Al día siguiente desperté por culpa de un fuerte golpe. Me senté en el borde de la cama y vi a Julia tirada en el suelo y tocándose la cabeza.
- ¿¡Que ha pasado!? - gritó Amanda levantándose repentinamente.
- Julia se ha caído de la cama - contesté mientras intentaba contener una carcajada, pero fallé. Amanda se unió a mí y mi mejor amiga se levantó del suelo molesta.
- No os riáis, me he hecho daño.
Bromeamos un poco más y después decidimos asearnos para después vestirnos. Salí del baño la primera y me acerqué al armario para decidir que ponerme. Entre todo aquella jungla de ropa me llamó la atención una blusa blanca con estampado de flores y un pantalón vaquero negro aparentemente caro. Me vestí lo que había elegido y me coloqué delante del elegante espejo para ver cómo me quedaba. Al mirar mi reflejo creí que aquellas prendas estaban hechas a propósito para mí; el elegante pantalón se ajustaba perfectamente a mi figura y la delicada blusa realzaba mis curvas.
Uno de mis más bonitos recuerdos cruzaron mi mente. Fue hace varios años, cuando yo tenía seis o siete, mientras buscábamos un vestido para llevar a la boda de mi tía Angélica. Aquel día estaba con mi madre en una tienda del centro de la ciudad donde vivía. Nada más cruzar las puertas del comercio uno de los vestidos que se encontraban al fondo me llamó la atención. Este era corto y de color dorado. Varios abalorios decoraban la bonita tela y las hermosas mangas holgadas se balanceaban cada vez de una ráfaga de viento se colaba por la puerta la entrar.
- ¡Mamá, mira! - grité entusiasmada señalando la prenda y tirando de la camiseta de mi madre.
- ¿Te gusta ese? - se agachó para poder estar a mi altura y me sonrió después de asentir frenéticamente mi cabeza - Vamos a ver cómo te queda entonces.
Corrí hacia uno de los probadores y al poco mi madre apareció con el vestido. Rápidamente lo agarré y me cambié. Al mirarme al espejo una gran sonrisa ocupó casi toda mi cara. Me quedaba perfecto y, además, amaba como las piedras brillaban bajo la luz. Salí apresuradamente y mi madre se giró para verme. Pude observar que sus ojos empezaron a brillar y la sonrisa en sus labios se hizo más evidente.
- Estás preciosa. Serás la más guapa de todas, sin duda.
- No quiero ser la más guapa, esa tiene que ser la tía - solté con total sinceridad -. Ella es la más importante y la que tiene que destacar, no yo.
- Seguro que a ella no le importa que le robes un poco de protagonismo.
- Pero a mí sí.
Mi madre se quedó un poco sorprendida, pero pronto volvió a su expresión anterior. Se colocó de rodillas y apoyó la palma de la mano en mi mejilla sonrojada.
- Escúchame. Eres la niña más dulce, generosa y hermosa del mundo. Que nadie ni nada te haga cambiar lo que eres y jamás des todo por alguien que ni si quiera merece la pena. Lucha por lo que quieres y no te rindas ante los obstáculos, enfréntate a ellos como la guerrera que eres y véncelos. Eres increíble, Irene - hizo una pausa -. Nunca dejes que te menosprecien. Demuestra que eres grande y fuerte. ¿Me lo prometes?
Yo no dije ni una palabra, pero asentí con la cabeza en señal de respuesta. Mi madre sonrió y depositó un suave beso en la frente, susurrando un "Te quiero" mientras se alejaba.
- Guau, te queda genial - Amanda me alejó de mis pensamientos al hablar, ya que ni si quiera la había escuchado salir del cuarto de baño. Ella estaba detrás de mí con la toalla aún envuelta alrededor del pecho. Por su expresión no dudé de que lo decía en serio y le sonreí como muestra de agradecimiento por el cumplido.
Ella se acercó al armario y escogió un bonito mono vaquero negro y un top de rallas rojas y negras. Se vistió en un par de minutos y se calzó las mismas zapatillas deportivas que llevaba el día anterior. Justo después Julia salió del baño ya vestida y se dirigió a la puerta. Yo y Amanda nos quedamos mirándola.
- ¿Vamos a comer algo o qué? Me muero de hambre - dijo ella como si fuera algo obvio. Nosotras nos reímos para después seguirla al pasillo e irnos hacia el comedor.
Un montón de personas entraban y salían por la puerta de la sala. Seguimos a un pequeño grupo de veinteañeros hacia el interior y nos acercamos a la gran mesa. Esta, como la noche anterior, estaba llena de comida de muchísimos países distintos, y todas con una pinta muy apetitosa. Justo antes de sentarme una mano tocó mi hombro. Me giré asustada pero, cuando vi quién, era me relajé. Daniel estaba ahora delante mía con una gran sonrisa en la cara. Vestía una camiseta ajustada blanca (la cual dibujaba sus esculpidos músculos) y un pantalón vaquero bastante desgastado. Los mechones rubios de su flequillo le caían sobre la frente, los que le quitaban un par de años a su apariencia. Cuando lo conocí calculé que él tendría dos años más que yo, pero en ese momento parecía que teníamos los mismos 16.
- Hola, ¿puedo? - señaló la silla que tenía a mi lado.
- ¡Claro! - contestó Julia antes de que pudiera decir nada.
Nos sentamos y empezamos a comer. Julia y Amanda empezaron a hablar animadamente mientras yo y Daniel estábamos sumidos en un incómodo silencio.
- ¿Qué...? - empecé a hablar para romper el molesto momento, pero él comenzó justo cuando yo lo hice.
- Yo... - sonrió a causa de la situación. Ambos nos callamos durante unos segundos, pero Daniel volvió a hablar - ¿Has dormido bien?
- Sí - contesté sonrojada -, creo que nunca he dormido mejor. Esa cama era realmente impresionante.
- Sí, la mía también. Puede sonar muy cursi... Pero parecía que estaba abrazado a un oso de peluche.
- Sí, puede que sonara algo cursi - ambos reímos -, pero la verdad es que tienes razón.