En el interior del bosque de Uranthir.
Kaelthir estaba sentado en su trono de huesos, los dedos tamborileando con una cadencia casi hipnótica sobre los apoyabrazos tallados. La caverna a su alrededor zumbaba con murmullos de actividad. Sus seguidores iban y venían, preparando armas, comerciando botines o intercambiando miradas cargadas de rivalidad. Era un microcosmos de tensión constante, el reflejo de lo que Uranthir mismo había llegado a ser.
El bosque de Uranthir no siempre había sido una maraña de escaramuzas y caos, pero en los últimos siglos, bajo la sombra de su vasto dosel, había florecido una red de bandas rivales, cada una compitiendo por territorio e influencia. Los rezagados, humanos y elfos de mala sangre, eran los más numerosos. Sin embargo, las bandas más peligrosas eran aquellas que habían aprendido a domesticar a las criaturas del bosque o a manipular los extraños flujos mágicos que emanaban de la región.
Kaelthir, por supuesto, entendía esto mejor que nadie. Había pasado los últimos setecientos años tejiendo su red de influencia, consolidando su posición como el líder indiscutido de su banda. Pero su ambición no era nueva; era tan vieja como su existencia misma. Hace doscientos mil años, cuando el mundo aún respiraba bajo un sol diferente, él había sido un estratega al servicio de los Ulblatanah. En aquellos días, un puesto de avanzada era un bastión para extender el poder de su facción, un símbolo de dominio. Ahora, en este tiempo más reducido y sucio, servía para mantener la supervivencia en un Reino que apenas reconocía.
Con la reciente migración de los Varunthir, las bandas habían dejado de enfrentarse en las arboledas más profundas. Aquellos lobos de sombras, se desplazaban como humo en la penumbra, y se había instaurado una tregua involuntaria entre las bandas rivales. Los líderes temían más a los Varunthir que a cualquier enemigo rival, y Kaelthir entendía por qué: eran implacables, famélicos y desconfiaban tanto de los mortales como de las criaturas mágicas. Pero Kaelthir tenía algo que las otras bandas no poseían: ingenio y recursos antiguos.
Uranthir era un lugar codiciado, no solo por su posición estratégica, sino por las riquezas que albergaba bajo su suelo. Las minas de cristal que se extendían en las regiones aledañas eran célebres en Vaelorn. Entre los minerales más buscados estaban:
El Ethrion, una piedra de azul profundo usada para canalizar energía mágica pura; la Luminarita, un cristal translúcido que irradiaba una luz constante, ideal para iluminar zonas oscuras sin recurrir a fuego; Maginita, de tonos verdes iridiscentes, utilizada en la fabricación de armas encantadas; Urthalium, un metal denso que podía almacenar hechizos complejos, codiciado por arcanistas y alquimistas.
Todas aquellas riquezas y más, junto con los rumores de túneles abandonados que conectaban con ciudades perdidas y prohibidas, atraían a los locos y ambiciosos. Kaelthir sabía que los recursos de Vaelorn eran la clave para financiar su dominio en Uranthir, y era precisamente eso lo que lo impulsaba a trazar planes cada vez más audaces.
El último de ellos dependía del secuestro de la sacerdotisa elfa que atravesaba su territorio. No era un plan complicado: provocar a los guardias, desatar el caos y aprovechar la confusión para tomar a la sacerdotisa como prisionera. Su objetivo era claro: exigir un rescate suficiente para contratar a un ejército de mercenarios y finalmente aplastar a las bandas rivales que le disputaban la supremacía en Uranthir. Sin embargo, sus espías habían traído noticias inquietantes.
—Jefe, hay un problema,—había dicho uno de ellos más tarde, cuando había enviado otra partida exploradora. Kaelthir recordaba el nerviosismo en su tono, algo que rara vez toleraba—. Hay otra elfa.... La del carromato... La que maneja el carromato..... No es una elfa cualquiera.
—Habla —exigió Kaelthir, sus ojos rojos perforando al informante como cuchillas.
—Es una Aurora del Templo de Urishadar. Lo se por el simbolo que lleva en su túnica.
Kaelthir había contenido una maldición, sus puños apretándose involuntariamente. Sabía lo que eso significaba. Las Auroras eran más que sacerdotisas; eran sacerdotizas guerreras entrenadas en las artes marciales y mágicas más exigentes. El templo de Urishar, era uno de los templos más antiguos y respetados de Arduin, solo aceptaba a los mejores.
El informe de la Aurora, complicaba las cosas, pero no las hacía imposibles. Kaelthir sabía que para enfrentarse a una Aurora necesitaba estar presente. Había guerreros en su equipo que podrían sostener una pelea contra una sacerdotisa corriente, pero una Aurora era otra historia.
—Si vamos a hacer esto —murmuró Kaelthir para sí mismo, mirando el mapa extendido sobre una mesa de piedra—, entonces tendré que estar ahí para asegurarme de que no nos supere.
Sus ojos se desviaron hacia el cristal de Estaría que brillaba débilmente en la penumbra de la caverna. Tenía planes de contingencia para todo. Incluso para lo inesperado.
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Ruta de Uranthir.
El crepitar de las ruedas del carromato rompía la serenidad inquietante de la Ruta de Uranthir. Los densos árboles se alzaban como columnas sombrías, y la niebla que empezaba a bajar parecía susurrar secretos que solo el bosque entendía. Aelron y Thalanthir, cada uno montado en sus caballos, vigilaban con atención cada movimiento en el entorno. Sus espadas descansaban a su alcance, y sus ojos no perdían detalle del sendero que se retorcía delante de ellos.
—¿Sientes eso? —preguntó Thalanthir, rompiendo el silencio con un murmullo apenas audible.
Aelron asintió, sus ojos oscuros clavados en las sombras que parecían moverse entre los árboles.
—El bosque está... más callado de lo usual. Eso nunca es buena señal.
Dentro del carromato, Eloria estaba sentada con las piernas cruzadas, en una posición de meditación. Sus manos descansaban sobre su regazo, y su respiración era lenta, acompasada, pero su rostro reflejaba preocupación. La sacerdotisa no necesitaba ver el exterior para sentir el cambio en la atmósfera. Las energías del bosque, siempre vibrantes y llenas de vida, se sentían ahora opacas, tensas, como si algo oscuro estuviera acechando.
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Editado: 06.07.2025