Sangre de demonio

Capítulo 10.

Entré sigilosamente a la biblioteca y cerré la puerta a mi espalda. Aquella sala me sorprendió del mismo modo que la primera vez que la había visto. Los pequeños insectos de múltiples y brillantes colores seguían sobrevolando las estanterías, y juraría que las muchísimas plantas eran aún más verdes que antes.

Me adentré en uno de los innumerables pasillos y a medida que avanzaba observé mejor todos los libros. Había una gran variedad de idiomas: Latín (que eran los más frecuentes), griego, español, inglés, francés, portugués, lo que parecía chino y muchos más, algunos incluso que no reconocía. Me sorprendieron, al final de una de las  baldas, siete libros exactamente iguales, excepto por el título.

          - Daemones et Angeli - empecé a leer -, Demons and Angels, Démons at Anges, Demoni e Angeli, Demônios e Anjos y… Demonios y Ángeles – agarré el libro en español y volví a cruzar todo el pasillo hacia las mesas.

Me senté en una de ellas y empecé a ojear el libro. Me sorprendió que este estuviera escrito a mano, y con una caligrafía excelente. Nada más abrirlo, en la primera página, habían escrito “Jamás confíes es un Demonio, pero mucho menos en un Ángel.”. En ese capítulo hablaba de la enemistad milenaria entre el Cielo y el Infierno, entre los de alas negras y los de alas blancas.

No me dio tiempo a leer mucho más a parte de la primera página porque la puerta se volvió a abrir. Cerré el libro rápidamente y me levanté con la misma velocidad. Delante de mí apareció Michael. Al momento me di cuenta de que no tenía ni las oscuras alas a la espalda ni esos prominentes cuernos que le sobresalían de la frente. Este no llevaba camiseta y, al mirarlo, mis mejillas se pusieron completamente rojas. Parecía completamente humano pero jamás había visto a ningún chico con ese cuerpo tan… Perfecto.

          - Por fin te he encontrado – me dijo sonriendo –. Primero he ido al comedor, pero tus amigas me dijeron que te habías ido, así que vine aquí – miró el libro que tenía y que estaba intentando esconder detrás de mí –. Veo que te has interesado por nuestra historia.

          - Lo siento – empecé a disculparme –. Yo no quería entrometerme pero… - no me dejó acabar.

          - No te preocupes – rió él –. No me parece mal en absoluto, al contrario.

Se acercó a mí y, mirándome fijamente a los ojos, agarró el libro que tenía entre las manos. Unos segundos después bajó la mirada y tocó la cubierta con delicadeza.

          - Intenté ser lo más subjetivo posible escribiendo esto - empezó -, pero creo que en algunos fragmentos se ha notado ligeramente mi odio hacia los Ángeles.

          - ¿Lo has escrito tú? – pregunté impresionada. Él asintió - ¿A qué se debe la rivalidad entre vosotros?

          - Yo, como habrás oído en tu mundo, hace muchísimos años era un Ángel pero, a diferencia del resto, no estaba de acuerdo con las reglas del Cielo. Con el paso del tiempo conseguí que un reducido grupo de Ángeles estuvieran de acuerdo conmigo. Decidimos revelarnos contra el reto, pero ellos nos superaban en número y eran más fuertes. Hubo un juicio contra nosotros y me acabaron desterrando junto a los otros.

          - Jamás confíes en un Demonio, pero mucho menos en un Ángel… - repetí. Michael reconoció el fragmento y me miró - ¿A eso te refieres? – él asintió.

          - A nosotros nos cuesta acatar las reglas, pero podemos llegar a ser totalmente leales a algo que queremos. Sin embargo los Ángeles son crueles y manipuladores, te obligan a hacer lo que ellos quieren aunque sea contra tu voluntad y, si no lo haces, te torturan hasta que cedes. Somos inmortales, pero podemos sentir el dolor de igual forma que los seres terrenales, incluso más – hizo una pausa y suspiró - ¿Y sabes qué es lo peor de todo? Que los humanos que de verdad creen en nuestra existencia piensan que nosotros somos los malvados porque así se lo hicieron creer los Ángeles.

          - Yo no creo que seáis malvados – dije con total sinceridad.

          - Eso es lo que piensas ahora, pero antes de llegar aquí lo creías, ¿verdad? – su voz se rompió, y por un instante creí que empezaría a llorar.

          - ¿Qué más da lo que pensara antes? Esto es lo que siento y sentiré a partir de ahora en adelante – su boca se curvó en una sonrisa.

          - ¿Puedo hacerte una pregunta? – él asintió - ¿Dios es real?

          - Lo siento, pero no puedo responderte a eso.

          - ¿Por qué? – pregunté asombrada.

          - Ellos – dijo señalando al cielo - me hicieron jurar que guardaría el secreto antes de desterrarme, y ningún Ángel, ya sea caído o no, puede romper un juramento.

Él empezó a caminar hacia el mismo pasillo en el que había estado antes y yo le seguí. Colocó el libro en el sitio de nuevo y se giró hacia a mí. Ese silencioso momento me pareció perfecto para preguntárselo.

          - ¿Dónde están tus alas? 

          - Estoy en mi forma humana. A veces se siente bien no tener ese peso continuo en la espalda.

          - Es comprensible - por alguna razón esto le sacó una sonrisa, pero pronto se puso serio.

Dio un paso adelante y su mirada se clavó en la mía. Yo no podía apartar mis ojos de los suyos, aunque en el fondo tampoco quería. Sentí como mis mejillas se coloreaban, pero no me importó. Estábamos tan cerca que sentía su aliento cálido en mis labios. Empecé a cerrar los ojos, esperando que me besara, pero no lo hizo. En lugar de eso giró la cabeza y apretó sus labios para después empezar a caminar hacia la salida. Me quedé allí de pie desconcertada y mirando cómo se alejaba. Antes de salir se giró en mi dirección y, al mirarme, ladeó la cabeza.

          - Sígueme - dijo y corrí detrás de él sin dudarlo.

 

· Nota de la autora:




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