Sangre de Dioses y Reyes

Capitulo XIII

Bosque de Uranthir,

El Bosque se volvía más denso, a medida que Ilariel y Thalanthir avanzaban. La luz del día apenas se filtraba entre las copas de los árboles centenarios, cubriendo el suelo con un tapiz de penumbras intermitentes. Cada sombra parecía alargarse de forma antinatural, como si el bosque mismo susurrara advertencias veladas.

Ilariel se detuvo junto a un tronco caído. Su mirada experta escudriñó la tierra removida, observando las pisadas recientes, las ramas partidas, los pequeños rastros de sangre seca.

—Estaban aquí —murmuró, más para sí misma que para Thalanthir.

Él se inclinó a su lado, tocando la marca de un casco sobre el barro.

—Han trasladado a Eloria en monturas —concluyó—. Se movieron con rapidez.

Ilariel apretó los labios.

—Ese Ulblatanah no es estupido. Sabe que lo perseguimos.

Un escalofrío recorrió su espalda al recordar la facilidad con la que ese malnacido los había doblegado. Había algo en él, algo que la inquietaba más allá de sus habilidades marciales.

¿Por qué llevarse a Eloria?

Era una sacerdotisa de Arduin, del Templo de Ishera, sí, pero Kaelthir no era un vulgar secuestrador. Había tenido la oportunidad de masacrarlos a todos y no lo hizo. ¿Por qué?

Se incorporó con un suspiro.

—Sigamos.

Ambos se movieron con sigilo entre los árboles, con la fluidez característica de los elfos. Las huellas continuaban hacia el este, zigzagueando entre la maleza, como si Kaelthir estuviera cambiando de dirección constantemente para confundirlos.

Después de unos minutos, llegaron a un claro donde la tierra estaba completamente removida. Había restos de una fogata y lo que parecía una zona de descanso improvisada.

Pero no era eso lo que atrajo la atención de Ilariel.

Era el símbolo grabado en la corteza de un árbol cercano.

Un círculo dividido en cuatro partes con una línea diagonal atravesándolo.

Su corazón dio un vuelco.

—No puede ser… —susurró.

Thalanthir, al ver su expresión, se tensó.

—¿Lo reconoces?

Ilariel asintió lentamente.

—Es una marca de los Ulblatanah… pero no es un símbolo cualquiera. Es… una convocatoria.

Los ojos de Thalanthir se entrecerraron.

—¿Convocatoria?

—Sí. Un llamado a los suyos. A los dispersos, a los exiliados. A aquellos que aún quedan ocultos en la sombra.

El viento ululó entre los árboles, arrastrando el eco lejano de voces.

Ilariel sintió un escalofrío.

Kaelthir no solo estaba huyendo. Estaba buscando reunir un ejército.

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Bosque de Uranthir, entre el Guadiana y los Yrpinos.

Continuaron su recorrido.

El Guadiana y los Yrpinos marcaban una ruta extraña dentro del bosque de Uranthir, una que pocos viajeros tomaban debido a su naturaleza traicionera. El terreno era irregular, con raíces retorcidas que emergían del suelo como garras de piedra, y senderos que parecían formarse y desaparecer con cada cambio de luz. Ilariel avanzaba con determinación, sus sentidos afilados escrutando cada detalle del entorno, mientras Thalanthir la seguía de cerca, siempre alerta a cualquier movimiento sospechoso.

Las marcas en los árboles se volvían más frecuentes. No eran simplemente rastros dejados por bandidos; había un patrón en ellas, una estructura oculta que delataba un propósito más grande. No se trataba solo de una guarida temporal, sino de un asentamiento. Kaelthir no estaba meramente ocultándose: estaba estableciendo algo.

Ilariel se agachó junto a un pequeño arroyo donde el agua fluía con un brillo plateado a la luz de la luna. En la orilla, descubrió un conjunto de huellas superpuestas: pisadas de botas gruesas y otras más ligeras, como las de un elfo.

—Aquí descansaron —susurró.

Thalanthir inspeccionó los alrededores. Ilariel asintió.

—Si, queda claro que no son solo bandidos comunes. Mira esto.

Señaló una serie de rocas dispuestas en un patrón inusual. A simple vista parecían piedras comunes, pero su colocación seguía un diseño geométrico deliberado. Ilariel frunció el ceño.

—Es otro código de los Ulblatanah.

—¿Qué significa?

—Ritual de reunión. Indica que aquellos que aún se aferran a su causa deben encontrar este lugar.

Thalanthir apretó los labios.

—Entonces no estamos detrás de un simple secuestro. Si Kaelthir está convocando a los suyos… esto es mucho peor de lo que imaginábamos.

Ilariel asintió. Cada paso que daban confirmaba lo que más temía: Kaelthir no era un fugitivo errante. Estaba reuniendo a los dispersos, a los exiliados, a los condenados. Si lograba reagrupar incluso una fracción de los antiguos Ulblatanah, el equilibrio de Vaelorn se vería amenazado.

Siguieron avanzando con cautela, sorteando el terreno accidentado y los riscos ocultos entre la maleza. A medida que se acercaban a la región donde las marcas se volvían más numerosas, notaron que la vegetación también cambiaba. Árboles de troncos ennegrecidos surgían como centinelas de un antiguo campo de batalla, sus ramas deformadas como si algo los hubiera retorcido hace siglos.

El aire se volvió más denso.

Ilariel se detuvo en seco.

—¿Lo sientes?

Thalanthir asintió.

—Hay una presencia aquí. Algo viejo.

El viento arrastró un murmullo. Palabras en una lengua olvidada resonaron entre los árboles, apenas audibles, pero lo suficientemente claras como para erizarles la piel.

Ilariel cerró los ojos un instante.

Los bosques de Uranthir siempre habían sido extraños, pero esto era diferente. Esto era un eco del pasado.

Kaelthir no solo estaba eligiendo un escondite. Estaba buscando algo.

Se adelantaron con más precaución, sus pasos apenas susurrando sobre la hierba humedecida. Finalmente, llegaron a un punto donde el terreno descendía bruscamente, formando un valle oculto entre las rocas. Desde su posición elevada, pudieron ver luces titilando en la distancia. No eran simples fogatas dispersas de bandidos comunes.




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