Bosque de Uranthir, al amanecer
La neblina se aferraba al suelo como un velo espectral, filtrando la luz del amanecer en haces pálidos que atravesaban el dosel de árboles centenarios. Ilariel se movía entre las sombras, su figura deslizándose sin perturbar la quietud del bosque. A cada paso, el musgo amortiguaba el ruido de sus botas, y sus ojos seguían las marcas casi invisibles en el terreno.
Habían movido a Eloria. Esa era la única certeza que tenía desde su incursión en la cueva de los bandidos. La noticia de que Kaelthir había asegurado una nueva ruta era un hierro al rojo vivo en su mente. Ilariel sabía que la Isharnati'Isharni'Ushvaeri era un premio demasiado valioso para ser dejado a la suerte.
Sus dedos rozaron la empuñadura de su daga, un reflejo de seguridad. El cuchillo del flamijero vibraba con una energía latente, siempre listo para ser lanzado y desatar su habilidad. Pero ahora, el sigilo era su mejor arma.
El viento trajo consigo un leve aroma a humo. Ilariel detuvo su avance, aguzando los sentidos. Entre los troncos torcidos, más adelante, divisó una columna de humo gris. No era el humo denso de un incendio, sino el de un fuego controlado. Un campamento.
A su lado, Thalanthir se movió en silencio, sus pasos tan ligeros como los de un felino cazando. El elfo tenía un semblante severo, sus ojos como cristales helados que absorbían cada detalle del entorno.
—¿Lo ves? —murmuró Ilariel.
Thalanthir asintió, sus labios apenas moviéndose.
—Son al menos una docena. Guardias en los perímetros. Hay un patrón en su ronda.
Ilariel ajustó su capucha, ocultando su cabello blanco.
—Si Kaelthir se llevó a Eloria, necesitaremos más que suerte.
Los dos elfos se acercaron lentamente, usando la maleza y las formaciones rocosas como cobertura. Desde su posición, pudieron distinguir las siluetas de los bandidos alrededor del fuego. Armaduras de cuero, espadas viejas pero bien afiladas, y arcos preparados para disparar.
El campamento no era tan improvisado como esperaban. Había tiendas de campaña organizadas en un semicírculo alrededor de la entrada de una nueva cueva, más pequeña, pero resguardada. Ilariel apretó los dientes. Todo apuntaba a que Kaelthir estaba usando esta cueva como su nueva base temporal.
Thalanthir sacó una pequeña esfera de metal de su cinturón.
—¿Crees que debamos atraerlos a una emboscada? —sugirió, su voz apenas un susurro.
Ilariel negó con la cabeza.
—No. Si Eloria está ahí, no podemos arriesgarnos a que la lastimen. Necesitamos saber si está dentro antes de actuar.
El elfo asintió y guardó la esfera.
El corazón de Ilariel latía con fuerza, pero su mente permanecía fría. Cada movimiento tenía que ser calculado. Kaelthir era peligroso, tal y como decían las historias, un solo error podría costarle la vida.
Fue entonces, cuando empezó a agazaparse entre los helechos, su respiración tan controlada que apenas levantaba el vaho en el aire frío del amanecer. Sus ojos seguían cada movimiento en el campamento, memorizando el patrón de las patrullas, las posiciones de los arqueros y la ubicación de la entrada de la cueva.
Thalanthir, a su lado, ya había desenfundado su arco, tensando la cuerda apenas lo suficiente como para estar listo en un parpadeo. Su mirada recorría el campamento con precisión militar.
—Dos guardias cerca de la entrada. Otros cuatro en ronda circular. Dos más junto al fuego. —Su voz era un susurro, apenas audible.
Ilariel asintió, sin apartar la vista de los bandidos. Varios de ellos se movían con la confianza de quienes creían que su territorio era seguro. Una confianza peligrosa y, con suerte, mal colocada.
—Necesito acercarme más. —Señalo con un movimiento casi imperceptible. Había un grupo de rocas a medio camino entre su posición y la entrada de la cueva. Si lograban llegar hasta allí, tendrían una mejor vista del interior.
Thalanthir deslizó una flecha en el arco.
—Dame la señal y los dos de la entrada caerán sin un ruido.
—Aún no. No sabemos si Eloria está adentro. Si nos precipitamos, podríamos condenarla.
Ilariel tocó la empuñadura de su cuchillo flamijero. Su habilidad le permitiría atravesar la distancia rápidamente, pero necesitaba una línea clara de visión. El espacio abierto entre su escondite y las rocas era un riesgo.
—Esperaremos al cambio de guardia. —Sentenció.
El tiempo se alargó, cada segundo pesando como una piedra en sus nervios. El sol se alzaba lentamente, tiñendo el cielo de un naranja suave que apenas lograba atravesar el dosel del bosque. Finalmente, el sonido de pasos pesados y voces apagadas indicó el cambio de guardia.
Dos bandidos se levantaron del fuego, intercambiando bromas con los hombres que salían de la cueva. La ronda comenzó de nuevo, dejando un breve hueco en la vigilancia.
—Ahora. —Ilariel se movió como una sombra.
Los helechos apenas se sacudieron cuando su figura se deslizaba entre ellos. Thalanthir la siguió, sus pies apenas tocando el suelo. Llegaron a las rocas sin ser vistos, y desde allí, Ilariel pudo ver más de cerca la cueva.
La entrada estaba reforzada con maderas viejas y una lona oscura colgaba de un lado, bloqueando la vista del interior. Un par de jaulas improvisadas estaban alineadas cerca de la entrada, algunas vacías, otras con lo que parecían ser animales salvajes, probablemente alimento o distracción para el campamento.
—¿Ves alguna señal de ella? —Thalanthir no apartaba la vista del arco.
Ilariel negó lentamente.
—No… pero si la han movido, deben haber dejado rastros. Solo necesito acercarme más.
Ambos se encogieron contra las rocas mientras un par de bandidos pasaban cerca, sus voces hablando de raciones y turnos de guardia.
—Kaelthir quiere que todo esté listo antes del anochecer. No quiere sorpresas. —Dijo uno de los bandidos.
—Ya lo sabes. Nadie contradice al jefe si quiere seguir con vida.
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Editado: 17.05.2025