Sangre Carmín

CAPÍTULO CINCO.

―Dime qué no piensas caminar hasta la Ciudad Central, anciano―se quejó Egan, pues llevábamos más de una hora andando y el calor era insoportable. Además, no habíamos tomado ni comido nada desde que salimos de Dronesod.

―Al menos que tengas un auto escondido por alguna parte, sí, seguiremos a pie

―No tengo un auto, pero sé de un lugar donde podríamos encontrarlo―respondió el rubio sonriendo de lado, mientras jugaba con su daga.

―Dime que no estás pensando en Helmut―le contestó su hermano dejando de caminar y cruzándose de brazos

―¿Quién es Helmut?―interrumpió Marina frunciendo el ceño

― Alguien peligroso

―Y con muchos autos―agregó Egan, juntando las yemas de sus dedos y alzando ambas cejas

Al principio, tanto el mayor de nosotros como Deo, se opusieron a la idea del rubio, pues creían innecesario el tener que arriesgarnos, pero después de una larga discusión y de analizar los días faltantes antes de la ceremonia y el largo camino que teníamos por recorrer, fue la mejor de las alternativas.

Sería peligroso, pues, por lo poco que Egan nos dijo, Helmut era un hombre que se ubicaba en la Ruta embustera, sitio donde residían la mayoría de los desertores y saqueadores de distintos pueblos. Él era, por decirlo, el mejor de todos ellos; tenía docenas de autos y hombres completamente armados. El menor de los hermanos ya había estado una vez en ese lugar, pues en ocasiones Nerón requería de los servicios de Helmut y a cambio lo dejaba hacer lo que le placiera sin consecuencias, siempre y cuando mantuviera sus movimientos dentro de la ruta. Robar el auto no sería fácil, pero el rubio tenía algunas ideas.

Durante el camino hacia la ruta comencé a debilitarme, el sueño hacía que alentara el paso y sentía los párpados demasiado pesados. Debía pensar en algo para estar alerta, pronto tendríamos que pelear y no quería ser una carga para mis compañeros. Mis piernas y manos empezaron a temblar y el sudor no tardó en acumularse en mi frente. No lograba concentrarme en el camino y estaba atrasándome, por suerte nadie parecía notarlo, no tenía ánimos de dar explicaciones del porqué no había podido dormir los últimos dos días. Últimamente, lo único que venía a mi mente era el hecho de que mis padres eran unos asesinos y que las personas a las que quería habían muerto por mi culpa, pues si Nerón me hubiese sacrificado, quizás mi padre y Vera seguirían con vida.

Una de mis piernas quedó sin fuerza y se dobló haciendo que perdiera el equilibrio. Todos voltearon a verme y sentí que el aire abandonaba mis pulmones.

―¿Carmín, estás bien?―preguntó Oliver intentando acercarse, pero rápidamente me puse de pie

―Sí, solo pisé una piedra, estoy bien, ya podemos seguir ―dije y comencé a caminar, no quería que nadie notara que era el eslabón más débil, que sería yo quien cometiera todos los errores.

Siempre me había sentido como alguien destinada al fracaso, me daba miedo echar todo a perder y terminar decepcionando a las personas que contaban conmigo. Quería hacer las cosas bien, pero por más que me esforzaba, todo se me salía de control.

Cuando me aseguré que todos habían dejado de observarme saqué una de mis agujas y sin pensarlo dos veces la clavé en mi palma. No usé suficiente fuerza para atravesarla, solo quería dañar la superficie, esperaba que el dolor ayudara a mantenerme atenta. Un leve quejido salió de mis labios y gotas escarlatas comenzaron a escurrir de mi mano, saque una venda de mi bolso y la enrollé alrededor de la herida. Suspiré aliviada al darme cuenta de que mi cabeza se enfocaba en el dolor y el sueño se había disipado, al menos por ahora.

Así era mejor; el dolor físico me parecía más soportable que el emocional. Una herida en el cuerpo sanaría pronto, podía tratarla con mayor facilidad, pero el daño interno, ser carcomido por tus propias emociones era difícil de curar, era cómo algo invisible esparciéndose en mi interior, no podía tocarlo ni verlo, pero el dolor seguía siendo insoportable.

Cruzamos un largo campo de trigo y finalmente llegamos a la Ruta Embustera; todo se encontraba desconcertantemente silencioso, las casas de la entrada estaban quemadas, habían adquirido un tono negro que me recordaba a las alas de los cuervos. Avanzamos con la intención de rodear el resto del sitio, por lo que sabíamos la casa de Helmut se ubicaba en el extremo contrario. Nos adentramos en un camino lleno de árboles, no eran tan altos por lo que sus hojas casi tocaban nuestras cabezas o al menos las de mis compañeros, yo era bastante baja en comparación a ellos.

Antes de salir por completo de aquel sendero pude distinguir una enorme y desgastada cerca de madera; adentro se lograban ver distintos vehículos, unos en mejor estado que otros, yo no sabía mucho de autos, pero esperaba que alguno nos fuera de utilidad. Caminamos un par de metros más hasta la parte trasera del lugar y la casa quedó al descubierto. Era más pequeña de lo que esperaba, de un color verde opaco y puertas negras, tenía solo un piso, pero era larga. Afuera no se veía ningún hombre y eso me resultó extraño. Egan se alejó unos minutos de nosotros, al principio creí que trataba de averiguar si alguien estaba vigilando, pero cuando volvió traía un galón de lo que parecía ser gasolina.

―¿Y cuál se supone que es el plan?―pregunté con cautela, pues aún no tenía idea de cómo entraríamos y robaríamos el auto sin que se dieran cuenta.

―Correr hacia la entrada del garaje una vez que el incendio comience

―¿Cuál incendio?―cuestioné despistada, hasta que vi cómo vertía el contenido del galón alrededor de la cerca

―¿Qué estupidez haces?―preguntó Winston alterado, abriendo los ojos con exageración―Se supone que debemos llevarnos el auto en buenas condiciones, no incinerado

―Ninguna de estas chatarras nos servirá, lo mejor está ahí dentro―dijo señalando el garaje y encendió un cerillo― Es momento de irnos




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.