Templo de Ishera,
Monte Dundaval.
La luna, alta y pálida, iluminaba las piedras blancas y doradas del templo, lanzando sombras largas y distorsionadas. Eloria se encontraba en los jardines internos, tratando de ordenar sus pensamientos mientras el aire fresco de la noche acariciaba su piel. A pesar de la serenidad del paisaje, su corazón seguía inquieto, el recuerdo del encuentro con aquel elfo —Valarys, según había escuchado murmurar a las sacerdotisas,— era un peso difícil de ignorar. Había algo en él que la inquietaba profundamente, una sensación que no lograba desentrañar. Su mirada, helada como la cima del monte, parecía perforar más allá de la carne y alcanzar el alma. Y ese gesto en su rostro... No era de amenaza abierta, pero tampoco de cordialidad. Era una expresión que ocultaba intenciones.
Eloria se estremeció, envolviendo su capa blanca alrededor de sus hombros. Desde que había llegado al templo, nunca había sentido algo tan cercano al miedo. Pero él... Él no era como los demás elfos que había conocido. Valarys tenía la intensidad de un verdugo. Su presencia era un recordatorio de que el mundo no se movía solo con palabras y devoción, sino también con decisiones despiadadas.
—Eloria —la voz de Sephora, Prefectora de la Ishastari, interrumpió sus pensamientos.
La Isharnati'Isharni'Ushavaeri giró lentamente, encontrándose con la figura imponente de Sephora. Su cabello blanco brillaba bajo la luz lunar, y su postura era tan recta como los pilares del templo. Sin embargo, su tono era más suave de lo habitual.
—¿Cómo te encuentras? —Preguntó Sephora, con una leve inclinación de cabeza.
Eloria vaciló antes de responder, su mirada volviendo al cielo.
—No lo sé... —admitió finalmente, su voz baja—. Nunca había sentido algo así. Ese elfo... Valarys. Es como si llevara consigo la muerte misma. Su intensidad... es abrumadora.
Sephora asintió lentamente, como si esperara esa respuesta.
—Valarys es... complicado —respondió, eligiendo cuidadosamente sus palabras. No debía revelar que aquel elfo era el que la vigilaria, no debía hacerlo.
Eloria la miró fijamente, buscando respuestas en su expresión serena pero impenetrable.
—¿Complicado? —repitió con un dejo de incredulidad—. Prefectora, no es solo complicado. Es aterrador. Nunca había visto a alguien así en todos mis años en la capital. ¿Qué tanto sabes de él?
Sephora se cruzó de brazos, su mirada fija en la lejanía.
—Sé lo suficiente para decirte que no debes preocuparte más de lo necesario, Eloria. Su presencia aquí es... circunstancial.— Mintió con cierto cálculo, sin hacerlo por completo.
Eloria frunció el ceño, sintiendo que esas palabras estaban calculadas. La Prefectora no era alguien que soltara información a la ligera, pero su evasiva era suficiente para que su mente comenzara a trabajar.
—¿Circunstancial? —Insistió—. ¿Qué significa eso? Es extraño, ¿no? Un elfo como él, aquí, en un templo que no parece de su interés...
Sephora no respondió de inmediato, pero su silencio decía más de lo que pretendía.
—Él tiene sus razones para estar aquí —dijo finalmente, su voz cortante pero calmada—. No todo lo que hace o dice tiene que ver contigo, Eloria.
Pero la Sacerdotiza elegida no era ingenua. Aunque la Prefectora intentaba evitar el tema, las piezas comenzaban a encajar. Valarys no estaba allí por azar, ni tampoco lo estaba solo por devoción al templo. Había algo más, algo que Sephora no estaba dispuesta a revelar.
—¿Tiene algo que ver con Antherys? —Preguntó de repente, recordando cómo el nombre de la suma Ishastari, gran madre de todas las sacerdotisas del templo, había surgido en murmullos tras su llegada.
Sephora apenas reaccionó, pero esa falta de reacción fue suficiente para que Eloria confirmara sus sospechas.
—Ya veo... —murmuró, más para sí misma que para la Prefectora.
Sephora la miró directamente entonces, con una expresión que bordeaba entre la advertencia y la preocupación.
—No te adelantes a conclusiones apresuradas, Eloria. Tus deberes son claros, y tu papel en este templo también. No permitas que los rumores o las emociones te desvíen de tu camino.
Eloria sostuvo su mirada por un momento, pero al final asintió, aunque no completamente convencida. Mientras Sephora se retiraba, Eloria volvió a mirar al cielo, preguntándose cuánto tiempo tendría antes de que Valarys revelara sus verdaderas intenciones.
Sabía que había más en juego de lo que la Prefectora estaba dispuesta a admitir. ¿Por qué ese elfo había solicitado casarse con Antherys? ¿Qué buscaba realmente?
Y, más importante aún, ¿cómo encajaba ella en todo esto?
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En los Exteriores del Templo de Ishera.
Eloria se detuvo al pie de las escalinatas del templo. El aire nocturno era frío, pero no lo suficiente como para enfriar el fuego que ardía en sus pensamientos. Frente a ella, un carruaje oscuro, tirado por dos caballos de pelaje negro brillante, se alejaba con elegancia. Las ruedas apenas emitían un murmullo sobre los caminos de mármol, como si incluso el vehículo compartiera la naturaleza sigilosa de su dueño.
Valarys.
Eloria apretó los labios, sintiendo cómo sus pensamientos se arremolinaban con nuevas sospechas. Había escuchado a las Ishastari hablar de la Ruta Sepgenta, un antiguo camino que conectaba varios templos sagrados, incluido el de Eridhion, dedicado a Parshath, el dios de la unión.
"¿Por qué iría allí?", se preguntó, pero la respuesta llegó como un golpe en el pecho.
Si Valarys se dirigía al templo de Parshath, era posible que estuviera buscando unirse en carne a una Isharath, siguiendo los antiguos ritos de la alianza sagrada. Las Isharath eran sacerdotisas que, a través de un vínculo físico y espiritual, sellaban pactos entre casas o clanes en busca de equilibrio y poder. Un Auferic, pensó Eloria, recordando las historias de aquellos elfos destinados a tomar ese rol, que combinaban astucia, fuerza y una peligrosa devoción por Edorak
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Editado: 06.07.2025