Varios meses después…
La vida aquí había era incluso mejor de lo que pensaba. Tenía a mi familia, a mi mejor amiga (aunque reconozco que echaba de menos a Amanda) y la persona de la que estaba locamente enamorada. Todo el mundo en palacio era encantador, incluso los guardias, aunque no hablaban mucho. Me sentía como en casa.
Desde que había vuelto pequeñas cosas cambiaron:
Uno, me mudé de habitación a la de Michael. Mi madre no estaba muy de acuerdo con esto al principio, pero acabó aceptando después de mucho insistir.
Dos, puede que mi mejor amiga esté teniendo algo con Daemon. Lo he visto colarse en su enorme habitación unas cuantas veces y ella se pone roja cuando lo ve por los pasillos. Me parecen una linda pareja, sinceramente.
Tres, me he vuelto muy cercana a Odell, y parece que mi madre también. Me alegro de que por fin saliera toda la verdad a la luz.
Y cuatro, cada día Michael y yo estamos más unidos. Jamás pensé que esto me pasaría antes de conocer este mundo, pero ahora que lo tengo todo tan claro, me parece alucinante que sea real.
Ese día había empezado como otro cualquiera, hasta que llegamos al comedor. Todos ya estaban allí sentados, aunque el ambiente era raro. Al vernos entrar a nosotros dos por la puerta, tanto mi madre, como Julia y Odell, levantaron la cabeza a la vez con una pequeña sonrisita en su boca. Aquello me pareció algo siniestro, pero no le di importancia.
Empezamos a desayunar y todos se comportaban de manera extraña, como si guardaran algún secreto o algo así.
- ¿Estáis todos bien? – pregunté.
- Sí – respondieron sincronizados.
- Ok.
Las miraditas entre ellos y las risas disimuladas eran continuas, y algo irritantes al final. Iba a volver a preguntar que pasaba, pero la puerta volvió a abrirse. Nadie parecía esperarlo porque sus ojos se abrieron como platos. Fui la última en girarme, y cuando lo hice empecé a sonreír.
Amanda.
Me levanté rápidamente de la silla y la abracé con fuerza. Ella imitó el gesto y soltó un grito de alegría. Después Julia se nos unió y empezamos a dar saltitos como unas niñas pequeñas.
- No me puedo creer que estéis aquí - dijo después de separarnos -, creía que no os volvería a ver hasta que tuviera 70 años.
- Ya, yo también – contestó Julia –. Perdona que sea una pregunta tan rara, ¿pero cómo has muerto?
- Digamos que yo y los monopatines no nos llevamos muy bien. ¿Y vosotras?
- Gracias a una conspiración de los Ángeles – contesté.
- Uf, menos mal que no elegí el Cielo – rio.
Nos volvimos a sentar en la mesa y le explicamos todo lo ocurrido. Al final también tuvimos que decirle a mi madre quién era ella y demás.
Los minutos pasaron y ya era media mañana cuando salimos del comedor. El pasillo estaba tranquilo, como de costumbre, y el aire era cálido. Michael pasó su mano por la parte baja de mi espalda y se agachó para que su cabeza quedara a la altura de la mía.
- Tengo una sorpresa para ti - me susurró al oído - ¿Me acompañas?
Asentí y empezamos a caminar. Como cada vez que tiene que decirme algo, acabamos en el jardín. Ese lugar seguía siendo tan bonito como el primer día.
- ¿Este lugar te gusta mucho, eh?
- Sí - contestó –, pero también está lleno de recuerdos hermosos, con una personita especial.
- Oh, ¿así que ya estás siendo infiel? – bromeé.
- ¿Por qué tener una amante, cuando todo lo que necesitó está justo enfrente mía?
Ni si quiera me había dado cuenta de que estábamos en el centro del jardín cuando lo dijo. Colocó su mano en mi mejilla y cogió aire.
- ¿Qué es lo que me tienes que decir?
- Sabes que te amo, ¿verdad?
- Sí, y yo a ti. ¿Pero qué quieres decir con eso?
- Sé que es algo pronto para decirte esto, pero siento que debo hacerlo. Estoy seguro de que lo que hay entre nosotros es más fuerte de lo que haya sentido por nadie nunca y… Por eso quiero estar toda la eternidad a tu lado – soltó una risita nerviosa –. He visto a muchos humanos hacer esto, pero no sé si aquí funcionará.
- ¿De qué estás hablando? – era imposible que en aquel momento estuviera más confundida o nerviosa.
Michael hincó la rodilla y sacó algo de algún sitio en sus pantalones. Lo colocó en entre sus dedos y alzó la mano en mi dirección. Tenía un majestuoso anillo plateado con un gran diamante encima.
Llevé mis manos a mi boca. No me podía creer que fuera a hacer lo que creía que iba a hacer. Entonces fue cuando por fin lo dijo.
- Irene, ¿quieres ser mi reina?
No era capaz de decir nada, así que empecé a asentir frenéticamente. Michael sonrió más de lo que había hecho nunca y me abrazó. Al fin, cuando nos separamos, deslizó el anillo en mi dedo índice y me besó.
- Me acabas de hacer el demonio más feliz de mundo – rió contra mis labios.
- Y tú a mí – contesté después de volver a besarle.
Entonces es cuando escuché varios aplausos detrás de mí. Allí estaban todos los que ahora más que nunca consideraba mi familia: Mi bisabuelo, mi madre, mis mejores amigas (las cuales ahora consideraba mis hermanas), el ahora novio de Julia, Daemon, y el último de los tres, Saearys, que por lo visto había empezado a coquetear con Amanda. Ellos se habían convertido en indispensables en mi vida, incluyendo, obviamente, a Michael. No me podría haber imaginado una eternidad mejor acompañada.
FIN