—Ven a mí —una voz le llamó en un susurro.
Ella se removió inquieta entre las sabanas. Le costaba conciliar el sueño. Esa voz le hablaba y ella se incorporó en automático abriendo los ojos lentamente. Con pereza se frotó los ojos y se levantó de la cama.
—Sarah…
Esta vez, la voz le provocó un sobresaltó que la hizo reaccionar y despertarse por completo. Se dirigió a la silla que se encontraba cerca de la ventana y cogió de ella el abrigo blanco y se lo puso.
—¿ Nicolav? —susurró—. ¿Dónde estás?
No hubo respuesta por parte de él, por lo que creyó haberlo soñado todo. Una parte de ella sabía que su voz era real y no solo una ilusión.
Se acercó a la ventana y vio la silueta de un hombre en el jardín. Su rostro se iluminó con una sonrisa al reconocerlo y se dirigió a la puerta. Cuando tocó el pomo se percató de que no llevaba puestos sus zapatos por lo que regresó sobre sus pasos hacia el pie de la cama en donde los había colocado con anterioridad. Después de ponérselos se acercó a la cama y acomodó la almohada de manera que pareciese que ella dormía.
—Si alguien entra… —susurró traviesa—, no sabrán que me fui —sonrió—. ¿Por qué hablo sola?
Momentos después salió por la puerta de la habitación procurando no hacer ruido. Sigilosamente bajó las escaleras y se dirigió a la puerta que daba salida hacia el jardín.
—¿Nicolav? —murmuró adentrándose en el jardín, hacia el lugar en el que le había visto—. ¿Dónde estás?
Una sombra pasó velozmente detrás de ella.
Sarah se giró, pero no vio nada. Una delicada brisa acarició su rostro. Soltó un suspiro de alivio y se giró. Frente a ella se encontraba él observándola con curiosidad.
—Buenas noches, Sarah —dijo él con su voz seductora.
—¿Sigo dormida? —preguntó ella algo atontada.
Él dibujó una sonrisa ladeada
—No, Sarah, no estás dormida.
Ella no dejaba de mirarlo. Recordó el sueño que tuvo con él y entonces habló sin miedo. Quería demostrar su valentía y control ante la situación.
—Eres como él. No me engañarás, Nicolav. Sé que eres un vampiro. Donovan también lo es.
—¿Cómo lo dedujiste tan rápido?
—Fue sencillo.
Él levantó las cejas sorprendido.
—¿Has mencionado a Donovan Báthory? —preguntó algo confundido.
Ella asintió.
—¿Lo conoces?
—Es mi hermano.
Sarah estaba por continuar cuando el sonido de unos pasos captó la atención de Nicolav.
—Vámonos de aquí —le propuso. Ella desconfió—. Solo necesitamos hablar. Te traeré de regreso.
—No lo sé…—comenzó a jugar con un mechón de su cabello rojizo.
—¿Quieres enfrentarme? —preguntó firmemente—. Entonces —le extendió su brazo en ofrecimiento—, solo toma mi mano.
Después de pensar por algunos segundos, ella asintió y aceptó la mano que él le ofrecía. Nicolav la atrajo hacia sí y le tomó de la cintura. Momentos después, una capa de neblina gris los envolvió y desaparecieron del jardín.
Todo a su alrededor se aclaró.
Sarah se soltó del agarre de Nicolav y observó el lugar en el que se encontraba. Era una habitación iluminada perfectamente por algunos candelabros de energía eléctrica, las paredes eran de color vino, varios muebles de caoba antiguos se ubicaban en el lugar decorándolo un poco. También había algunos retratos de él, paisajes, y un cofre cerrado con un candado de fierro.
—¡Wow! —dijo ella sin dejar de mirar el lugar.
—Es mi casa —dijo él—. Estamos en Whitechapel.
Ella se estremeció al oír ese nombre. Whitechapel era uno de los barrios pobres en Londres, y en ese lugar habían tenido lugar los asesinatos de Jack «El destripador», lo que la incomodó aún más.
—No voy a matarte, Sarah —dijo él al ver la expresión de la chica—. Si quisiera hacerlo, ya lo hubiera hecho en Beckov, ¿no lo crees?
—Deja de leer mi mente, Nicolav —exigió. Pero él solo sonrió.
—Necesito saber qué es lo que piensas. Es todo.
—Pues voy a bloquear mis pensamientos, así no sabrás que estoy pensando.
—No hace falta, dejaré de ver en tu mente.
Ella asintió y se acercó a una mesa que estaba preparada con una jarra de té humeante y algunos bocadillos de jengibre y uvas.
—Te he dicho que sé lo que eres —habló ella tratando de no mostrar sus emociones—. Lo he deducido por… — tomó aire y después continuó—, en primera, pese a que en mis sueños me dijiste que habías borrado mi memoria, puedo recordar perfectamente que trataste de morderme en mi casa. Te delataron tus ojos y por supuesto los colmillos. Además, sonreíste cuando te dejé entrar a mi casa —se giró hacia su anfitrión y lo miró desafiante—. No soy una tonta, Nicolav. A pesar de parecer ingenua, sé que es lo que hago y cómo lo hago. Empecé a sospechar de la existencia de los vampiros en Beckov después de que Szabó me afirmara las teorías y leyendas vampíricas y no me tragué el cuento de que un «lobo» había asesinado a una chica en el pueblo —dio unos pasos hacia él—. Ahora dime… ¿fuiste tú el que la mató? —entrecerró los ojos.
Nicolav levantó las cejas y después cerró los ojos y soltó un suspiro, momentos más tarde los abrió y negó con la cabeza.
—Bien, te escucho —dijo Sarah cruzándose de brazos y retrocediendo hacia la mesa.
—Todo comenzó hace 500 años... —habló tranquilamente—, en Hungría había reyes, reinas, mitos y leyendas. Mi hermano y yo conocimos a Erzsébet Báthory, de hecho, los tres éramos familia. Erzsébet creía que la sangre rejuvenecía a la persona que la tomaba, razón por la cual procuraba tener cerca a doncellas vírgenes para luego asesinarlas y bañarse en su sangre. Dicho ritual se volvió indispensable para ella. En esa época, mi hermana conoció a Vlad Tsepesh —Sarah tomó asiento y siguió escuchando, mientras él se acercaba a ella y tomaba asiento en la silla opuesta—, quién se suponía había muerto siglos atrás. Ambos se odiaron al instante. Las leyendas dicen que Vlad bebía la sangre de todos aquellos a quienes empalaba, es verdad, pero no lo hacía como símbolo de triunfo, él la necesitaba al igual que mi hermana.
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Editado: 30.07.2021