Sangre de demonio

Capítulo 17.

Ya era medio día.

          -¿Estáis listas? – preguntó Julia.

          - Sí – contesté, sin embargo Amanda se quedó en silencio - ¿Qué ocurre? – le pregunté.

          - Me he dado cuenta de que no nos volveremos a ver después de hoy – la habitación se quedó en silencio. Tenía razón –. Sois unas amigas increíbles y la verdad es que nunca me había hecho tan cercana a nadie en tan poco tiempo. Os echaré mucho de menos.

          - Y nosotras a ti – sonreí. Las tres nos acercamos y nos dimos un fuerte abrazo.

          - Esperad… - se separó Julia - ¿Cómo no se nos ocurrió antes? – se rio - ¿Por qué no te damos nuestros números de teléfono?

Las tres nos reímos como unas idiotas. Al final intercambiamos nuestros móviles y, con esfuerzo, salimos de la habitación. Los pasillos estaban más ajetreados que de costumbre, incluso los guardias iban de un lado para otro.

En poco tiempo llegamos a la impresionante sala del trono. Mucha gente estaba ya dentro, aglomerada alrededor de una especie de portal, el cual brillaba intensamente, como si fuera oro.

Lo que más me sorprendió no fue esto, sino las personas que había justo al lado de este. Cinco Ángeles, con grandes alas blancas, estaban observando fijamente a la gente que entraba en el portal. Todos ellos llevaban armaduras del mismo color que sus alas y lanzas doradas, excepto uno. Él más cercano al portal iba vestido con una larga túnica blanca, semejante a las que llevan las representaciones de los dioses griegos, varios brazaletes de oro y un colgante en el cuello. La pieza era idéntica a la que tenía Daniel.

En el extremo más alejado a la entrada principal estaba el trono, y en él Michael. Sus ojos estaban fijos en el portal, pero su mirada estaba vacía. Como si pudiera notar mi presencia, giró su cabeza en mi dirección justo después de entrar, entre toda aquella masa de gente. Su cuerpo, en el mismo momento en que nuestras miradas se cruzaron, se tensó. Giré mi cabeza rápidamente y me quedé mirando otra vez el hipnótico portal.

Alguien se acercó a mí justo después. Odell se paró a mi izquierda y me sonrió.

          - Hola, Irene.

          - Hola –dije sin mucho ánimo.

          - Te traigo un mensaje, del Rey.

          - No me interesa – contesté secamente.

          - Insisto – rodé los ojos, pero al final no me opuse –. Extiende la mano, por favor – fruncí el ceño.

Odell depositó en mi mano una Yunia, como las del jardín, y justo después un pequeño papel. Alcé la vista hacia él, confusa, pero tan solo sonrió.

          - ¿Puedo darte un consejo? – preguntó, y yo asentí – Hazle caso siempre a tu corazón y, si quieres algo, lucha por ello. A veces también tienes que hacer lo mejor por ti misma, no solo por los demás.

          - Gracias – le dediqué una sonrisa.

          - Buen viaje, Irene. Espero que nunca me olvides.

          - No lo haré.

Y con eso se alejó entre la multitud.

 

La voz de aquel Ángel resonaba en toda la sala. Continuamente iba nombrando a personas para que atravesaran el portal. La sala se vaciaba poco a poco hasta que solo quedamos unas cincuenta personas. Entonces, cuando volvió a hablar, algo se retorció en mi estómago.

          - Irene López Marín – su voz era grave.

Mis amigas me miraron apenadas, pero yo no podía apartar la vista del portal. Avancé lentamente hasta que quedé a unos pasos de la masa de luz dorada. Entonces giré mi cabeza. Michael estaba en su trono, mirándome fijamente y apretando la mandíbula. Nada más verle este se levantó y salió apurado de la sala.

          - ¡Majestad! – escuché a Saearys llamarle, pero no hizo caso.

“ - Se ha ido - pensé.”

Algo se rompió dentro de mi pecho. A pesar de todo lo que había pasado, deseaba que viniera y se despidiera de mí. Pero no lo hizo.

          - Irene – dijo el Ángel nuevamente. Sacudí mi cabeza para dispersar mis pensamientos y volví a mirar al frente.

Empecé a avanzar hacia el portal. Entonces una luz cegadora me envolvió, y de repente solo había… Oscuridad.




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