Sangre

Capítulo 3: Volví a verlo.

 

Caí de bruces al suelo y la camisa polo blanca del uniforme se llenó de tierra. Abrieron mi bolso y arrojaron sobre mí todas mis cosas. Derramaron mi pseudosangre, se rieron y se fueron. Me levanté y recogí todas mis cosas para guardarlas de nuevo en mi bolso. El maestro de deportes pasó junto a mí pero no volteó si quiera para verme. Hacía mucho que no me molestaban, hasta comenzaba a creer que se habían olvidado de mí. Al ponerme de pie me di cuenta  que me había raspado la rodilla derecha y me dolía un poco al caminar.

Fui a una tienda cercana y compré algunas bolsas de pseudosangre y unos chocolates. Me preguntaba si Alucard podría comerlos ya que no todos los alimentos son completamente tolerados por el organismo de un vampiro.

Al asomarme dentro de la casita del árbol la encontré deshabitada. Las bolsas de pseudosangre que le había dejado estaban vacías. El lugar comenzó a llenarse de una extraña niebla y quise salir rápidamente más al darme vuelta choqué con él.

─¡Oh! Perdón. ¿Te asusté? 

─Sí… no, no, estoy bien. 

─No me dijiste tu nombre la última vez. A menos que no lo recuerdes, ¿podría darte uno?

Sonreí.

─Me llamo Rosario. Rosario Altamirano.

Él se sorprendió con mi nombre.

─Muy bien, Rosario, vamos a caminar un poco.

La gente en el parque lo veía de un modo extraño, aunque sé que pensaban que era de alguna secta, por sus ropas.

─¿Lo que me dijiste sobre tu edad, es cierto?

─Así es.

─Bueno, los vampiros vivimos mucho pero hasta ahora sólo hemos llegado a 110 años de edad.

─Tú no eres realmente un vampiro─ dijo secamente.

Nos acercamos a un viejo auto y me llevé una gran sorpresa: no veía el reflejo de Alucard en el vidrio aun cuando veía el mío.

«¿Qué eres?»

─¿Qué habilidades tienes?─me preguntó.

─Sólo puedo ver en la oscuridad, como tú.

 Al verlo a los ojos noté que los suyos eran amarillos a pesar de haber un poco de luz del sol.

─Creí que los vampiros como tú se quemaban con el sol.

─Al parecer, esa extraña sangre me ayuda a soportarlo.

─Sí... Me gusta esa pseudosangre que compro porque disminuye la foto sensibilidad. Así no tengo que tomar tantos medicamentos.

─Hablas de esto como si fuera una enfermedad.

─¿Y no lo es? ¿Qué es para ti, entonces?

─Una maldición. ¿Y no sabes trepar paredes o transformarte en niebla?

─No. Aunque vi en televisión un grupo de jóvenes que trepan por las paredes y otros que tienen gran fuerza.

Saqué del bolso dos bolsas de pseudosangre y le ofrecí una a él. Reanudamos la caminata. El cielo se pintaba de rosa y naranja y las luces comenzaban a encenderse. Alucard miraba hacia arriba deslumbrado.

─Hacía siglos que no veía un atardecer─ me dijo sin mirarme.

─¿Ya habías visto un atardecer?

─No nací vampiro. Recuerdo que me convertí en vampiro a los veinte o veinticinco años. Era una especie de sociedad secreta para las familias más influyentes.

─Entonces te transformaste en vampiro por tu propia voluntad.

─Eso creo.

─¿Y habían más vampiros como tú?

─Sí… Creo. Aún no recupero todos mis recuerdos.

Se bebió de un sorbo la pseudosangre que le quedaba y tiró a la basura la bolsa. Yo aún iba por la mitad.

─¿Y me vas a contar que te sucedió?─me preguntó señalando mi camisa polo llena de tierra.

─Me caí.

─Si tú lo dices.

«Sólo ignóralo, por favor.»

─Será mejor que me vaya o mis padres se enojarán conmigo. Nos vemos mañana, Alucard.

─Hasta pronto, Rosario.

Salí del parque y caminé muy rápido. Cuando faltaba poco para llegar a casa recordé los chocolates.



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En el texto hay: vampiros, juvenil, romantica

Editado: 29.06.2020

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