Sangre de Dioses y Reyes

Capitulo IV

Hora Segunda, Templo de Ishera.

Eloria llegó al Templo de Ishera mientras los rayos dorados del amanecer iluminaban sus muros intrincadamente esculpidos. La arquitectura del templo, con sus columnas altas y ornamentadas, parecía alzarse hacia los cielos, como si buscara tocar lo divino. Los techos estaban cubiertos por frescos que narraban la victoria de Ishera sobre los Ulblatanah, con escenas de la épica batalla y redención. Las puertas principales, talladas en madera negra y adornadas con grabados dorados, irradiaban una majestuosidad silenciosa.

Una Isharath de piel pálida y cabeza afeitada salió a recibirla, vestida con una túnica de lino blanco ceñida por un cinturón trenzado en oro y plata. Su rostro sereno y ojos profundos parecían escrutar el alma de Eloria antes de inclinarse levemente en señal de respeto.

—Bienvenida, Isharnati’Isharni’Ushvaeri. Hemos sido informadas de tu llegada. Todo está preparado para el ritual —dijo la Isharath con voz suave.

Eloria desmontó de su caballo con fluidez, entregando las riendas a un joven asistente. Su corazón latía con fuerza mientras seguía a la Isharath por el pasillo principal del templo, cuya longitud parecía interminable. Las paredes estaban decoradas con mosaicos que brillaban bajo la luz natural, mostrando episodios clave de la historia sagrada. Los aromas de incienso, mirra y madera quemada impregnaban el aire, envolviéndola en una atmósfera de reverencia.

Cuando llegaron a la sala de remembranza, Eloria se encontró frente a un altar sencillo pero imponente, hecho de mármol blanco y adornado con un único cuenco de bronce que contenía aceite perfumado. La Isharath se colocó a su lado, señalándole el lugar donde debía arrodillarse.

—Recita el Avys Gloriales cinco veces, en honor a la victoria de Ishera sobre las sombras. Permite que las palabras resuenen no solo en tu voz, sino en tu alma —instruyó la sacerdotisa.

Eloria cerró los ojos y respiró profundamente antes de comenzar. Las palabras del Avys Gloriales fluían de sus labios con precisión, cada repetición llenándola de una mezcla de calma y propósito.

"Ishera, portadora de la luz, señora del camino del Sol y la Luna, guía de los errantes. Tú, que enfrentaste las sombras y las doblegaste, escucha nuestro llamado…"

Su voz resonó en la sala, combinándose con los ecos de las oraciones de otras devotas en cámaras adyacentes. Al concluir la quinta repetición, sintió una paz interior que la fortaleció para lo que venía.

—Ahora estás lista para el siguiente paso —dijo la Isharath, ayudándola a ponerse de pie—. La Madre Superiora Ivelys te espera en el Santasantorum.

Eloria avanzó por los corredores laterales, que eran menos ornamentados pero igual de imponentes, con altas paredes que llevaban relieves de figuras angelicales y patrones celestiales. Las antorchas colocadas en nichos iluminaban el camino, proyectando sombras danzantes que parecían vigilar cada uno de sus movimientos.

Al llegar al Santasantorum, se encontró con un espacio amplio y circular. En el centro había un altar de obsidiana negra pulida, sobre el cual descansaban varias vasijas y herramientas ceremoniales. Ivelys, la Madre Superiora, estaba de pie junto al altar, envuelta en una capa de terciopelo púrpura que brillaba bajo la luz de un candelabro suspendido sobre ellas.

—Eloria, hija de la promesa —dijo Ivelys con voz firme y profunda—. Hoy serás ungida y preparada, no solo para el viaje que emprenderás hacia Anduril Duryadan, sino también para el destino que Ishera ha tejido para ti.

La Madre Superiora tomó una vasija dorada y vertió un aceite espeso y fragante sobre sus manos. Con un movimiento ceremonial, marcó la frente de Eloria con un símbolo sagrado. Luego encendió una varilla de incienso y la movió en círculos alrededor de ella, mientras murmuraba oraciones en un idioma antiguo.

—Ishera bendiga tus pasos y purifique tu espíritu —dijo Ivelys mientras continuaba el ritual—. Que la luz nunca te abandone, y que las sombras nunca encuentren lugar en tu corazón.

Eloria sintió una calidez que se extendía desde el símbolo en su frente hasta el resto de su cuerpo. Cuando el incienso se consumió por completo, Ivelys levantó una mano, señalando una puerta detrás del altar.

—Dirígete al lavabo sagrado. Allí te despojarás de tus vestiduras y te sumergirás en las aguas consagradas. Permite que el agua lave no solo tu cuerpo, sino también cualquier resto de duda o miedo.

Eloria obedeció, entrando al lavabo sagrado, un espacio construido completamente en mármol blanco con relieves de olas y estrellas. La piscina en el centro era poco profunda, pero su agua emanaba un brillo etéreo, como si estuviera iluminada desde dentro. Con un profundo suspiro, se despojó de sus vestiduras y se sumergió en el agua helada.

El impacto inicial la hizo contener la respiración, pero pronto sintió cómo el frío era reemplazado por una sensación de renovación. Permaneció bajo el agua durante un minuto, recordando las palabras de Antherys y las promesas que se habían hecho ante Ishera. Al emerger, sintió que algo en su interior había cambiado, como si hubiera dejado atrás una parte de sí misma para abrazar completamente su propósito.

Mientras se secaba y volvía a vestirse con una túnica sencilla que le habían dejado preparada, reflexionó sobre las palabras de la Madre Superiora y lo que había aprendido de Antherys. Aunque su viaje apenas comenzaba, sabía que cada paso estaba siendo guiado por una fuerza mucho mayor de lo que podía comprender en ese momento.

Con determinación renovada, salió del lavabo sagrado para encontrar a Ivelys esperándola en la puerta.

—Estás lista, Eloria. Que Ishera ilumine tu camino y te fortalezca en los días venideros —dijo la Madre Superiora, colocándole una capa ceremonial sobre los hombros.

Eloria asintió, agradeciendo en silencio, antes de dirigirse al exterior, donde su caballo la esperaba junto a un grupo de escoltas listos para partir hacia Anduril Duryadan.




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