Monte Eridhion,
Templo de Parshath, hora Tercia.
El sol resplandecía sobre el mármol blanco del Templo de Parshath, haciendo que sus columnas doradas destellaran como si estuvieran forjadas en luz celestial. Las escalinatas, amplias y decoradas con intrincados grabados que narraban las victorias de Parshath sobre los Anarhy, descendían majestuosamente hacia el foro Parshuad, donde la Ruta de Mithyleneh comenzaba su serpenteante trayecto hacia el Monte Dundaval.
Antherys, Madre Superiora de las Isharath, avanzaba con la elegancia propia de su posición. Su túnica de lino perlado ondeaba ligeramente con el viento, y su cabello trenzado, decorado con pequeños hilos de oro, brillaba como si fuese una extensión del templo mismo. A su alrededor, los sacerdotes del templo Parshath caminaban en solemne procesión, entonando un cántico en Honor a Parshath. Sus pasos eran medidos, reverentes, y el eco de sus sandalias sobre el mármol resonaba en la vasta explanada del templo.
Fue entonces, cuando se detuvo. Se había detenido un momento al borde de las escalinatas, volviendo la mirada hacia el imponente edificio detrás de ella. Era un lugar de poder y quietud, un refugio que había servido de guía espiritual para muchos a lo largo de siglos. Inspiraba respeto y una sensación de pertenencia que no podía ser ignorada.
—Que la luz de Parshath siempre ilumine su camino, Madre Superiora —dijo uno de los sacerdotes, un anciano humano de barba blanca y ojos sabios, mientras se inclinaba profundamente.
Antherys asintió con suavidad, reconociendo su devoción.
—Y que sus enseñanzas permanezcan siempre en sus corazones —respondió, su tono firme pero cálido.
Los sacerdotes se inclinaron una última vez antes de apartarse, dejándola a ella con sus escoltas más cercanos. Antherys comenzó a descender las escalinatas con pasos firmes, aunque su mente ya estaba ocupada en lo que vendría.
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En el Foro de Pashuad.
Al llegar al foro Parshuad, Antherys notó de inmediato la figura que la esperaba al pie de las escalinatas. Era Valarys. Este último, estaba de pie con la confianza de alguien que sabe que las circunstancias le favorecen. Vestía una túnica de tonos negro-carmesi decorada con el símbolo de su casa, un halcón alzando el vuelo y el símbolo de su orden sacerdotal. Su postura era relajada, pero sus ojos centelleaban con astucia.
Junto a él, varios nobles de alto rango formaban un semicírculo. Todos estaban vestidos con atuendos formales, y los pergaminos que portaban eran visibles, algunos sellados con cera dorada y otros con el inconfundible sello real del Rey Mablum. Uno de ellos, un Alto Elfae de cabellos plateados y porte imponente, entregó a Valarys un pergamino con el símbolo de los Augures de la corte del Rey. La sonrisa de Valarys se amplió al recibirlo, y lo guardó cuidadosamente en el interior de su capa, como si fuese un trofeo ganado con esfuerzo.
Desde su posición, Antherys no podía escuchar lo que se decía, pero el lenguaje corporal de los presentes era suficiente para comprender que los documentos portaban un peso significativo, pues llevaban el sello distintivo de la orden sacerdotal de los Augures de la estrella de Seis puntas y el símbolo real del Rey Mablum. A medida que se acercaba, sintió las miradas dirigirse hacia ella, algunas curiosas, otras reverentes. Pero la de Valarys destacaba entre todas: era la mirada de un elfo que ya se consideraba vencedor.
Avanzó, con paso lento, pero sereno. Pero a veinte metros de distancia, Antherys se detuvo un instante, observando el círculo de sacerdotes Parsharid que aún la acompañaban. Con un gesto imperceptible, pidió a los escoltas que se apartaran, permitiéndole avanzar sola. Caminó con determinación, su mirada fija en Valarys.
El aire entre ellos parecía cargado de tensión, un enfrentamiento silencioso donde ninguno de los dos cedería terreno fácilmente. Mientras se acercaba, podía ver cómo Valarys ajustaba ligeramente su postura, su sonrisa adquiriendo un matiz más diplomático, pero igualmente cargado de significado. Antherys sabía que este encuentro era solo el primero de muchos juegos que ambos jugarían en los días venideros.
La Ruta de Mithyleneh y el viaje al Monte Dundaval aún la aguardaban, pero este momento, este cruce de miradas, sería recordado como el verdadero inicio de lo que estaba por venir.
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Monte Eridhion,
foro Parshuad,
Templo de Parshath.
Antherys avanzó con calma calculada, como una gacela acechando a su presa. La brisa fría del Monte Eridhion no lograba disipar la tensión que crecía con cada paso. Valarys, pese a su compostura habitual, retrocedió instintivamente. Su mirada evaluaba cada movimiento de la Madre Superiora, y por primera vez, su confianza titubeó al verla tan segura de sí misma.
Antherys detuvo su avance a un brazo de distancia de Valarys. Sus ojos, profundos y cargados de sabiduría, lo escrutaron antes de romper el silencio con una sonrisa apenas perceptible.
—El cansancio y las movidas en las lides políticas disminuyen la suspicacia de tu sonrisa, esposo mío.
El ceño de Valarys se alzó, confundido por lo que acababa de escuchar.
—¿Qué has dicho? —preguntó con un tono que oscilaba entre incredulidad y desafío.
Antherys no respondió de inmediato. En cambio, alzó una mano con elegancia y retiró una partícula de polvo, o tal vez una ilusión fabricada para ese momento. El movimiento fue lento, casi ceremonial.
—No entiendo... —dijo Valarys, retrocediendo un paso más, pero Antherys avanzó sin ceder terreno.
—Claro que comprendes —replicó ella, sus palabras como una daga afilada que cortaba cualquier intento de resistencia—. Desde el momento en que lanzaste tus cartas entre los nobles menores y los Altos Elfae, esposo mio, desde que incitaste con suspicacia la orden de Revoquio al Alto Elfae Eryndor, ya estabas jugando el juego de los dioses.
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Editado: 17.05.2025