suero.
―¡¿Qué?!―exclamaron en coro.
―¡¿Por qué demonios hiciste eso?!―gritó a su vez Alucard.
―Para detener al doctor Aeneid.
El doctor Rockembell llamó por celular a Demetrius para informarse de lo que sucedía afuera, donde el olor a sangre humana invadía el aire.
―La bestia está atacando a las personas. Los Inmortales que aún están en la ciudad salieron a detenerlo, pero es muy fuerte y muy rápido. También hay humanos luchando contra él.
La transformación ya comenzaba.
―Toda mi vida me quedé sentada esperando a que los problemas se resolvieran solos. Así perdí a mi hermano y fui víctima de abusos en la escuela. Ahora he aprendido que yo puedo hacer algo por mí misma y por los demás. Esta noche haré algo por esta ciudad y tal vez por el mundo…
Un gruñido de dolor distorsionó la última palabra. Caí de rodillas al suelo mientras sentía como si mi cuerpo se quebraba para dejar salir a la otra bestia de aquella noche. Alucard quiso acercarse pero lo aparté gritando:
―¡Aléjate de mí!