Sangre de Aves

C A P Í T U L O 4

 

PONDRÉ UN ARMA EN TUS MANOS

 

- LAMBERT -

 

Octubre 22, 2040

[Un año después]

Las blanquecinas luces del techo se encendieron golpeando mi rostro, dándome trabajo para abrir los ojos. Levante un poco la cabeza de la almohada; Bram, el cabo segundo, estaba parado en la puerta.

—¡Arriba, cabrones! ¡Ya salió el sol! —ordenó y luego miró el reloj en su muñeca —. ¡Diez minutos, no tenemos todo el día! 

Dejé caer mi cara sobre el cojín junto a un quejido en cuanto se fue. Había sido un largo año desde que pasó Septiembre y, aunque ahora ya casi terminaba Octubre, se sentía como la primera vez que desperté aquí.

Apoyé las palmas en el colchón y me levanté de la cama para vestirme. Los demás hicieron lo mismo, dejando las literas ordenadas antes de salir del dormitorio, vaciándose poco a poco.

Terminé de atar mis botas y les seguí el paso a través de los pasillos, de las paredes de hormigón que formaban la base. En días como estos era que veía a mi mente la última vez en el aquel refugio, el día que apareció el coronel Radcliffe frente al grupo.

Al ver el arma, ninguno se había negado a participar. No hubo objeciones hasta que llegó la hora de partir; las personas que estaban en el grupo opuesto, familiares de quienes seríamos lanzados al combate, fueron en contra de los militares. Sin embargo, la revuelta se extinguió tan pronto como se manifestó y nos transportaron lejos de ahí.

Esa fue la última vez que vi a mi madre. Recuerdo lo asustada que estaba, al igual que yo cuando le dije que no se preocupara, que volvería sano y salvo a su lado. Por ahora, solo esperaba cumplir esa promesa y que ella también estuviera ahí para reencontrarnos.

Afuera de la base, el viento corría ligero y fresco, así que subí el cierre de la rompevientos que tenía puesta, luego me uní al equipo para el entrenamiento matutino. Todavía se veía un poco oscuro, ya que el sol en el horizonte recién estaba iluminando el desolado lugar que nos rodeaba; colinas marrones y un suelo que solo era polvo.

No sabía con certeza dónde nos encontrábamos, si a solo unos cuantos kilómetros del lugar que nos habían tomado, en la frontera o fuera del estado. Algunos proponían Nevada, Wyoming, Nebraska o Nuevo México; no obstante, nadie se había animado a preguntar exactamente y ni cuán en medio de la nada estábamos ubicados. Lo único "bueno" de la base era no tener que lidiar con el Apocalipsis.

Transcurridos todos estos meses, no había vuelto a ver otra de esas cosas rondando cerca, tal vez los tipos que se encontraban en las torres de vigilancia los aniquilaban.

—¡Unas millas más, Bert! —comentó Dani, la persona que trotaba a mi costado con una sonrisa, recién había cumplido veintidós —. Sufriremos después.

Nuestra rutina diaria se basaba en un entrenamiento inicial exhaustivo que incrementaba su dificultad antes que empezaras a acostumbrarte. Luego teníamos diferentes actividades además del entrenamiento básico como reuniones, limpiar, una que otra excursión no muy lejos de la base para enseñarnos a usar el armamento y otros equipos en caso que fuéramos enviados a la guerra.

Al menos la mitad de los que éramos antes habían dejado la base para nunca más volver. Y a nadie le importaba ese detalle, continuaban enviando a más y más, reemplazo tras reemplazo; sin recordar sus nombres, para así no tener funerales, solo fantasmas.

 

***

 

Cuando el entrenamiento terminó, el cabo Bram anunció una reunión urgente en una de las salas de la base, así que nos dirigimos ahí. Las luces eran igual de cegadoras que en otros lados,  paredes grises, sombras oscuras se arremolinaban en las esquinas y una cantidad exacta de sillas acomodadas en líneas ocupaban casi todo el espacio. En la pared de la izquierda, una pantalla azul destellaba débilmente sin ninguna imagen.

Tomé asiento casi a mitad de la sala, cruzando los brazos por debajo de mi pecho. Las sillas se fueron reduciendo conforme los demás las ocupaban y, una vez no quedó alguna libre, el cabo miró de nuevo el reloj de su muñeca como era costumbre y se retiró sin decir una palabra.

Instantes después, un ruido en el pasillo acompañado de diversas pisadas llamó la atención hacia el marco de la entrada. Una mujer, de pesadas botas, pantalones de camuflaje y camiseta negra apareció y caminó hasta el costado de la pantalla. Nos pusimos de pie recién su presencia invadió el lugar. La observe un poco más, llevaba el pelo atado en un moño y su rostro, cargado de seriedad, tenía una cicatriz pequeña sobre la mejilla.

A sus espaldas, entraron dos hombres, uno cargando con una caja negra y otro empujado una plancha reluciente. Sobre esta, reposaba el cuerpo de una de esas cosas, atado por argollas metálicas de las muñecas, los tobillos, el torso y el cuello. Los que se encontraban en la primera fila, echaron un paso atrás del susto.

La cuestión: a aquel monstruo lo habían traído con vida. Su cuerpo se retorcía intentando liberarse y gruñía a la par de sus movimientos.

—Buenos días, me presento, soy la teniente Cortés —habló la mujer —. Vengo del octavo cuartel y soy la dirigente del pelotón Arcano, uno de los equipos de protección más grandes de la zona. Nuestro asunto aquí es…

Un chillido de parte de la criatura interrumpió a la teniente. Ella le dio un rápido vistazo sin importancia y volvió a lo suyo.

—Es informarlos sobre el estatus de los antropófagos —terminó, cruzando los brazos detrás de su espalda —. Creo que el tema quedó bastante claro con solo verlo.



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En el texto hay: misterio, guerra, apocalptica

Editado: 11.11.2023

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