Sangre de Aves

C A P Í T U L O 8

UN POCO DE CALMA

- LAMBERT -

La criatura estaba en el suelo y también Navec. Ambos pintaban una porción del pasto seco, de negro y rojo.

La escopeta resbaló de mis dedos y me dirigí a él de golpe. Una mano cubría el costado de su torso mientras se alzaba dificultosamente apoyado sobre los codos. Recién estuve a su lado, alcé los brazos buscando por donde empezar.

—Hay que movernos —murmuró en un quejido, le escurría sangre entre los dedos.

Asentí sin protesta. Eché de nuevo la mochila en mis hombros y recogí el arma antes de ayudar a levantarlo con el lado que tenía libre.

Continuamos nuestros pasos por la carretera. Debía ser pasado del medio día, como la una o dos de la tarde, llevábamos una buena distancia recorrida, ya debíamos estar cerca del primer pueblo marcado en el mapa. El ataque nos había tomado por sorpresa, la cosa había salido de la arboleda, sacándome de la carretera con una embestida, a fin de alejarme de Navec. La herida no sangraba a chorros, pero sí lo suficiente como para dejar un pequeño rastro en el pavimento y doblegarlo de vez en cuando.

—¿Aparecerán más? —dudé, tratando de ir más rápido.

—No estamos cerca de la zona de guerra, debe haber menos—exhaló Navec, elevando un poco el rostro —. Lo que me preocupa es el pueblo.

A lo lejos, unos cuantos tejados se revelaron al final del bosque.

Rodeamos la entrada del lugar y fuimos directo hacia la conglomeración de viviendas de tonos marrones. Escogimos sin más la primera que tuvimos enfrente, de una sola planta y pequeña. Subimos las escaleras del porche y le di un puntapié a la puerta medio abierta, recibiéndonos una sala de sofás oscuros, pisos de madera sucios y tapiz descolorido. Dejé al chico sobre el mueble acolchado, lo demás en el suelo e hice a un lado su mano para ver la lesión, sin embargo, me detuvo apenas lo hice, insistiendo que revisara el lugar primero.

Cerré la puerta, agarrando la escopeta para darle una inspección rápida a la casa. La cocina y el comedor estaban intactos, al igual que las ventanas. Las paredes del corredor estaban adornadas por telarañas y diversas fotografías enmarcadas en diferentes tamaños. En las tres habitaciones con las que contaba, los roperos estaban hinchados, las cortinas roídas, los colchones rotos, mientras el baño estaba lleno de humedad. De ahí en fuera, estábamos solos.

—Limpia —dije en cuanto regresé a la sala.

Navec se había quitado la camisa para hacer presión en el costado con la prenda hecha un ovillo. Su espalda estaba cubierta por moretones y la sangre había dejado mancha en su pantalón.

—No es profunda, estaré bien —mencionó.

—Déjame ver —añadí, arrodillándome a su lado. Resopló antes de descubrir el corte. Tenía razón, el rasguño de la criatura lo había alcanzado solo un poco —. Igual va a tardar en sanar, tenemos que cerrarla —anuncié, buscando en la mochila algunas gasas, agua oxigenada, hilo y aguja que había sacado de la enfermería en las trincheras.

—¿Sabes suturar?

—Camisas, peluches… coser, en teoría sí —respondí y Navec recargó la cabeza en el sofá, resignado.

***

De nuevo, la aguja le atravesó la piel y un hilo de sangre manchó mis dedos. No era una sutura perfecta ni por poco, pero mantenía bien cerrado el corte. Trataba de ser sutil para que no le doliera mucho y estaba tardando más por la misma razón.

—Ya casi termino —anuncié y Navec inhaló profundo, dándole un apretón al borde del sillón.

Estaba aguantando bien, casi no había movido el cuerpo y cuando lo hacía, intentaba no tensarse demasiado. Su resistencia era casi igual a la de Krist.

Hice una última puntada y cerré la sutura, cortando el sobrante con unas tijeras. Sumergí las manos en el balde con agua que había traído para lavarme antes de comenzar, eché también lo que se ensució, pintando el agua de rojo. Le di un vistazo a Navec mientras lo hacía. Recargado, con los codos en el respaldo, tenía la frente y el torso sudado, su pecho subía con fuerza y se veía pálido.

—¿Te sientes bien? —pregunté, el dolor lo había debilitado, de cualquier modo, necesitaba asegurarme que no se fuese a desmayar o hubiese perdido mucha sangre —. Si estas muy mareado…

—Dame un minuto —exhaló, apretando los ojos.

Guardé silencio, levantándome del suelo y agarrando el balde para lavar todo, por suerte la casa contaba con una cisterna, aunque las paredes estuvieran llenas de moho. Sin esperarlo, la mano de Navec se ciñó sin fuerza por encima de mi muñeca, frenándome habiendo dado apenas un paso.

—El bolsillo sobre mi rodilla —dijo al yo dar media vuelta —. Hay un comunicador.

Me soltó para que acatara su indicación. Metí la mano en la bolsa que me había dicho, sacando una muñequera gruesa, ligera y de cristal oscuro.

—Ve si puedes hacer que funcione —pidió, volviendo a reposar la cabeza en el brazo.

Llevé el balde hasta el lavabo de la cocina, apoyando la cadera en la isla mientras observaba el brazalete. El accesorio era idéntico al que portaba el hombre del campamento que nos asignó el grupo, por lo que me fue fácil saber cómo activarlo.

Di unos cuantos golpecitos al cristal resquebrajado hasta que la pantalla azul salió disparada frente a mí. Debido a la condición del vidrio, la imagen titilaba y se distorsionaba, siendo costoso leer; no obstante, antes que pudiese tocarla, un escáner me atravesó el rostro en menos de un segundo. La pantalla cambió a color verde, acompañada de grandes letras: “ACCESO APROBADO”, y seguido se desglosó una cantidad de datos impresionante, mis datos.

Al menos el sistema no me había dado por muerto, sino que mantenía mi estado incierto, lo que era y no era beneficioso a la vez. Ignoré el resto y estuve haciendo diversos ademanes hasta que los datos desaparecieron, sustituidos por una lista de acciones a seleccionar: ubicación, comunicaciones, datos generales, accesos, archivos, herramientas, localizadores, etcétera.



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En el texto hay: supervivencia, guerra, apocalptica

Editado: 24.08.2024

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