Sangre de demonio

Capítulo 16.

Amanda, Julia y yo estábamos en la habitación, charlando. Aquello ya se había vuelto una costumbre desde que Daniel fue encadenado. Esa tarde no era diferente, no hasta ese momento. Alguien dio un par de golpes en la puerta y las tres nos sorprendimos.

          - ¿Esperáis visita? – preguntó Amanda.

          - No.

          - No – contestamos, Julia y yo, a la vez.

Me deslicé fuera de la cama en la que estábamos sentadas y me acerqué a la puerta. La abrí y al otro lado estaba Michael. Había algo diferente en él. Igual era porque iba… Como decirlo… ¿Muy tapado? Sí, seguramente sería eso. Me había acostumbrado a verle tanto con camisas holgadas, o simplemente si ellas, que en aquel momento, con esa camiseta de cuello alto, parecía un extraño.

          - Hola, ¿tienes un minuto?

Miré hacia las chicas, que sonreían de oreja a oreja y me hacían señas para que me fuera con él. Volví a mirarle, asentí y salimos. Varias personas iban de aquí para allá a lo largo del pasillo, mientras que otras hablaban animadamente en las puertas de sus habitaciones. Aquel habiente había mejorado desde que Daniel no estaba y, aunque no quería admitirlo, estaba feliz de que ya no estuviera.

          - ¿De qué querías hablar? – pregunté.

          - Prefiero decírtelo en otro lugar, aquí hay mucha gente.

Asentí e, inesperadamente, Michael agarró mi mano con la suya y empezó a caminar. Le seguí un poco sorprendida.

A medida que caminábamos el camino se me iba haciendo más familiar, y me di cuenta de a dónde nos dirigíamos cuando el dulce olor a jazmín inundó mi nariz. La luz del exterior me azotó en la cara en cuanto cruzamos la puerta. El jardín interior era aún más bonito ahora que se podían apreciar todos los detalles perfectamente.

Avanzamos por el sendero lentamente, como la última vez, hasta que llegamos al centro del jardín, dónde se encontraba el pozo. Michael se colocó delante de mí, sin soltarme la mano, y suspiró.

          - Hemos hecho un trato con los Ángeles – soltó.

          - ¿Un trato? ¿Sobre qué? – un nudo se me formó en estómago. Algo estaba pasando, y presentía que no era bueno.

          - Sobre vosotros. Hemos decidido llevaros de vuelta a la tierra – por alguna razón eso era lo último que quería oír –. Volveréis a hacer vida normal, como antes de venir aquí, y cuando fallezcáis… - su voz se iba rompiendo poco a poco – Podréis elegir a que bando pertenecéis, si al del Cielo o al del Infierno.

En ese momento fue cuando me di cuenta. Claro que echaba de menos a mi familia, pero había algo aquí que me mantenía unida a este lugar, y no era solamente mi sangre. Era él.

          - Pero querían destruirnos. ¿Por qué ahora nos quieren con ellos?

          - Porque sois un arma demasiado poderosa como para destruirla, sobre todo tú. Saben que si vosotros estáis de su lado ganarán en todas las futuras batallas – miró nervioso al suelo y volvió a hablar después del silencio -. Quiero que hagas algo por mí –yo asentí con miedo al ver que cogía aire –. Cuando llegue el momento de elegir… Quiero que te vayas con los Ángeles.

          - ¿Qué…? – las palabras se me quedaron atascadas en la garganta y por más que quisiera no podía decir nada. Las lágrimas amenazaban con salir, pero yo intentaba retenerlas con todas mis fuerzas.

          - Ellos podrán protegerte mejor que yo.

Una mezcla de rabia y tristeza se apoderó de mí. Solté su mano con furia y di un paso atrás. Volvió a mirarme, ahora sorprendido y confuso.

          - ¿Después de todo quieres que haga eso? – no pude aguantarme más y las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas - Me dijiste que eran seres crueles y egoístas, que no te podías fiar de ellos y toda esa mierda, ¿para qué? ¿Para qué ahora me digas que debo irme con ellos?

          - No te harán daño. No correrán ese riesgo. Te necesitan sana y salva. Además, sé que no te dejarás influenciar por ellos – cada vez estaba más desconcertada. Él apartó otra vez la vista –. La ceremonia será esta tarde, en la sala del trono.

          - ¡¿Es que no te importa nada de lo que he dicho?! – grité más furiosa aún.

          - Claro que me importa, pero quiero protegerte. Por favor prométemelo – suplicó.

          - No puedo.

Di media vuelta y salí de allí corriendo. Escuchaba a Michael gritar mi nombre a mis espaldas, pero no me importó.




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