CUCHILLO EN GARGANTA
- LAMBERT -
Una gota de saliva cayó sobre mi mejilla. Los segundos en los que me mantuve atrapado mirando a la criatura sobre mi cabeza, se sintieron como una pausa eterna, esperando a que atacara primero.
Parecía estarme analizando, pero no cambiaba su retorcida expresión y la forma cuyos vacíos ojos absorbían el miedo que sentía. Mi cerebro todavía era incapaz de crear alguna estrategia, algo para distraer al monstruo y tener el chance de huir, quedarme quieto parecía la única opción que tenía, eso hasta que el antropófago soltó un alarido, elevando el brazo para asestar un arañazo.
Entonces, y de la misma forma en la que mi cuerpo había accionado al correr de la enfermería, levanté los dos brazos mientras sujetaba la pistola, disparé por encima de mi cabeza, sin tomar un momento para apuntar. El estruendo provocó que los oídos me dolieran. La cosa se desplomó en la barricada con un agujero al borde de la frente y el brazo colgando sobre mi hombro. Si se hubiese inclinado hacia atrás, yo ya estaría muerto.
Me aparté echándome hacia el frente, el corazón aún me latía con fuerza.
—Mierda… —exhalé.
Limpie mi mejilla con el borde de la camiseta y jalé la mochila de una de las tiras, abrazándola contra mí. Junté las piernas para hacerme un ovillo de espaldas a la barricada contigua, todavía sin quitar la vista de la criatura. No se movía, no respiraba, pero una recurrente duda en mí alardeaba que, una vez dejara de observarlo, volvería a intentar matarme.
***
Cuando el sol finalmente bajo para tocar la tierra, abandoné el pedazo de guerra para inspeccionar los surcos de tiro, hallándolos tan solitarios como los del otro extremo. Revisé en posibles escondites y las esquinas donde las sombras se adueñaban. Una vez aseguré la mayoría de las trincheras, caminé en dirección a los muros que daban fin al campo; resultaría más sencillo por la salir del lugar.
Levantando la vista del suelo compactado, un destello que provenía del siguiente refugio captó mi atención. Pasando el marco del refugio, en la segunda habitación casi vacía, reposaba el cuerpo de una mujer; llevaba pantalones de camuflaje, botas cubiertas de lodo y un chaleco antibalas, del cual una mancha oscura se alojaba por debajo. Había una escopeta recortada a pocos centímetros de su pierna y al lado de esta, una vela pequeña emitía el brillo suave que había visto.
Ya que no había mayor compañía que la del cadáver, decidí quedarme ahí. Tomé el arma, examiné la recamara y los bolsillos de la mujer buscando municiones; serviría como primera defensa en lugar de la pistola.
Dí unas cuantas zancadas en dirección a la pared, dejándome caer al suelo, entrelazando las piernas para tener mayor comodidad.
Me di tiempo de ver los rasguños que tenía en el brazo, si bien no era demasiado profundos, al no limpiar la zona corría el riesgo de que se infectara o peor, que me infectara si algo de saliva o sangre caía encima.
Saqué una de las botellas de agua y una gasa de los compartimentos de la mochila. Vertí apenas un poco del líquido por encima del codo sin desperdiciar mucho y fui quitando el polvo alrededor. Una vez vendé la herida, comí un poco de lo que conseguí, que no oliera mal y la fecha de caducidad se viera próxima a los cuatro días.
En silencio, seguía pensando en Krist. Pese a no llevarnos bien, no significaba que estuviera relajado o me fuera indiferente que falleciera. La escena se mantenía borrosa en mi mente, solo podía recordar la fuerza que me había apresado el pecho. Tal vez sí me hubiese librado de la criatura a tiempo, le quedarían al menos unas cuantas horas más de suerte y no tuviese que haberse enfrentado a una muerte tan terrible.
Por mucho que me taladrara la cabeza, no cambiaría lo sucedido y, aún así, muy al fondo de mis pensamientos, estaba extrañamente aliviado de no haber…
Me interrumpió un alarido lejano, seguido de un ruido por encima del techo de concreto. Mi mano se aferró al mango de la escopeta por instinto. Saqué de la mochila la linterna, poniéndome de pie para acercarme al hueco que formaba la puerta.
Estaba muy oscuro, a duras penas divisaba el borde de las trincheras por la débil luz que la luna emitía, tampoco podía apuntar con la linterna hasta cerciorarme que nada se acercaba. El ruido sobre mi cabeza volvió a aparecer y cargué el arma por si las dudas. Di otro vistazo, unas garras se ciñeron como una oleada al borde de la pared, ahogando el susto que me había provocado.
Supuse que entraría y así lo hizo, arrastrándose por la pared con sus largos brazos, despacio y sin emitir mayor sonido que el de sus uñas en la pared. Esperé quieto contra la pared hasta que la criatura asomo la cabeza a la segunda parte del refugio. Tomé un respiro hondo, elevando apenas la escopeta, a unos cuentos centímetros de su cráneo.
Pero el monstruo continuó yendo hacia el cadáver del fondo con el mismo sigilo. Era lo más lógico, cuando caí en cuenta de su verdadera atención, puesta en la vela del suelo.
Algo en su brillo parecía llamarle la atención, se echaba para atrás cada vez que intentaba acercarse, ladeando la cabeza de un lado a otro. Luego de un rato, gruñó blandiendo las garras sobre el fuego; el viento envolvió el refugio de oscuridad.
Di un parpadeo incrédulo, buscando el botón de la linterna, al mismo tiempo que apuntaba con el arma al último lugar en que había estado la cosa, que se removió en medio de la oscuridad. Antes que diera el primer rayo de luz, sus largas uñas arañaron el concreto y me lancé a un costado; el antropófago chocó contra el muro. Giré el torso sin levantarme del suelo, la criatura venía en un nuevo ataque.