El cuerpo de Rosario se cubrió de un pelo áspero. Sus facciones se hicieron más salvajes y sus uñas y colmillos crecieron en longitud. Antes de completar su transformación, saltó por la ventana en busca de su presa: Cornelio Aeneid.
―Hay que seguirla―ordenó el doctor Rockembell.
Salimos tras ella y tuvimos que usar la forma de murciélagos para alcanzarla. Seguíamos el rastro de sangre y restos humanos dejado por Cornelio y que Rosario también seguía. Frente al periódico encontramos a Demetrius y Helen.
―Esa otra bestia…
―Es Rosario―le contesté a Helen―. Busca a Cornelio.
Rosario finalmente lo encontró y comenzó la lucha descarnada entre dos animales salvajes que se atacaban con garras y colmillos.
En las calles podía verse humanos, vampiros y pseudovampiros que en un principio habían intentado detener a Cornelio y ahora se dispersaban debido a la violenta lucha. Cornelio se zafó de Rosario y huyó con ella persiguiéndole. Pronto los perdimos de vista.
De Rosario ya no quedaba nada, ahora era sólo un animal salvaje.
Demetrius y el doctor Rockembell reunieron a los vampiros que aún permanecían en la ciudad y que habían participado de la cacería.
―Tendremos que matarlos―dijo Nicholas Carpatia.
Me abrí paso hacia él y, tomándolo de las solapas, le dije mirándolo a los ojos:
―Ni se te ocurra tocar a Rosario.
―Pe… Pero Edward, ella ya no es Rosario. No podemos dejarlos vivos y que maten a todos. Tarde o temprano ella vendrá por nosotros…
Lo solté solamente para darle un puñetazo en la cara. Los Inmortales nos sujetaron para evitar una pelea.
―¡Ya basta!―intervino Demetrius ubicándose en medio―. Suficiente pelea tenemos con la de esas dos bestias.
―Hay que pensar bien las cosas―agregó el doctor Rockembell―. Rosario no ha atacado a nadie más que al doctor Aeneid. Él es su único objetivo. Quizás ella aún conserve la razón. Además, con la diferencia en las variables, el suero debería actuar de forma diferente en Rosario.
―Según lo que dices, debemos esperar a que Rosario mate a Cornelio y luego a que vuelva a la normalidad, si es que lo hace. Eso no es más que una mera suposición.
―¿Y si no vuelve a la normalidad?
Todos fijaron en mí su atención. ¿Quién era yo para decidir sobre la vida de Rosario?
―Lo último que dijo Rosario fue que deseaba ayudar al mundo, no destruirlo. Si tenemos que hacerlo, entonces… Lo haremos.
Salimos en la búsqueda de Rosario y Cornelio. Encontrarla antes que los demás era mi prioridad. Pero era difícil con el olor a sangre y humo en el aire y había perdido la conexión que con ella tenía. Seguía el rastro de destrucción que dejaban a su paso.
Volaba en mi forma de murciélagos, buscándola más por una corazonada hasta que finalmente la hallé, sobre un montículo de escombros mientras le asestaba el golpe final a Cornelio. Bajé a tierra y me acerqué. Rosario abrió el pecho de su presa para extraerle y comerse su corazón y otros órganos. Permanecí en mi lugar viéndola disfrutar de su premio. Ella notó mi presencia y me observó con unos ojos amarillos y salvajes, saltando luego sobre mí y mordiendo mi cuello de forma agresiva.
Me mantuve inmóvil. No me importaba si Rosaro me devoraba porque pensé en ese momento que no valía la pena pasar la eternidad perdiendo a la mujer amada. Ella bebió una gran cantidad de sangre y de un salto se alejó de mí, corriendo a gran velocidad hacia un callejón.
―¡Rosario!
Me levanté enseguida y fui tras ella encontrándola inconsciente en el suelo. Los demás Inmortales llegaron y entraron al callejón.
―¡Aún está viva!―exclamó el doctor Rockembell acercándose a ella.
Había vuelto a la normalidad.