Sangre de demonio

Capítulo 20.

Crucé la entrada del hospital corriendo y vi que mi tía ya estaba allí, esperándome. No dije nada, tan solo me acerqué a ella y la abracé con fuerza. Noté que mi tío me daba caricias en la espalda, en señal de apoyo.

          -¿Cómo ha ocurrido? – pregunté cuando estaba un poco más calmada.

          - Creen que un conductor la atropelló. Se dio a la fuga, así que no saben quién fue. Un transeúnte llegó justo después y llamó a emergencias.

Nos sentamos en una salita, esperando noticias. El silencio que había allí era abrumador y las paredes oscuras hacían que le ambiente fuera aún más pesado. Los minutos y horas empezaron a pasar. El cielo ya estaba oscuro y se había levantado un fuerte viento fuera.

Al cabo de mucho tiempo un médico llegó. Este llevaba una ficha en las manos y su expresión era seria.

          -¿Sois la familia de Laura Marín? – preguntó él.

          - Sí – me levanté rápidamente y me acerqué.

          - Está estable, pero no fuera de peligro.

          -¿Podemos verla?

          - Sí, pero aún no ha despertado.

El camino hacia la habitación se me hacía eterno, y cuando por fin llegamos, un nudo se me formó en la garganta. Mi madre estaba allí tumbada, llena de moretones y heridas, conectada a varios cables que le suministraban distintos sueros. Su estado era lamentable. Mi corazón dolía, dolía mucho.

Me senté en uno de los sillones de la habitación, justo al lado de la cama. Desde allí podía ver que su respiración era muy débil y, a parte del ligero sube y baja de su pecho, nada más se movía.

Al cabo de un rato los ojos empezaron a pesarme por el sueño. Me resistía a dormir, pero cada vez era más difícil. Noté que alguien me tocaba el hombro y giré la cabeza repentinamente.

          - Duerme - me dijo mi tía -, te avisaré si despierta.

No estaba muy segura, pero al final asentí y apoyé mi cabeza contra el respaldo del sillón. En poco tiempo me acabé durmiendo.

 

Me desperté dolorida. Dormir sentada no era lo más cómodo del mundo. Lo primero que hice fue volver a ver a mi madre. Estaba exactamente igual que ayer, excepto porque de día su piel parecía estar aún más pálida. Giré la cabeza y vi que mis tíos no estaban. Entonces aquel pensamiento cruzó mi cabeza como un relámpago. Aprovecharía que no estaban para utilizar mis poderes. Tenía que intentarlo, al menos.

Coloqué mis manos sobre su pecho y me concentré. Volví a notar aquel calor tan característico, como el que había sentido la última vez. Justo cuando creí que lo estaba consiguiendo alguien abrió la puerta. Me separé rápidamente y miré hacia el lugar. Mi tía entraba con dos cafés en la mano y me ofreció uno.

          -¿Quieres? Es lo mejor para recuperar algo de energía.

          - Sí, gracias.

Agarré el vaso caliente y volví a mirar a mi madre. No lo había conseguido, ella seguía inconsciente. Tomé un sorbo de la bebida. Mi tío había llegado en el mismo momento y dejó una bolsa de papel encima de la mesita. Olía a croissant recién hecho, pero no me apetecía comer nada.

Los tres escuchamos un pequeño gemido y miramos hacia la cama. Mi madre empezaba a mover los dedos ligeramente y a parpadear.

          - Mamá – mi tono reflejaba una mezcla de sorpresa y felicidad.

          - Cariño – su voz era apenas un susurro.

          - Os dejaremos solas – dijo mi tía antes de salir de la habitación, acompañada de su marido.

Agarré firmemente la mano de mi madre y la miré a la cara. Giró lentamente la cabeza para verme y abrió los ojos despacio.

          - Cariño – empezó a hablar. Su voz era débil y entrecortada –, quiero que sepas que te quiero, y pase lo que pase nunca te olvides de eso.

          - Mamá, ¿puedes prometerme algo? - asintió - Cuando te den a elegir entre el Cielo o el Infierno, elige siempre el Infierno, ¿vale?

          -¿Por qué me dices eso?

          - Tú solo prométemelo, por favor… Confía en mí.

          - Te lo prometo – sonrió lentamente. Sus ojos se cerraron y el agarre sobre mi mano cesó.

          -¿Mamá? – no me respondió - ¿Mamá? – sacudí su mano, pero ella no reaccionaba. Lágrimas empezaron a brotar de mis ojos

          - Michael – dije con dificultad – cuídala bien.

Me levanté de la silla y sal al pasillo. Mis tíos estaban sentados en los taburetes de fuera, y me miraron a la vez cuando abrí la puerta.

          - Se ha ido.




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