Salía de la escuela, a eso de las cuatro de la tarde. Debía pasar por un parque que tenía algo muy curioso: habían construido casas en los árboles para los niños. A decir verdad, los niños poco las usaban porque ya se las habían tomado los vándalos.
Iba bajando las escaleras para acceder al parque y entonces vi una sombra pasar rápidamente por entre las ramas y entrar en una de las casitas de madera cerrando las ventanas. Estaba segura de haber visto a una persona. Aún no sé por qué decidí ir a investigar, haciendo a un lado los consejos de seguridad. Entré a la casita y vi en la penumbra la silueta de una persona sentada en el suelo en posición fetal. Usé mi visión nocturna, esa que hace que mis ojos azules luzcan de color amarillo, y me encontré con un joven de aspecto extraño, también tenía los ojos amarillos, vestía con ropa del siglo XVII y olía a rosas muertas. Tenía el cabello largo, rubio oscuro y curiosamente muy cuidado a diferencia del resto de él mismo.
Me llené de temor. Existe una secta donde los jóvenes vampiros se visten y actúan como los vampiros de la literatura clásica. Y beben sangre humana. Pero él se veía muy débil.
―¿Estás bien?―pregunté aunque era obvio que no.
―Tengo sed―contestó y su garganta se escuchaba muy seca.
―Espera, tengo algo de pseudosangre en mi bolso.
―¿De pseudosangre?
Abrí mi bolso y extraje una bolsa de pseudosangre que había comprado al salir de la escuela. La abrí y se la alcancé estirando mucho mi brazo pues aún temía acercarme a él. La tomó y comenzó a beber rápidamente. Al ir ya por la mitad se percató de su sabor y se detuvo escupiendo un poco de la que tenía en su boca. Algunas gotas se resbalaron de sus labios y él las limpió con el dorso de su mano derecha mientras me regresaba la bolsa con la izquierda. Y la tomé para colocarla a un lado de él al tiempo que me acercaba. Había olvidado el miedo.
―Gracias... no sé cómo puedes beber eso―dijo.
―Tú... ¿bebes sangre?
―Sí. ¿Nunca lo has hecho?
―¡Por supuesto que no! Además, está prohibido―Un cosquilleo frío corrió por mi estómago.
―Interesante.
Luego de un breve silencio, pregunté:
―¿Cómo te llamas?
―No lo sé.
―¿Cómo que no lo sabes?
―He perdido gran parte de mi memoria. Sólo recuerdo que tengo algo así como doscientos cincuenta años y que no soy de por aquí.
Por un momento creí que me hacía una broma y me reí un poco pero por su expresión comencé a pensar que hablaba en serio. Así que se me ocurrió algo para acabar con el momento incómodo:
―¡Alucard!
―¿Eh?
―Te llamaré Alucard.
―Drácula al revés.
―Te diste cuenta.
Quería decirle “es el nombre del protagonista de mi novela favorita” pero era ya suficiente.
―Debo irme, Alucard, o mis padres se preocuparán. Te dejo otra bolsa de pseudosangre por si la necesitas. Adiós.
Levanté mi mano derecha en gesto de despedida y él la tomó para besarla.
―Hasta pronto, señorita. Gracias por ayudarme.
No sabía qué decir. Sólo me levanté y salí de allí. Antes de llegar al otro extremo del parque me di vuelta para ver hacia la casa del árbol pero las ventanas seguían cerradas.
Así que me dije a mi misma que volvería al día siguiente.