Sangre de demonio

Capítulo 18.

Abrí los ojos.

La luz que había era poca, pero aun así me costó acostumbrarme a la claridad. Cuando por fin pude ver bien reconocí el lugar perfectamente: estaba en mi casa. El pasillo estaría completamente a oscuras si no fuera por la luz de la cocina, que salía del interior de la puerta abierta al fondo de todo.

El repiqueteo de los cubiertos chocar entre sí, indicando que alguien estaba allí. Empecé a caminar despacio, intentando no hacer mucho ruido. Me asomé al marco de la puerta y miré al interior. Mi madre estaba recogiendo los vasos de la mesa distraídamente. Tobías también estaba allí, sentado al lado de la mesa, y cuando me miró se levantó rápidamente y corrió en mi dirección. Me agaché para saludarle y, cuando levanté la mirada vi que mi madre también se acercaba a mí.

          - Cariño, ¿estás bien? – preguntó, aún con la bayeta en la mano - Pensé que nunca volverías del baño.

          - Eh… - estaba desconcertada – Sí, lo siento.

          - Bueno, no importa. ¿Me puedes ayudar a recoger?

          - Sí – dije al momento.

Me acerqué a la mesa y empecé a apilar los platos para lavarlos después. Volví a mirar a mi madre. Ella no parecía acordarse de nada de lo que había pasado.

          - Mamá - dije al acabar de limpiar la cocina –, es tarde y mañana tengo que madrugar para ir al instituto.

          - Oh, claro. Vete a descansar cariño, hasta mañana.

Le sonreí y salí al pasillo. Subí la escalera nerviosa, y cuando llegué a mi cuarto cerré la puerta. Cogí mi teléfono móvil, el cual estaba en mi mesilla de noche, dónde lo había dejado la última vez, y llamé a mi mejor amiga. No tardó mucho en contestar.

          - Julia - dije justo después de que descolgara –, dime que tú recuerdas lo que pasó.

          - Sí, pero parece que no soy la única a la que sus padres la tomaron por loca.

Suspiré de alivio.

          - No le dije nada a mi madre. Intenté disimularlo, pero creo que notó que estaba nerviosa.

          - Te tengo que decir algo, porque que nuestras familias se hallan olvidado de todo no es lo más preocupante.

          -¿Qué pasa? – pregunté extrañada.

          -¿Te acuerdas que día nos fuimos?

          - Si no me equivoco el 18 de Marzo, ¿no? – no sabía a donde quería llegar Julia con todo aquello.

          - Sí.

          -¿Y qué tiene que ver eso?

          - Hoy es 26 de Mayo.

          -¿Qué…? – me quedé impactada - Eso es imposible, solo estuvimos allí poco más de dos semanas.

          - Compruébalo por ti misma.

Separé el móvil de mi oreja y vi la pantalla. 21:37, 26 de Mayo de 2020. Ella tenía razón. Volví a colocar mi teléfono.

          - Allí estuvimos alrededor de quince días - empezó a hablar otra vez mi amiga -, pero aquí pasaron más de tres meses. El tiempo pasa de distinta manera en el Infierno.

          -¿Y cómo explicas que el resto no se acuerda de nada?

          - No lo sé – suspiró.

          - Está bien. Hablamos mañana en el instituto, estoy agotada.

          - Claro. Buenas noches.

          - Buenas noches.

Finalicé la llamada y me senté en la cama, agotada. Coloqué mi mano en el mullido colchón, y con mi pulgar rocé algo. Giré mi cabeza y en ese momento fue cuando me di cuenta. El pequeño papelito y la Yunia reposaban encima de la cama, justo a mi lado. Agarré la flor y me la acerqué a la nariz. Su dulce olor me transportó a aquel día, en el jardín del palacio, con Michael. Espanté su rostro de mi mente lo más rápido que pude, no me apetecía pensar en él en ese momento. Entonces fue cuando cogí el papelito. Lo desdoblé y reconocí la elegante y minuciosa letra del Rey de los Demonios. “Lo siento”, era lo único que ponía.

Dejé ambas cosas en mi mesita de noche delicadamente. No quería recordar nada de eso, y la mejor forma de no pensar en ello era dormir. Me desvestí y cambié mi ropa por una vieja camiseta tres tallas más grande. Deslicé mi cuerpo dentro de la cama y cerré los ojos. Debió de ser el agotamiento o todos los sentimientos de ese día, que pronto me quedé profundamente dormida.




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