Bosque de Uranthir, al atardecer
Kaelthir avanzó con pasos serenos yBosque de Uranthir, al atardecer
Kaelthir avanzó con pasos serenos y decididos, su silueta apenas recortándose contra la luz dorada del atardecer que se filtraba entre las hojas del bosque. El interior del carromato era estrecho, con los restos de una pequeña lámpara de aceite derramada en el suelo, su fragancia resinosa aún flotando en el aire. Sobre un lecho improvisado de mantas de lino, con la sacerdotisa de Ishera inmóvil, y su respiración pausada, apenas perceptible.
La miró con el ceño fruncido. El cabello dorado y rizado enmarcaba su rostro con un fulgor etéreo, pero lo que realmente lo perturbó fue la semejanza inquietante con su antigua amiga Arelia Sharinar Eliora. Kaelthir sintió que el tiempo se quebraba un instante, como si estuviera viendo un reflejo del pasado superpuesto al presente. Doscientos mil años habían pasado desde la guerra de los Ulblatanah, y sin embargo, aquí estaba otra vez esa mirada dormida, ese perfil sereno, aunque con diferencias sutiles: Arelia tenía el cabello plateado y lacio, su presencia era como el filo de una espada envainada, contenida, pero letal.
Se sacudió la cabeza, despejando los recuerdos. No tenía tiempo para fantasmas del pasado. Examinó con la mirada a la joven elfae. ¿Cuantos años debía tener? ¿Doscientos, trescientos? De cualquier manera, debía tener una edad considerable. De pronto intuyo que quizá debía tener los 333 años. Aparte del símbolo del sol y la luna enlazados en su hombro le daba mucho que pensar.
Asintió con una sonrisa. Por supuesto, era una de esas.
— Una Isharath’Isharni’Ushvaeri… —susurró, casi con desdén, observando la respiración entrecortada de la sacerdotisa, la marca en su hombro era similar al de Arelia. Una elegida, un receptáculo para un linaje especial.
Sabía que las Madres Superioras de Ishera habían vuelto a elegir a otra contenedora, una que según su amiga Arelia, pudiera traer el linaje prometido de Aelarion. Su captura no era solo un golpe contra Arduin, sino un eslabón en una cadena de eventos mayores. Y él tenía la intención de romper esa cadena o forjarla a su conveniencia.
Se arrodilló junto a ella y pasó un dedo enguantado por la mejilla de la elfa, sintiendo su calidez. Eloria no reaccionó. El uso de la magia hechaédrica la había dejado exhausta, su cuerpo pagaba el precio de proteger a sus compañeros.
—Tanta devoción… y sin embargo, sigues siendo solo una pieza en el juego de los dioses.
La tomó por los hombros y la cargó sobre su espalda con facilidad. Su cuerpo era liviano, pero la sensación que dejaba sobre él era pesada, como si estuviera sosteniendo el destino de algo más grande de lo que aún no comprendía del todo.
Cuando salió del carromato, el bosque de Uranthir lo recibió con su brisa fría y el lejano ulular de un ave nocturna, los Varunthir se habían desvanecido. Sus hombres ya se habían encargado del resto: Ilariel seguía en el suelo, sangrando, inconsciente pero viva. Aelron y Thalanthir no se moverían pronto, los había dejado bien noqueados
Kaelthir miró a sus bandidos, varios de ellos humanos y Elfuarade muy antiguos, alzó ligeramente la barbilla.
—Nos vamos. Ahora.
Y así, sin más palabras, con la sacerdotisa a cuestas, se internó en la espesura, entre las sombras del bosque que parecían cerrarse tras él como si quisieran devorar su silueta.
------------------------
Arduin, capital de los 33 montes,Monte Dundaval, Sede Principal del Templo de Ishera,
El aire en el templo era denso con el aroma de los inciensos de Yliria, sus fragancias sagradas se alzaban en delgados velos que flotaban sobre las sacerdotisas reunidas en la gran cámara de preparación. La luz de las lámparas de cristal teñía las paredes de un fulgor ámbar, reflejando los delicados mosaicos que narraban los antiguos ritos de consagración.
Antherys, Madre Superiora del Templo de Ishera, estaba de pie en el centro, con el torso desnudo salvo por finas telas de lino que caían sobre su piel como una segunda sombra. Sus sacerdotisas la rodeaban, untándola con aceites sagrados extraídos de las flores de Yliria, una sustancia cuya esencia no solo impregnaba el cuerpo, sino el alma.
—Respire hondo, Madre Superiora, —susurró una de las asistentes, deslizando los dedos cubiertos de ungüento sobre sus clavículas y luego a lo largo de sus brazos.
Antherys asintió, cerrando los ojos por un momento, tratando de centrar su espíritu en el rito. Pero su mente estaba inquieta. Dos días. Dos días habían pasado desde que Eloria, la Isharnati'Isharni'Ushvaeri había partido. Y la inquietud había crecido como una sombra sobre su pecho, implacable, persistente.
Sintió un escalofrío recorrer su espalda, aunque la sala estaba cálida.
—Eloria… —susurró para sí misma, pero sus labios apenas se movieron.
Las demás sacerdotisas continuaban con la preparación, inconscientes de sus pensamientos. Una de ellas trenzaba delicadamente su cabello plateado con filamentos de oro, en un patrón ancestral que simbolizaba la unión con el ciclo divino. Otra marcaba su piel con sigilos en espirales, símbolos de fertilidad y trascendencia.
Pronto, ingresaría al Agerum.
El Agerum era el santuario más sagrado del templo, una cámara sumergida en aguas primigenias donde las Madres Superioras se bautizaban de nuevo antes del casamiento ritual. En la teología de Ishera, el matrimonio no era solo la unión con un esposo, sino con el flujo de la vida misma, con el linaje que debía crear o preservar. La nueva semilla debía prosperar en un cuerpo purificado. Pero Antherys no podía ignorar el peso que oprimía su pecho. Un presentimiento. Como un eco de algo distante, como si las corrientes del destino hubieran cambiado de curso sin que nadie lo notara salvo ella.
Se permitió abrir los ojos y vio su reflejo en el espejo de obsidiana al otro lado de la sala. Su rostro era sereno, pero en sus ojos había algo más: una sombra, una duda.
#855 en Fantasía
#143 en Magia
fantasia accion aventura y romance, fantasía romance acción aventura
Editado: 18.02.2025