Aguardaba la llegada del doctor Rockembell en su consultorio, en Múnich. Llevaba allí seis meses de los cuales dos estuve en coma. Me mantenían bajo la custodia del doctor hasta que él mismo entregara los resultados de mis muchas pruebas. Era el día de los definitivos.
―Hola, Rosario. ¿Cómo te sientes?―. Me abrazó y se sentó en su silla.
―Muy bien. Y ansiosa.
―Entonces no te haré esperar más. Ya no quedan rastros del suero en tu sistema.
―¡Sí!
―La otra buena noticia: ya envié el tratamiento a tus padres. En un año o menos ya serán humanos normales.
―Gracias, doctor. ¿Y los otros niveles?
―Ya hay cura para el nivel 3. Aún seguimos trabajando con los niveles 4 y 5.
Los laboratorios Rockembell eran ahora dueños de Bazinger y trabajaban en la búsqueda de una cura para el SHFP. Me perdí por un momento en mis pensamientos.
―¿Qué sucede, Rosario? Deberías estar feliz. Tu sangre ha ayudado a muchas personas.
―Sí, lo sé. Pero yo...―. No terminé la frase.
El doctor Rockembell bajó la mirada.
―Aunque encontremos la cura para el nivel 4, el suero causó que lo tuyo sea irreversible. A propósito―levantó la mirada―, debes decidir qué vas a hacer ahora. Regresas a tu hogar y vives fingiendo ser humana o te quedas con nosotros y vives fingiendo ser vampiresa. Edward dijo que se haría cargo de tí.
―Lo pensaré.
* * *
El doctor Rockembell y Emily me acompañaron hasta Dunwich. Mucho antes de llegar, podía ver el enorme castillo Farrington desafiando el acantilado a orillas del mar. Tan pronto como bajé del taxi, corrí a los brazos de Alucard y nos unimos en un largo beso. No pude evitar las lágrimas de emoción. El tío de Alucard, un ministro de gobierno, nos ofreció una gran cena―sangre humana y carne―como bienvenida. Hacía mucho que no bebía sangre real y el doctor Rockembell me dio permiso de consumirla esa noche.
Al término de la cena, Alucard me llevó a dar un recorrido por el castillo. Teníamos mucho por contarnos. Hablábamos, reíamos, nos besábamos para alejar los malos recuerdos. Finalmente nos detuvimos en un pasillo con un gran ventanal desde el cual se veía el mar.
―Rosario, ¿tú recuerdas algo de lo que sucedió la última noche en Ciudad Capital?
―Luego de mi pequeña metamorfosis no recuerdo nada. ¿Por qué?
―Es mejor que sigas sin saberlo.
―Este castillo es muy hermoso y enorme. Si anduviera sola seguro me perdería.
―En poco tiempo lo conocerás bien. Ven, quiero mostrarte tu habitación, está junto a la mía.
―Espera, Alucard. Yo no vine para quedarme.
―No entiendo. ¿Qué quieres decir?
―Vine para verte y para despedirme de tí. Mañana por la noche regreso a mi hogar.
―Pero tu hogar es aquí, conmigo. Ya no perteneces a ellos.
―Pero quiero volver a mi casa, con mis padres, mis amigos. Terminar mis estudios. Hay muchas cosas que quiero hacer.
―¿Qué harás cuando necesites sangre?
―El doctor Rockembell hizo para mí una pseudosangre especial y un medicamento.
Alucard tomó mis manos como si no quisiera dejarme marchar. No insistió más y me invitó a compartir su cama. A la noche siguiente me acompañó junto con el doctor Rockembell y Emily hasta el aeropuerto a tomar el avión que me llevaría hasta el otro lado del océano.
La despedida fue difícil. Entre lágrimas, abrazos y besos nos dimos el último adiós.
―Volveré, Alucard. Según el doctor Rockembell, viviré como trescientos años y quiero compartirlos contigo. Te amo con todo mi corazón.