Sangre de Aves

C A P Í T U L O 3

 

TRANQUILIDAD EXTERIOR

 

- LAMBERT -

 

Un día sencillo, calmado; rara vez se percibía cuando iba por las calles.

Era jueves y el último día que mamá estaba en casa. Habían pasado tres días desde el escándalo que hubo por la noticia del lunes: las compras de pánico, todos en redes sociales hablando del tema, los aeropuertos saturados de personas que deseaban salir del país... y otras cuantas situaciones. Hoy había mucha paz luego del anuncio que el presidente dio por la mañana, asegurando que, según los reportes obtenidos, la epidemia estaba siendo controlada; tranquilizó las cosas lo suficiente para volver a la normalidad de siempre.

Llegué al supermercado más cercano a comprar unas cuantas cosas que ocupábamos para la comida y que casi se terminaban en el refrigerador. Casi todos los pasillos los encontraba vacíos, pese a andar bastante gente; muchas de ellas (incluyéndome) con cubrebocas, siguiendo las medidas de seguridad dadas.

—No puedo creer que estemos regresando a esa época —escuché decir un hombre a la mujer que tenía a su lado mientras iba por el lugar.

—Así son las cosas, con el cambio climático quien sabe que más viviremos —respondió ella.

Empujé despacio el carrito, revisando en mi teléfono la lista de lo que necesitaba.

Giré a la derecha en donde estaban los enlatados y tome una lata de judías y otras de atún. Luego fui por una caja de cereales, una de leche que puse en la parte de abajo del carrito; café, harina, jamón, huevos y así hasta que logré completar el inventario.

Finalmente, esperé en la fila por mi turno de pagar.

Despegué un poco la vista de mi celular; frente a mi había una niña castaña al lado de su madre, mirándome muy atenta. Le sonreí bajo la mascarilla y ella soltó una risita, ocultando el rostro contra la blusa de la mujer que sostenía su mano. Antes de irse volvió a echarme un vistazo rápido y yo sacudí la mano para despedirme; entonces seguí.

—Buenas tardes —salude en cuanto puse las cosas sobre el mostrador, la chica que atendía devolvió la misma respuesta.

—Se ve que le agradaste —dijo, haciendo referencia a la niña.

—Debí darle buena impresión —contesté y la chica soltó una risita mientras pasaba los productos por el escáner. Una vez terminó, el precio se mostró en la pantalla.

—Ciento ochenta y dos con veinticinco, por favor —anunció.

Saqué mi cartera para buscar el dinero. Saqué un billete, estando a punto de entregárselo cuando un estruendo lejano a mis espaldas me detuvo, al igual que a todos en las filas. Mis ojos fueron en dirección al ruido.

El cristal de la entrada estaba hecho añicos en el piso, por todas las personas casi no alcanzaba a ver muy bien todo el panorama. Hubo un largo silencio hasta que un policía robusto que vigilaba las puertas se visualizó fuera de las estanterías, tambaleante y con el brazo escurriendo de sangre. Tenía una pistola en la mano y de ella botaron tres disparos, sin ser de mucha ayuda cuando una figura larga se abalanzó sobre él.

Toda la gente empezó a gritar y a correr fuera del supermercado entre jalones y empujones. Yo me quedé inmóvil al lado del mostrador, observando a la multitud huir y como (lo que fuera que tuviera encima) pintaba el suelo bajo el policía de rojo. La chica que me atendía también se fue y mis piernas reaccionaron a la par, pasando a un costado del carrito y olvidándome de las compras.

Afuera, nubes oscuras tapaban los rayos del sol. Toda la tranquilidad experimentada antes se había esfumado en cuestión de segundos; autos y gente corriendo de un lado a otro, vociferando cosas como: "¡Acaban de matar a alguien!", "¡Hay monstruos! ¡Se los están comiendo!"

Todo se tornó un completo caos.

Estaba apresurado dando vuelta en la esquina de una calle cuando las puertas de un establecimiento se abrieron y un hombre cayó de espaldas, con la cara y el cuerpo lleno de arañazos. Di un paso hacia atrás horrorizado, sin embargo, antes que pudiera volver a moverme, otra cosa salió disparada del lugar y me dio un fuerte empujón en el abdomen.

Rodé por el pavimento de la carretera hasta detenerme al otro lado de la acera, sin aire. Con debilidad, me quité la mascarilla para tomar una bocanada y logré sentarme. Ahí le pude ver. Una criatura de largos brazos, de piel sumamente pálida y escuálida, de pupila oscura muy dilatada y dientes filosos como cuchillas; tenía la boca roja al igual que las manos, adornadas por largas garras. Se cercaba a mi entre gruñidos y con un sigilo que me heló los huesos, que me hizo sentir pequeño, como una presa que solo espera ser aniquilada.

La figura soltó un alarido y cuando tomó impulso para abalanzarse, un auto grande chocó contra sí y la arrolló, aplastándole el cráneo en el proceso con un feo crujir.

Mi pecho subía y bajaba entre respiraciones entrecortadas, me temblaban los brazos del miedo. Le di un nuevo vistazo a la cosa que yacía sobre la carretera y al hombre en la banqueta; en mi pensamiento, la imagen de haber padecido el mismo destino o mi madre...

Su recuerdo acudió a mi mente con fuerza.

¿Qué si le había pasado algo? Estaba sola, probablemente la cuidad entera ya era un desastre y quién sabe cuántos de esos monstruos rondaban por las calles. No podía quedarme ahí, así que obligué a mi cuerpo a levantarse aún cuando me encontraba confundido y asustado.

Corrí lo más rápido que pude cuadra tras cuadra sin mirar atrás, ignorando los gritos, el estruendo, el llanto y todo lo que llegaba a mis oídos. La adrenalina me hizo olvidar las punzadas en mi abdomen y del dolor que recorría mis piernas conforme avanzaba. Solo sabía que debía llegar a casa, si no era demasiado tarde.



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En el texto hay: supervivencia, guerra, apocalptica

Editado: 24.08.2024

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