Ruta de Uranthir.
La luna se alzaba alta sobre el cielo, derramando su pálida luz sobre los campos y bosques que bordeaban la sinuosa ruta de Uranthir. El carromato avanzaba lentamente, sus ruedas crujiendo sobre el empedrado irregular. Eloria observaba con detenimiento desde su asiento dentro del vehículo, sus ojos escudriñando las sombras que parecían danzar a ambos lados del camino.
El guardia Aelron, quien cabalgaba junto a Thalanthir al frente, detuvo su montura repentinamente, levantando una mano para señalar al grupo que se detuviera.
—Nos adentramos en territorio peligroso —anunció con voz firme, mirando hacia el carromato. Sus ojos dorados brillaban con una mezcla de vigilancia y gravedad—. Lady Eloria, manténgase dentro. Thalanthir y yo vamos a verificar el perímetro.
Eloria asintió con calma, aunque su curiosidad comenzaba a picarle en la mente.
—¿Qué tan peligroso? —preguntó, cruzando las manos sobre su regazo.
Aelron desmontó con agilidad, inspeccionando los alrededores mientras respondía:
—Esta región, conocida como la Ruta de Uranthir, está infestada de rezagados. Elfos de mala sangre, que fueron desterrados de nuestras tierras por sus crímenes o por su linaje corrupto. También hay matones humanos que encontraron aquí un lugar para ocultarse de la justicia.
Thalanthir, que también desmontó, se acercó al carromato con una sonrisa cínica.
—Y no solo eso, Lady Eloria. Aquí no se distingue entre amigos y enemigos. Los que viven en esta ruta atacan sin previo aviso, ya sea para robar o simplemente por placer. Manténgase cerca de Ilariel y evite exponerse.
Eloria levantó una ceja ante el tono de Thalanthir, pero decidió no replicar. Miró a Ilariel, quien estaba sentada junto al conductor, con el ceño fruncido.
—¿Siempre es así de malo este lugar? —preguntó Eloria, inclinándose hacia ella.
Ilariel suspiró, sus dedos tamborileando sobre la madera del asiento.
—Peor de lo que imaginas, Isharath. Uranthir siempre ha sido una región olvidada, un lugar donde las leyes no llegan. Incluso las patrullas de los Altos Bosques evitan este camino. Es una ruta necesaria para el comercio, pero solo los desesperados o los temerarios la toman sin escolta.
Mientras hablaban, Aelron y Thalanthir se dispersaron hacia los bordes del camino, revisando los arbustos y las sombras en busca de posibles emboscadas. Eloria observó cómo sus figuras desaparecían entre la maleza, sus pasos casi inaudibles incluso para su oído entrenado.
El viento sopló, trayendo consigo un susurro extraño, como un murmullo de voces distantes. Eloria se estremeció levemente, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Qué clase de elfos de mala sangre habitan aquí? —preguntó en voz baja, volviendo su atención a Ilariel.
Ilariel apretó los labios, como si no quisiera responder al principio, pero finalmente cedió.
—Aquellos que fueron marcados por la corrupción de su linaje, ya sea por mezclas impuras con humanos o por traiciones en épocas antiguas. Se les conoce como los Ulruithan, o simplemente los Malditos. Nadie sabe con certeza de dónde provienen, pero tienen la habilidad de ocultarse entre las sombras y moverse como espectros.
Eloria asimiló la información, su mente trabajando rápidamente. Había escuchado vagamente sobre los Ulruithan en los registros de las Isharni, pero nunca los había considerado más que una leyenda para infundir miedo.
Un chasquido repentino la sacó de sus pensamientos. Aelron regresó, moviéndose rápidamente hacia el carromato.
—Algo no está bien —dijo en un susurro urgente—. Hay huellas frescas cerca del camino, y parecen recientes.
Thalanthir llegó poco después, con el rostro tenso.
—Un grupo numeroso ha pasado por aquí. Podrían ser simples comerciantes... o podrían no serlo.
Eloria miró a ambos guardias, evaluando la situación. Antes de que pudiera hablar, Aelron levantó una mano para interrumpirla.
—Sea lo que sea, no nos quedaremos para averiguarlo. Continuaremos avanzando, pero con más precaución. Y usted, Lady Eloria, no salga del carromato bajo ninguna circunstancia.
La sacerdotisa asintió, aunque el tono de advertencia de Aelron comenzaba a molestarla. Sin embargo, decidió no replicar. Había algo en la seriedad de su expresión que la convenció de seguir su consejo.
Mientras el grupo avanzaba lentamente, el silencio se volvió casi opresivo. El ruido de las ruedas del carromato parecía amplificarse en la quietud, y cada crujido de las hojas o el susurro del viento hacía que todos estuvieran en tensión.
Eloria se inclinó hacia una de las pequeñas ventanas del carromato, observando el oscuro horizonte. Por un instante, creyó ver algo moverse entre los árboles, una sombra que desapareció tan rápido como había aparecido.
—¿Viste algo? —preguntó Ilariel, notando su inquietud.
—No estoy segura —respondió Eloria, apartándose lentamente de la ventana.
Por ahora, lo único claro era que la Ruta de Uranthir no era un lugar donde la seguridad estuviera garantizada, y los rezagados que la habitaban eran solo una parte del peligro. Algo más parecía estar acechando en las sombras, esperando el momento adecuado para atacar.
----------
Media hora después,
El carromato avanzaba con cautela bajo la atenta mirada de Aelron y Thalanthir, quienes se desplazaban flanqueando el vehículo como dos sombras alerta. La tensión se podía sentir en el aire, cada pequeño ruido parecía amplificado por el silencio que reinaba en la Ruta de Uranthir.
Eloria trataba de mantener la calma, pero su mente se mantenía inquieta. No solo por las advertencias de los guardias, sino también por la sensación de que algo, más allá de los rezagados, estaba acechando en la penumbra.
—¿A menudo encuentran problemas aquí? —preguntó, rompiendo el silencio al mirar a Ilariel, quien manejaba las riendas del carromato con gesto firme.
Editado: 13.12.2024