Puerta Norte de Arduin, hora Décima.
Nada más llegó al carromato, este último partió. Eloria apenas tuvo tiempo de asentarse antes de que los caballos, criaturas esbeltas y majestuosas con crines plateadas, comenzaran a galopar con precisión calculada. El suave traqueteo de las ruedas sobre el empedrado resonaba en el aire fresco de la mañana, mientras la Puerta Norte de Arduin, la más imponente de todas, comenzaba a vislumbrarse en la distancia.
El camino por la ruta de Mithilene era tan antiguo como los propios elfos de Vaelorn. Se decía que los primeros de su estirpe habían recorrido ese mismo sendero, desde las colinas de Nimloth hasta los valles de Faranthia, en su búsqueda de un hogar eterno. La ruta atravesaba los límites de la ciudad y se extendía hacia un mosaico de paisajes: bosques antiguos cuyas copas se entrelazaban formando techos de esmeralda, praderas salpicadas de flores que parecían gemas desperdigadas, y ríos cristalinos que serpenteaban entre las colinas como si fueran venas de plata.
A medida que el carromato avanzaba, Eloria observaba con atención los seminarios élficos, lugares de enseñanza que se alzaban como joyas arquitectónicas en el horizonte. Sus torres esbeltas y blancas brillaban a la luz del sol, y sus vitrales relucían con colores vibrantes, narrando las historias de los héroes de antaño y los juramentos sagrados que alguna vez los guiaron. Las voces de los estudiantes se escuchaban a la distancia, sus cánticos y recitaciones flotando en el aire como ecos de conocimiento inmortal.
Más allá de los seminarios, la vista cambiaba a las zonas rurales colindantes, donde las casas de madera y piedra se integraban armoniosamente con la naturaleza. Viñedos, campos de trigo y jardines de flores se extendían en todas direcciones, cultivados con esmero por los campesinos élficos, cuyas manos parecían trabajar en sincronía con la misma tierra. Era un recordatorio del equilibrio que siempre habían buscado mantener con el mundo que los rodeaba.
Finalmente, llegaron a la Puerta Norte de Arduin. Se alzaba majestuosa, un testamento de la grandeza y el legado de la ciudad. Construida con oro bruñido y cristal pulido, reflejaba la luz como si capturara un amanecer eterno. Las hojas de la puerta, grabadas con runas antiguas, se abrían de par en par con un movimiento tan suave que parecía obra de magia. Era como si la propia ciudad, consciente de la partida de Eloria, se despidiera de ella, augurándole un futuro incierto.
Eloria no pudo evitar sentir un nudo en el pecho mientras cruzaban el umbral. Miró hacia atrás por última vez, contemplando los 33 montes de Arduin, cuyas cimas estaban bañadas por la luz dorada del sol. Supo entonces que ese sería el último vistazo de su hogar por un largo tiempo. No volvería hasta haber cumplido su misión, hasta que estuviera lista para traer consigo la promesa de la niña que perpetuaría el linaje de Aelarion.
Había muchas expectativas depositadas en ella. Las palabras de Antherys resonaban en su mente: "Eres nuestra esperanza, Eloria. El destino de Vaelorn está entre tus manos." Sus hermanas de la orden, sus maestras y, sobre todo, las generaciones futuras, todas confiaban en que ella cumpliría su propósito.
Sin embargo, mientras avanzaban por el camino, una sensación incómoda comenzó a germinar en su interior. Algo sobre esta misión, sobre las palabras de los dioses, le resultaba inquietante. Como si una parte de ella supiera que este viaje no solo marcaría el inicio de un gran cambio, sino también el descubrimiento de verdades que la harían cuestionar todo lo que había conocido.
Dejó escapar un suspiro, tratando de calmar su mente, pero los pensamientos seguían fluyendo como un río desbordado.
"¿Qué es lo que realmente esperan de mí?" se preguntó en silencio, mientras el carromato seguía su camino hacia el norte, alejándose cada vez más de Arduin.
Poco sabía Eloria, la elfae y suma sacerdotisa, que su vida y sus creencias estaban a punto de cambiar de forma radical. La misión que tanto había esperado cumplir no solo traería respuestas, sino que también abriría heridas y desenterraría secretos que ningún mortal, ni siquiera los más sabios, estaban preparados para enfrentar.
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Ruta Argenta, hora nocturna.
Esa noche, el viento soplaba con fuerza mientras el carromato avanzaba por los caminos de Vaelorn, alejándose cada vez más de la majestuosa Arduin. Eloria no podía dejar de pensar en el destino que la aguardaba. La provincia de Anduril Duryadan se encontraba al norte, una región de la que no sabía mucho, pero cuya importancia en su misión la había obligado a reflexionar. Tenía que llegar allí, pero antes, debía entender más sobre ese lugar misterioso.
El fuego crepitaba en el centro del campamento, rodeado por los escuderos y los guardias que la acompañaban. Ilariel, la conductora del carromato, estaba sentada cerca del fuego, con su cabello castaño recogido en una coleta que brillaba a la luz de las llamas. Los dos guardias elfos, Aelron y Thalathir, se encontraban más apartados, en la penumbra, hablando en voz baja entre ellos. Eloria, como era costumbre en ella, aprovechó el momento para hacer preguntas.
—¿Anduril Duryadan? —Preguntó, sin apartar la vista del fuego—. No sé mucho de esa región. ¿Qué me pueden decir sobre ella?
Ilariel levantó la vista, sorprendida por la pregunta, pero luego sonrió de manera cálida.
—Es una región comercial, muy importante, que conecta varias de las fronteras de Vaelorn. La ciudad de Duryadan es un punto clave en el comercio de especias, madera preciosa, metales raros... cosas que el resto de Vaelorn valora. Pero, hay algo que muchos no cuentan de esa tierra. —Ilariel hizo una pausa, mirando al fuego, y luego continuó—. Se dice que la región está plagada de árboles de cristal y cuarzo, especialmente en las colinas cercanas a Valthoria, donde el terreno es peculiar. Estos árboles están prohibidos a las personas, pues se cree que son sagrados y que protegen a ciertos espíritus familiares y entidades etéreas. Los elfos de Anduril Duryadan aseguran que son árboles que fueron plantados por el Rey Valerys cuando se asentó allí, pero nadie sabe la verdadera razón detrás de su existencia.
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Editado: 17.05.2025