PRIMERA PARTE
"LA INFECCIÓN"
SEPTIEMBRE POR LA MAÑANA
- LAMBERT -
Subido en mi tabla de skate, Severed por The Decemberists, se escuchó con entusiasmo por mis oídos. Cruzaba sobre la acera por cuadras y cuadras, entre edificios sin mucho color o con pinturas del presidente junto a la frase: "¡Nos levantaremos frente al mundo!", me dirigía hacia el restaurante en el que trabajaba.
El sol pronto comenzaría a bajar y el aire fresco me acariciaba la piel conforme bajaba las calles; no había tanta gente en comparación con días anteriores, por ello, podía ir libremente sin tener muchas precauciones. Después que La Disputa terminara en febrero de este año, se tomaron muchas acciones sobre el gobierno de Martin, hubo unas cuantas revueltas por julio que se detuvieron apenas empezaron y ahora todo parecía marchar excelente. A mamá le estaba yendo bien en el hospital, a mí en mi trabajo de medio tiempo y dentro de unos cuantos meses haría un segundo intento para entrar a la universidad y, si corría con la suerte de obtener un lugar, al fin estaría un paso mas cerca de ser médico.
Inhalé sonriente y tomé un atajo por el parque de puerta cobrizas que estaba al otro lado de la calle. Seguí el camino trazado, pasando cerca de altos árboles, un grupo de niños que jugaban con una pelota y de la estatua de G. Olid, que se había deslavado un poco por las fuertes lluvias en septiembre. Di un vistazo a la hora en mi celular; bajé la pierna derecha de la tabla y me impulsé con fuerza para ir más rápido, estaría a tiempo para el relevo.
Salí por el otro extremo del parque y di vuelta a la izquierda, a solo una cuadra de distancia, llegué.
Bajé de la tabla y la sostuve a mi costado. Jalé la puerta de cristal y puse un pie en el establecimiento, el aire acondicionado me erizó la piel.
—Pensé que no vendrías —habló la chica de trenzas y pecas apoyada en el mostrador, mascaba chicle con aburrimiento —. ¿No te dio gripa?
—Me dará con el frío que hace aquí —bromeé —. ¿Bruno ya llegó?
—Está en el baño desde hace veinte minutos —dijo e hizo una mueca con el labio superior —. Ojalá y sea diarrea.
Solté una risita y rodeé el mostrador.
—¿No hay problema si la dejo aquí? —pregunté, meneando un poco la tabla bajo mi brazo.
—Adelante —señaló ella, quitándose el mandil azul y ofreciéndomelo —. Recuerda: si lo ensucias, tú lo limpias.
Asentí y tomó su chaqueta de mezclilla, la acomodó sobre sus hombros y caminó hacia la salida.
—Nos vemos mañana —me despedí; ella levantó la mano sin mirar y se fue sin más.
Dejé mi tabla recargada a un lado, me quite los audífonos y pasé mi cabeza por el hueco de la prenda, atando las tiras mis espaldas. Estaba revisando unas cuantas cosas cuando el brazo de Bruno me rodeo el cuello con brusquedad.
—Ay, Bert, ¡cuánta falta me hiciste ayer! —habló en un tono dramático luego de mi sobresalto —. Tuve que lidiar con Charlie todo el día, se portó bien raro.
—¿Como "raro"?
—No sé, cómo si estuviera irritado, cansado de la vida... ¡yo que sé! —expresó —. Pero tenía algo y me veía feo, parecía querer arrancarme la lengua por hablarle.
—Tal vez tuvo un mal día —supuse y le di unas palmaditas en el antebrazo —. No te preocupes, Charlie es un buen tipo.
—Igual no quiero acercarme, me da miedito —respingó y me soltó haciéndose a un lado. Se agachó un poco, entrelazó los dedos y asomó el labio inferior en forma de puchero —. Cambiemos de lugar por hoy, ¿sí? —pidió.
Me crucé de brazos y lo observé sin decir nada.
—¡Ándale! —rogó —. Te regalo del pay de limón que mi mamá haga el viernes, sé que lo amas.
—¿No te regañó por comerte el que era regalo de tu primo la semana?
—Si, pero esta vez vale la pena —respondió, echándome una mirada triste —. Pooorfiiis.
Lo pensé un poco y finalmente exhalé satisfecho con su propuesta.
—Bien, pero que sean dos rebanadas —añadí.
Bruno dio un salto y me sacudió por los hombros.
—¡Eres el mejor, vato!—alzó la voz —. ¡No sabes cuánto te lo agradece mi conciencia!
—Como digas —susurré con una sonrisa.
***
Terminé de recoger los platos de la mesa del fondo y los llevé hasta la cocina. El ruido era perceptible al atravesar las puertas, todos yendo de aquí a allá ocupados en lo suyo; si bien el restaurante no era muy grande ni tenía mucha fama, los fines de semana se llenaba hasta el tope, desde el medio día hasta las nueve de la noche.
—Ponlos en la pila de atrás —dijo Tom mientras enjabonaba unos cubiertos.
Murmuré un ligero "sí" y deje los platos sucios donde me indicó, dando media vuelta para regresar a las mesas.
—Este... —volvió a hablar y frené mis pasos —. ¿Crees que podrías ayudarme a sacar esa basura? —preguntó, señalando con la cabeza la bolsa negra que estaba en la esquina.
—Seguro —accedí.
—Muchas gracias, Bert —respondió con amabilidad.
Tomé la bolsa de la atadura y abrí la puerta trasera para tirarla.
Afuera ya había oscurecido bastante, las luces cálidas de apenas alumbraban las calles y el viento se había vuelto más frío. Di vuelta hacia el contenedor, levantando la tapa de esta con la mano que tenía libre, cuando me detuve al ver por el rabillo del ojo a alguien encorvado en la esquina, en donde la iluminación era más tenue. Con una mano apoyada en la pared y tosiendo entre ligeras arcadas, lo reconocí por el rojo de sus converse: Charlie.
Lancé la bolsa entre la demás basura, limpié mis manos sobre el delantal y avancé hacia él.
—Oye —hablé, alargando los dedos hacia su hombro —. ¿Te sientes bien, Charlie?
En un movimiento brusco, me apartó antes que pudiera tocarlo.