Bosque de Uranthir, hora Prima,
Abrió los ojos, y con ello le llegó una terrible sensación de sonoridad. Su instinto rugió como una bestia herida, la alarma se encendió en su mente con una brutalidad inhumana. Su cuerpo reaccionó antes que su mente pudiera procesarlo; se incorporó de golpe, el dolor latiendo en cada fibra de su ser.
Su único pensamiento era Eloria. ¿Dónde estaba la Isharnati'Isharni'Ushvaeri?
El mundo aún giraba. La sangre seca en su frente y el zumbido en sus oídos eran testigos de la brutalidad con la que había sido abatida. Recordó los golpes. Recordó la mirada fría de aquel bastardo. Kaelthir.
Ilariel apretó los dientes, su orgullo ardiendo como una herida abierta.
Un Ulblatanah.
El peso de esas palabras la golpeó con la misma fuerza con la que la habían dejado en el suelo. Se obligó a respirar con calma, analizando su entorno. Los custodios que la acompañaban yacían tirados, noqueados, aunque empezaban a despertar con quejidos sordos. Pero Eloria no estaba.
El asalto había sido una tarea bien ejecutada. No había sido un acto de simple bandidaje. Había sido un secuestro.
Su mente se debatió entre dos impulsos.
Lo primero: seguir inmediatamente el rastro de la sacerdotisa. Si se movía ahora, si actuaba rápido, tal vez aún podía alcanzarlos antes de que desaparecieran en los bosques de Uranthir.
Lo segundo: ir directamente a Arduin. Informar a su orden. Un mal nacido de los Ulblatanah andaba suelto en Vaelorn. Y no solo eso, sino que se había atrevido a tomar a una Isharnati'Isharni'Ushvaeri.
Aquello era una provocación.
Una chispa que podía encender una guerra.
Apretó los puños. Su respiración se tornó entrecortada.
Un Ulblatanah suelto en Vaelorn, y más aún, en una de sus rutas comerciales más transitadas… Si la noticia llegaba a los altos círculos sacerdotales, no dudarían en movilizar a sus fuerzas. Y si las demás órdenes lo sabían, las repercusiones podían ser impredecibles.
Ilariel cerró los ojos un instante. Contuvo el aliento.
No.
No podía perder tiempo. Primero debía rastrear a la sacerdotisa.
Después, enviaría a uno de los Centurios a la capital para que informara a las órdenes sacerdotales. De ese modo, podrían movilizar un grupo especializado para cazar a Kaelthir.
Porque si había algo que todos sabían en los círculos de poder, era que un Ulblatanah suelto era una advertencia de algo mucho peor.
Era la sombra de la guerra llamando a la puerta.
Se levantó, limpiando la sangre de su rostro con el dorso de la mano. Su mirada se afiló como una daga.
—Prepárense para moverse —gruñó, mirando a los custodios que comenzaban a recomponerse—. No vamos a dejar que esos bastardos se salgan con la suya.
El tiempo corría.
Y con él, la historia comenzaba a repetirse.
Fue entonces cuando Ilariel enderezó su postura, ignorando la punzada de dolor que recorría su costado. Su cuerpo aún no se recuperaba del todo, pero no tenía tiempo para debilidades.
Eloria estaba en manos de un Ulblatanah, y quizá de uno tan peligroso y viejo, más antiguo que ella misma.
Su mirada recorrió los alrededores. La emboscada había sido quirúrgica, ejecutada con precisión. El carromato estaba volcado, sus ruedas aún girando levemente sobre la tierra removida los caballos aún permanecían inmóviles, algo asustados, pero en buen estado. ¿Aquello le pareció raro? ¿Porqué no se habían llevado los caballos? A su alrededor, los cuerpos de los 2 custodios comenzaban a moverse con lentitud, recuperando la conciencia.
Aelron fue el primero en incorporarse. Su rostro pálido estaba ensombrecido por una expresión de furia contenida.
—¿Pero qué… qué ocurrió? —Gruñó uno, llevando una mano a su cabeza.
Ilariel apenas le dirigió una mirada.
—Nos superaron. Y solo fue uno.
Aelron apretó los dientes y se puso de pie con dificultad. Su armadura estaba rajada en un costado, prueba de la violencia con la que había sido abatido. Detrás de él, Thalanthir tosió, incorporándose con esfuerzo.
—¿La Isharnati'Isharni'Ushvaeri? ¿Donde esta? —Preguntó con voz áspera.
El silencio fue suficiente respuesta.
Los tres se miraron, sintiendo el peso de la realidad caer sobre ellos. Habían fallado.
Ilariel cerró los ojos un momento, intentando controlar la furia que le carcomía las entrañas. No era solo el hecho de haber sido derrotada. Era lo que significaba.
—Kaelthir… —Murmuró Aelron, su tono cargado de veneno.
Thalanthir frunció el ceño.
—¿Ese era su nombre?
—Kaelthir de los Ulblatanah —confirmó Ilariel, su voz impregnada de rencor—. Un bastardo peligroso.
Thalanthir tomó aire profundamente, como si saboreara la gravedad de lo que se acababa de decir.
—Entonces… —Su mirada se oscureció—. Esto es peor de lo que imaginábamos.
Aelron asintió.
—Si un Ulblatanah anda suelto en Vaelorn, las órdenes sacerdotales deben saberlo de inmediato.
Ilariel vaciló por un instante.
—No podemos perder tiempo —dijo con dureza—. No sabemos cuánto ventaja nos lleva ese infeliz. Si nos demoramos demasiado, Eloria podría estar perdida, y nuestras cabezas penderan en una pica en Arduin
—Pero si no informamos, esto se saldrá de control —insistió Thalanthir—. Un Ulblatanah suelto no es solo una amenaza para Eloria, sino para toda la región.
Ilariel respiró hondo. Era cierto.
Y sin embargo… No podía abandonar a Eloria. No con alguien así, una segunda Guerra Faerica era lo último que Vaelorn necesitaba, y con los Problemas en Vaerrik, la Frontera con Gadmoroth, donde los Wulfar asechaban cada esquina, podría ser peor.
Tomó una decisión.
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Editado: 18.02.2025