Sangre Carmín

CAPÍTULO SIETE.

Después de aquella noche con Egan ninguno de los dos nos habíamos dirigido la palabra. Él parecía molesto, posiblemente por hacerle aquella pregunta y yo no tenía ánimos de que me usara como su entretenimiento.

Todas mis heridas comenzaban a sanar con más rapidez de la que me imaginaba, incluyendo la de la mano. La infección había parado después de aplicar las plantas que Egan me ofreció. Teníamos gasolina y provisiones para el resto del viaje, aún faltaban un par de kilómetros para llegar al pueblo donde residían los theriones. Sabía que debía estar asustada, este sí que era nuestro peor destino, pero después de todo lo que habíamos pasado, mi mente estaba preparada para lo que pudiera presentarse y la idea de que cada vez estábamos más cerca de salvar a Alba y Eleonor me animaba un poco, al igual que el hecho de saber que quizás tendría la oportunidad de acceder a Nerón y matarlo.

No era ninguna idiota, estaba consciente de que eso sería difícil, incluso parecía imposible, pero de alguna u otra forma me las ingeniería para cumplir con mi propósito, aunque tuviera que dar mi propia vida para terminar con eso. Sé que era algo impulsivo, después de todo, quizás si era estúpida, pero ¿qué más podía perder? El padre al que amaba ya no estaba; mi única hermana había muerto. Y tenía la horrible sensación de que mi alma se perdería con cada hombre al que asesinara, hasta convertirme en un simple cuerpo, un cascarón, y eso me haría ser igual a Nerón.

Finalmente, paramos, dejaríamos la camioneta mucho antes de llegar a la entrada de Terfiell, pues el propósito era rodear el pueblo sin que ninguna de las criaturas reparara en nuestra presencia o solo un milagro nos salvaría de los theriones. Enfrentarnos a ellos no era opción, a pesar de que la mayoría eran viejos o con genes menos peligrosos que el de los theriones del ejército de Nerón; seguían sobrepasándonos en fuerza, velocidad y destreza. Y aunque Deo era uno de ellos, eso no impediría que nos asesinaran al resto.

Nos despojamos de los bolsos, comida y demás, pues ahora solo conseguirían que alentáramos el paso, al cargarlos. Nos aseguramos de llevar nuestras armas y comenzamos a caminar. Si lográbamos cumplir este reto y dejábamos atrás el pueblo, podríamos descansar y planear nuestra entrada a la Ciudad Central.

Deo nos indicaba por dónde debíamos andar, era difícil poder ocultarnos, pues no había muchos árboles o estructuras y lo único que nos apartaba de la vista de los theriones eran los grandes muros de piedra que rodeaban el lugar.

Un extraño sonido parecido al de un aleteo nos alertó a todos, el viento sacudió mi cabello salvajemente, volteé a ambos lados, pero no parecía que hubiera nadie. Marina apuntó su escopeta hacia el cielo y algo nos rebasó rápidamente, una sombra negra sobrevolaba y era difícil seguirle con la mirada, la chica disparó, lo cual fue un error por dos cosas.

La primera; la sombra, que en realidad era un therión bajó finalmente y le arrebató el arma de las manos. Y dos, el sonido de la bala al salir alertó a las demás criaturas que no tardarían en venir.

― Deo, veo que nos has traído nuevos visitantes―dijo el therión quien finalmente se posó frente a nosotros.

Tenía el cabello largo y muy negro, alas enormes del mismo color y uñas largas y afiladas. Sus ojos eran de un tono grisáceo que iba a juego con su piel. Parecía un personaje de una historieta de fantasía.

Pensaba que todos los theriones eran aterradores, pero el que se encontraba frente a nosotros solo era extraño, atractivamente extraño. Aunque no por eso dejaba de ser peligroso.

―Ravn será mejor que te apartes de mi camino, debo llevarlos ante Nerón ―contestó en tono serio el de los tentáculos, mientras daba un paso para posarse entre nosotros y el therión

― Sé que me vencerías peleando, eres muy bueno en eso. Es una lástima que tu inteligencia no sea igual de grande que tu fuerza. Te estás volviendo estúpido o ¿A caso crees que yo lo soy?― preguntó indignado―Si estos tipos fueran prisioneros, la chica no vendría armada―dijo refiriéndose a Marina

―No pretendo tener que asesinarte, pero si no te apartas ahora, eso es lo que sucederá

―Demasiado tarde―dijo Ravn haciéndose a un lado para dejar pasar a las criaturas que acababan de llegar.

Un par de theriones más se encontraban frente a nosotros. Era claro que no teníamos escapatoria. Lucían realmente intimidantes. Había un tipo con grandes astas y ojos enormes; color avellana, otro de ellos era demasiado alto, incluso más que Deo y Winston, portaba un enorme cuerno en la frente, afilado y curvado. El que estaba delante de mí tenía una especie de escamas verdes en las mejillas, sus ojos eran rojos y su lengua igual que la de una serpiente.

Todos comenzaron a rodearnos, el de las alas negras les hizo una seña y nos empujaron hasta la entrada del pueblo. Al ingresar, abrí la boca con sorpresa. Cientos de theriones rondaban por el lugar; grandes y atemorizantes, muchos de ellos nos señalaban y se burlaban, otros cuantos intentaban acercarse, pero Ravn les advertía que era una entrega especial para Fradaric. Seguramente era quien tenía un puesto más elevado en ese sitio, si es que las criaturas llevaban algún tipo de jerarquía. Todos parecían entender lo que el de las alas negras les advertía y con una sonrisa en el rostro se alejaban. No sabía si ser devorados por todos ellos era un peor destino que el que nos esperaba con el tal Fradaric, pero la incertidumbre me estaba consumiendo.

El interior de Terfiell no era tan aterrador como lo esperaba, al menos no su estructura. Los establecimientos y casas eran como pequeños castillos, todos de color gris y café. Había un par de torres en los costados, pero estas parecían deshabitadas, y junto a una de ellas, del lado derecho, se encontraba un pequeño pozo; rodeado de arbustos.

Los theriones se portaban un poco más civilizados de lo que creía. Debido a los rumores, se pensaba que estás criaturas solo cazaban, asesinaban y no sabían hablar. Muchos de ellos jugaban con cartas en grandes mesas, tomaban cervezas o simplemente rondaban por el lugar. Otros cuantos parecían estar construyendo algo, pues acarreaban enormes piedras y las llevaban en la misma dirección.




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