Sangre Carmín

CAPÍTULO DIEZ.

Todos tomamos asiento en las bancas de madera que se encontraban afuera del consultorio. Ravn intentó acercarse a Deo y hablarle, pero antes de poder siquiera abrir la boca, el más grande le lanzó un fuerte golpe en la cara. La sangre salió rápidamente de su nariz, era demasiado líquida y de un tono negro.

―Si Egan muere, desearás morir también― amenazó el de los tentáculos y se alejó furioso.

 Marina dudó por unos minutos y después fue tras de él con la intención de tranquilizarlo.

Cerré los ojos y suspiré; estaba demasiado cansada, tenía hambre y deseaba tanto darme un baño. Mi ropa estaba cubierta de polvo, sangre y otras cosas que no lograba recordar. Anhelaba incluso poder hacer mis necesidades en un escusado o sentir el duro colchón de mi cama bajo mi cuerpo.

Intentaba no pensar en el aspecto de Egan y en toda la sangre que había perdido. Por alguna razón sentía que si él moría una parte en mi interior se quebraría. Quizás solo era el hecho de estar en deuda con él, pero de cualquier forma me preocupaba.

―¿Por qué sigues aquí? ―le pregunté a Ravn quién se había sentado junto a mí y aún sostenía su nariz con un gesto de dolor.

―Porque en primer lugar yo fui quien los metió en este lío

―En eso tienes razón ―contesté enojada―. ¿Y ahora me dirás que tienes la capacidad de sentir culpa y arrepentimiento? —agregué con ironía.

Ravn se volteó hacia mí y me miró seriamente; como si lo que acababa de decir lo hubiera molestado más de lo que pretendía.

―Una parte de mí sigue siendo humana, yo no elegí ser esto. Hago lo que tengo que hacer para sobrevivir, aunque no siempre sea lo correcto.

Quizás tenía razón, él solo se adaptaba a su nueva forma de vida, aunque claro, eso no justificaba que nos vendiera a Fradaric, pues si Egan moría su arrepentimiento, no sería suficiente para arreglarlo. En parte, yo también era responsable; culpable al ser hija del hombre que lo obligó a convertirse en un therión, culpable de no hablar y dejar que Woodford masacrara a Egan. Juzgarlo solo me convertía en una hipócrita.

―¿Cómo te convertiste en un therión?—dije suavizando mi expresión.

Ravn me recordaba a las imágenes de ángeles que Vera coleccionaba. Con sus grandes alas; su rostro humano, pero con un toque fantasioso, sus ojos parecidos a los de un gato y con diferentes tonos de grises.

―Mis padres murieron cuando Nerón invadió Elvesden, me capturaron y después me enviaron a los laboratorios. Meses más tarde me había convertido en esto — respondió señalándose ― Pero a Nerón no pareció agradarle del todo mi aspecto y me desterró. Dijo que quería guerreros en su ejército, que debíamos causar miedo, no lucir como personajes de cuentos para dormir. Él desechó a todos los que consideraba inservibles o demasiado débiles y nos dejó en Terfiell para custodiar la entrada norte a la ciudad central —dijo con tono melancólico, mientras me mostraba una marca en su brazo.

―¿Qué significa?—pregunté con curiosidad, mientras lo veía detalladamente. Era un tatuaje de un cuervo, uno pequeño, hecho con tinta negra.

―Antes de convertirnos en theriones; los científicos nos marcan, para saber con qué genes mezclar nuestro ADN. No todos somos compatibles con la misma especie, así que nos hacen distintos análisis y después nos asignan la categoría correspondiente. Es por eso que algunos lucen más humanos y otros más salvajes, porque la fórmula que nos inyectan actúa de diferente manera.

―¿Entonces todos los theriones tienen un tatuaje como este?

―Todos los que conozco, algunos no son visibles por las plumas o el pelaje, pero siempre están ahí.

Me sentía sorprendida al escuchar lo que Ravn me contaba, pues muchas veces había juzgado y llamado monstruos a theriones de los cuales no sabía nada. No tenía idea de lo que había pasado, las cosas que tuvieron que perder y soportar. Muchos de ellos debían vivir asustados, otros tal vez seguirían sin adaptarse a su nuevo aspecto y la mayoría eran recriminados por todo aquel que fuera un humano.

―¿A qué te referías cuando dijiste que querías mantener tus recuerdos?—pregunté con curiosidad recordando la bolsa de semillas.

Suspiró pensativo como tratando de escoger las palabras más entendibles para lo que me estaba por explicar

―La cosa es, que muchas de las veces, nuestro gen animal se intensifica, provocando que nuestro cerebro olvide cosas humanas importantes. Nuestros recuerdos comienzan a disiparse y entonces dejamos de tener una parte razonable. Los theriones que son parte del ejército de Nerón son recompensados con inyecciones de una sustancia que logra mantener su memoria, de forma que son capaces no solo de usar su fuerza y velocidad animal, sino también de razonar, idear y hablar de manera en que lo haría una persona normal. Existen casos especiales como Deo, que tienen a su familia y los ayudan a recordar cómo actuar y quiénes son, pero, para nosotros, los desterrados es una tarea casi imposible. La única forma de mantenernos con un porcentaje humano es consumiendo semillas de Ginkgo, pero conseguirlas es demasiado complicado ― dijo mientras agachaba la cabeza con cansancio ― Sé que no es razón suficiente para ti, pero no quiero convertirme en lo que todo el mundo cree que soy, en un monstruo. Un bravío.

―¿Un bravío?―contesté con duda

―Los bravíos son theriones convertidos en bestias. Y hablo de bestias reales. Su gen animal se apodera de ellos por completo, haciéndolos salvajes e incontrolables. Por no decir un arma extremadamente letal. Ellos no siguen órdenes, no les interesa tener un motivo para cazar, asesinan sin piedad y se comen por completo a sus presas.

―Nunca había escuchado algo así, ¿Y dónde se ocultan?—pregunté con curiosidad. 

Pues de existir, probablemente Nerón habría sacado ventaja de la situación. Y durante nuestro trayecto solo habíamos visto theriones normales o de los que estábamos acostumbrados a encontrar.




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