En el interior del Bosque de Uranthir,
Eloria se mantuvo inmóvil, con los ojos apenas entrecerrados, fingiendo seguir inconsciente. Su respiración era pausada, medida, mientras su mente trabajaba con precisión. El murmullo de voces en la caverna creaba un zumbido constante, mezclado con el crepitar del fuego y el sonido de botas resonando en la piedra. Poco a poco, entre las conversaciones dispersas, captó algo que hizo que su pulso se acelerara.
—Kaelthir no tardara en regresar. Dijo que iría a revisar la última incursión —comentó un hombre de voz ronca.
Kaelthir.
Eloria sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Así que ese era el nombre del líder de la banda. El mismo que la había secuestrado.
—¿Crees que le parezca bien este botín? —Preguntó otro, con tono más joven, casi nervioso.
—No lo sé, pero a él no le interesan las baratijas —respondió otro con una carcajada seca—. Desde que nos juntamos, siempre ha estado detrás de otra cosa.
—Él busca venganza —gruñó un elfo de piel púrpura con una cicatriz en la mejilla.
Hubo un silencio tenso, hasta que una nueva voz, más pausada y profunda, intervino.
—Kaelthir no es solo un bandido. Fue un general en la revuelta de los Ulblatanah.
Eloria sintió que el aire se le atascaba en los pulmones. Los Ulblatanah. Sabía de ellos, pero solo de forma superficial. La orden de sacerdotisas siempre se había referido a ellos como traidores, como rebeldes peligrosos que se alzaron contra el equilibrio de Vaelorn y que apunto estuvieron de someterlo. Sin embargo, nunca le contaron el porqué real de la revuelta.
—No solo eso —continuó la voz profunda—. Kaelthir ayudó a los Faeric, en la segunda guerra, en Dolblatanah.
Eloria frunció el ceño. Los Faeric. Otro nombre que había escuchado antes, pero que siempre había sido envuelto en misterio. Se decía que era una de las milicias más poderosas de Vaelorn, que sus huestes se repartían por millones. Hábiles, tácticos y diestros en el arte de la guerra, elmapelatico Faeric, era, según se decía, apelativo de miedo y temor entre los ejércitos rivales.
Fue entonces cuando un muchacho, uno de los más jóvenes del grupo, habló con tono dubitativo:
—Pero... no entiendo. ¿Por qué una sacerdotisa de Ishera se uniría a una revuelta? Se supone que tienen una percepción brutal para desentrañar intrigas.
Eloria contuvo la respiración. Esa era una buena pregunta. ¿Porque?
—Eso sigue siendo un misterio —respondió una nueva voz, más serena y cargada de una sabiduría ancestral. Era un elfo de piel púrpura suave, un Elvarah, venido de la región nor-occidental de Vaelorn.
El grupo guardó silencio mientras el Elvarah acomodaba su postura junto al fuego y entrecerraba los ojos, como si estuviera recordando algo distante.
—Se dice que el general en jefe de los Ulblatanah llevó a la sacerdotisa elegida del Sol y la Luna a una región montañosa. Allí, según las supersticiones más antiguas, existe una ciudad extraña… de hierro, que ruge y brilla.
Eloria sintió un escalofrío. ¿Una ciudad de hierro?
El Elvarah continuó:
—Fue en ese lugar donde la facción de los Faeric, la guardia real de aquella sacerdotisa, se unió a los Ulblatanah. Y también donde la sacerdotisa de aquella época vio algo… algo que la hizo cambiar de opinión sobre Arduin y sobre las verdades de Vaelorn.
Eloria sintió cómo su piel se erizaba. ¿Qué fue lo que vio?
Otro elfo resopló con desdén.
—No te dejes llevar por los rumores. Todos saben que la sacerdotisa se unió a la revuelta porque se enamoró del elfo general de los Ulblatanah. Esa es la verdadera razón por la que traicionó a su orden.
El Elvarah negó con la cabeza. A todas luces, molesto, pero dejando que su congénere se creyera eso.
—Quizás su relación existió, pero eso no explica por qué toda su facción, la de los Faeric, abandonaran su lealtad a Arduin y se unieron a los Ulblatanah de golpe. Si fuera solo por amor, sus seguidores, la guardia de los Faeric no la habrían acompañado.
—Tienes razón —intervino otro elfo, un poco más escéptico—. Pero entonces, ¿qué fue lo que ella vio y escuchó en esa región montañosa?
El silencio que siguió fue casi sepulcral. Eloria por su parte, aguzo los oídos, tenía curiosidad. Y esque ella, quería saber por qué una elegida por la mismísima Ishera había traicionado Arduin y toda Vaelorn.
Fue Oddete, el líder del grupo, quien rompió la quietud.
—Esa es la pregunta correcta —dijo con tono intrigado—. ¿Qué vio la sacerdotisa en ese lugar?
El Elvarah exhaló lentamente antes de responder:
—Nadie lo sabe con certeza, algunos dicen que fue un escrito antiguo, otros la verdad detrás de Vaelorn y Arduin, en donde se dice que los Dioses no son Dioses, sino entidades que juegan con el destino de las razas. Pero lo que sea que vio fue suficiente para hacer que la Isharnati'Isharni'Ushvaeri de esa época y toda su facción, la de los Faeric, se unieran a los Ulblatanah y formaran la terrible facción de los Faeric Ulblatanah.
Eloria sintió su corazón martilleando en su pecho. Eso no sabía, más razón para ir a esa región montañosa de la que Ilariel, le había hablado. Había escuchado sobre los Ulblatanah, sobre los Faeric y su caída en desgracia, pero… nunca le dijeron que su unión fue causada por algo que vieron.
¿Qué fue lo que la sacerdotisa había descubierto?
Y más importante aún… ¿por qué le ocultaron esa verdad en su orden?
Eloria cerró los ojos nuevamente, fingiendo estar dormida. Pero su mente ardía con nuevas preguntas.
Todo lo que creía saber sobre su historia y su orden estaba empezando a tambalearse.
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Editado: 18.02.2025