Sangre Carmín

CAPÍTULO DIECIOCHO.

WINSTON.

La existencia de aquel hombre había dejado de tener significado, andaba sin querer caminar, respiraba sin sentir el aire en sus pulmones, su corazón aún bombeaba sangre, pero los latidos que emitía solo eran horribles recuerdos de que seguía vivo. Pero, ¿cómo podía seguir vivo realmente? Si le habían quitado a su razón para seguir, le habían arrebatado lo único que le recordaba que el mundo no era una completa pérdida, que aún existían buenas personas, buenos momentos.

Vivir sin Alba no era una opción a elegir, su hija era lo único bueno que le quedaba, lo único bueno de cada mañana, por eso la había llamado así, porque ella era su amanecer, era todos los colores que brotaban al salir el sol, era esa sensación de calidez y el anhelo de tener un nuevo día, la parte de él que no estaba podrida, la parte que le recordaba que valía como persona.

El día que Alba nació, Winston estaba aterrado, recién había cumplido 21 años y él y Melania ni siquiera estaban casados. Cuando tuvo al bebé en sus manos, sintió que su corazón se encogía, ¿Cómo algo que había salido de él podía lucir tan dulce e inocente? ¿Cómo iba a poder cuidarla sin corromperla?

Ya lo averiguaría después, por ahora solo quería admirar a su hija unos segundos más. La niña lo observaba con curiosidad, miraba a aquel hombre que tenía los ojos del mismo color a los de ella. La familia Wood siempre se había destacado por el extravagante color de sus iris, por su tono amarillo que deslumbraba y los hacía únicos.

―Debemos darla en adopción―soltó de repente Melania, mientras se acomodaba en la camilla con dificultad

―¿De qué hablas?—preguntó Winston con el ceño fruncido.

―A la niña, debemos darla en adopción. Mis padres ya me advirtieron que si no la abandonaba, jamás me dejarían volver a casa. Ya sabes como son, no les agrada la idea de que me quede contigo, les parece algo bajo que la familia sea relacionada con gente que se dedica a fabricar brebajes artesanales

―Mis padres elaboran cerveza y no es algo de lo que avergonzarse, gracias a ellos he podido salir adelante, sé que no soy el tipo más responsable, pero eso no significa que dejaré a un lado a mi hija

―Winston, nos conocimos en un bar clandestino, hemos salido solo unas veces, jugar a la familia no funcionará ―dijo la rubia con tono fastidiado.

―Sé que no hemos hecho las cosas bien, pero debemos intentarlo. Podemos ser felices, podemos hacer feliz a nuestra hija —respondió con tono emocionado, mientras arrullaba a la pequeña niña.

―No quiero que esa sea mi vida, puedes quedarte con ella, pero no esperes que me comporte como una madre, aún tengo sueños que quiero cumplir.

―¿Y por qué llegaste hasta este punto entonces?— inquirió frustrado―. ¿Sabes qué? Sé que sería una pérdida de tiempo discutir contigo. Si no quieres ser su madre, está bien. Me la llevaré, la criaré lo mejor que pueda y le daré el amor que nos correspondía a ambos― contestó con tono molesto, cubrió a la niña con otra manta y se dirigió a la puerta sin detenerse a mirar a la chica de cabello rubio que estaba postrada en la cama

―Suerte con eso―escucho decir a Melania

No estaba seguro de cómo reaccionaría su familia, tampoco tenía idea de como cuidar a un bebé. Tendría que dejar la escuela y tomar un puesto en el pequeño negocio de su padre, pero sacaría a esa niña adelante, la cuidaría y la amaría con todas sus fuerzas, se haría alguien responsable.

La luna se había ocultado finalmente y el frío iba disminuyendo, los primeros rayos del sol le daban directo en la cara y el calor en el ambiente fue relajando sus músculos. El espectáculo que le ofrecía el sol en aquel momento, era el más hermoso que había visto, la mezcla de aquellos tonos rojizos, amarillos y naranjas, era algo digno de recordar, como el nacimiento de su hija.

―Alba, te llamaré Alba ― susurró mientras tomaba la pequeña mano de su hija.

Y Winston había cumplido, se esforzaba cada día por ser una mejor persona, un mejor padre. Había trabajado duro para obtener ingresos, comprar su propia casa y poner en marcha su pequeño negocio. Sus padres lo apoyaron, no sin antes sermonearlo, pero también felicitarlo por la decisión que había tomado. Todos en aquella familia adoraban a Alba, por desgracia sus padres ya eran bastante mayores y murieron cuando la niña aún era muy joven. Fue un suceso duro para Winston, pero sabía que si tenía a su hija, a aquel pedacito de amanecer, podría afrontar todo lo que se presentara en su camino.

Con el paso del tiempo, Alba fue creciendo y se convirtió en una joven amable y divertida. Ella y su padre eran verdaderamente unidos, una hermosa familia. La chica jamás preguntó sobre su madre y Winston tampoco le habló al respecto. El hombre intentaba darle todo lo posible: amor, comprensión, consuelo, momentos felices, nuevas experiencias y todo lo que pudiera hacerle falta, y Alba parecía estar conforme con su vida. 

Y a pesar de todo eso, Winston no había podido protegerla, le había fallado dos veces y ya no tenía forma de solucionarlo o siquiera disculparse. Estaba destrozado, se encontraba furioso consigo mismo, quería rendirse, acabar con su vida, pero antes debía asesinar a Nerón, al hombre que le había arrebatado todo, que le había arruinado la vida. No existía forma de perdonarlo, de ignorar lo que aquel hombre había hecho.

Su cuerpo estaba agotado al igual que su mente, a su cabeza solo llegaban recuerdos de aquella chica de ojos color ámbar. Memorias de todas sus sonrisas, de las veces que jugaron juntos en el patio, de la primera ocasión que la tomó de la mano, de las noches que la cubría con sus mantas o bebían chocolate caliente mientras veían programas de televisión. Le destrozaba pensar en todo lo que habían pasado juntos, pero lo que lo estaba consumiendo por completo eran las cosas que nunca harían. El hecho de no volver a oír su risa, de no volver a verla bajo las luces de su pequeño local, el saber que nunca la regañaría cuando se escapara con alguno de sus novios, el hecho de que no la vería cumplir todos sus sueños, no podría caminar con ella hacia el altar cuando decidiera casarse, jamás tendría hijos o formaría una familia. Cada recuerdo con su hija rondaba en su cabeza como moscas. La veía siendo una pequeña niña, hasta la joven de cabello rubio y ojos dorados que había llegado a convertirse, la veía siendo asesinada, la veía con el corazón fuera de su cuerpo.




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