En ese momento todo comenzó a ir en cámara lenta. Vi como la espada se hundió en su pecho y él calló al suelo produciendo un fuerte ruido seco. Sentí algo romperse dentro de mí. Las lágrimas me pinchaban fuerte en los ojos y un grito se ahogó en mi garganta. En mi mente repetía seguido “Es inmortal”, pero aun así el dolor no desaparecía, ni siquiera aliviaba la presión que sentía en el pecho.
Corrí hacia Michael lo más rápido que mis piernas me permitían. Me agaché a su lado y desde ahí pude ver mejor la herida abierta de la que brotaba sangre. La palma de mi mano viajó hasta su mejilla y al sentir su piel fría como el hilo contra la mía me asusté. Esta vez una lágrima viajó por mi cara hasta la comisura de mis labios y el sabor salado inundó mi boca. Él abrió los ojos despacio y una lenta sonrisa se formó en sus labios.
- Estaré bien - Hablaba pesadamente y su respiración era irregular. Intentaba tranquilizarme, pero no funcionó, y Michael pareció notarlo. - Solo necesito unas horas de descanso y como nuevo.
No era capaz de contestar. Michael cubrió mi mano con la suya y la acarició con su pulgar. Algo en aquel gesto me llenó de anhelo, pero eso pronto se convirtió en ira, no hacia él, sino hacia Daniel. Una especie de energía indescriptible cruzó mi cuerpo y empezó a crecer. Me levanté lentamente y me giré para quedar justo en frente de Daniel. Su expresión, hasta ahora victoriosa, comenzó a cambiar al verme y se convirtió en una mezcla entre miedo y sorpresa.
- Los ángeles tenían razón - dijo con voz ronca y una media sonrisa empezó a dibujarse en su cara -. Irene, únete a nosotros - hizo una pausa -. Estarás más protegida que aquí y nos serás de gran ayuda. Además, no te debes fiar jamás de un demonio, y menos del Rey del Inframundo.
- ¡Cállate! - mi grito se escuchó por toda la sala, la cual se quedó totalmente en silencio - Jamás me uniré a vosotros. Prefiero quedarme aquí para siempre a ir contigo a ningún sitio.
- Como quieras - hizo una pequeña pausa - ¿Sabes? Tal vez, si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias, me habría enamorado realmente de ti. Qué pena que lo hayas elegido a él, porque tengo órdenes de llevarme tu alma, ya sea por las buenas o por las malas. Así que... buena suerte.
Este se alzó en el aire y voló hacia mí. Algo dentro de mí explotó y una enorme fuerza empujó con fuerza a Daniel hacia la pared opuesta. Una enorme brecha se abrió en la piedra cuando el cuerpo del semi-ángel chocó contra ella. Este gimió de dolor al caer sobre el frío suelo, pero pronto estaba nuevamente de pie. Un humano normal y corriente jamás sobreviviría a ese golpe.
Antes de darme cuenta Daniel ya se estaba abalanzando sobre mí desde el aire, pero yo me aparté antes de que pudiera tan siquiera rozarme. La velocidad con la que me había movido no solo me había impresionado a mí, sino que también a él. Intentó golpearme después de ponerse otra vez en pie, pero yo lo bloqueé. Cogí el candelabro que había en el suelo y le di un fuerte golpe en la cabeza cuando se acercó. Oí su cuerpo inconsciente desplomarse contra el suelo. Mis ojos cayeron en la brecha que ahora tenía en la frente y el pequeño río de sangre que emanaba de él.
Algo destelló en la esquina de mi visión y mi atención se fijó en el objeto brillante. Cerca de Daniel había un pequeño medallón en el suelo, y lo reconocí. Era el mismo que se le había caído del bolsillo el día que nos conocimos. Me agaché y lo cogí. Ahora conocía el símbolo que había grabado en la pieza, era el mismo que aparecía en la portada de aquel libro junto al de los Demonios: el símbolo de los Ángeles.
Un pequeño quejido me sacó de mis pensamientos. Michael estaba intentando sentarse, pero la herida era tan grabe que le costaba moverse. Rápidamente me arrodillé junto a él y le obligué a tumbarse de nuevo.
- No te muevas - susurré. Él volvió a arrugar la frente en cuanto su espalda tocó otra vez el mármol del suelo.
Algo hizo que mis manos viajaran hasta su herida abierta. De esta seguía brotando sangre escarlata sin cesar. Aquella fuerza extraña volvió a inundar mi cuerpo. Cerré los ojos y sentí como mis manos empezaban a calentarse y la herida debajo de mis palmas comenzaba a cerrarse. Cada vez tenía menos fuerzas y empecé a marearme. Abrí los ojos lentamente. Gotas de frío sudor caían por mi sien. Los bordes de mi visión se iban tiñendo de negro poco a poco hasta que no pude ver nada. Lo último que sentí antes de desmayarme fue mi cuerpo chocar contra el frío suelo de la sala.