Sangre de Dioses y Reyes

CAPITULO XV

Celdas Urferic, en el interior de la caverna,

La oscuridad era absoluta, solo interrumpida por un tenue resplandor rojizo, emanado desde las paredes de piedra negra incrustadas con cristales de cuarzo que despedían una extraña luminosidad. Eloria era trasladada lentamente, con las manos atadas y el cuerpo aparentemente flácido, colgada de los brazos de dos bandidos que la sujetaban con brusquedad. Mantuvo los ojos cerrados, respirando con lentitud controlada, fingiendo un sueño profundo mientras su conciencia permanecía alerta. Sin embargo, a medida que la llevaban más al interior del complejo subterráneo, notó algo inquietante. Una presión extraña, como si la misma atmósfera se hubiera vuelto densa y cargada, pesada hasta el punto de hacerla sentir incómoda y desorientada. Aquellos cristales de cuarzo en las paredes parecían absorber algo más que la luz; sentía cómo drenaban su energía, dejándola vacía, hueca, como si estuvieran robando parte de su esencia.

La sensación era perturbadora.

La llevaron finalmente hasta una celda aislada, más profunda, cuyas paredes estaban completamente recubiertas con esos cristales. La arrojaron con rudeza sobre un camastro viejo y polvoriento.

—Déjala ahí, no irá a ninguna parte —rió con desdén uno de los bandidos mientras se alejaban hacia la entrada.

Eloria no reaccionó, siguió fingiendo inconsciencia. Cuando escuchó la puerta cerrarse con un chirrido metálico, aguzó sus sentidos al máximo, captando la conversación de los bandidos que custodiaban el sector.

—Maldita sacerdotisa, pesa más de lo que parece —se quejó uno de los bandidos llamado Razek, con voz cansada.

—Deja de llorar, Razek —replicó otro, cuyo tono era más firme y autoritario, llamado Andhir—. Kaelthir no tolerará quejas, menos cuando se trata de una prisionera tan valiosa.

—Aún no entiendo por qué tanto interés en esta elfa—intervino Norzak, más joven, con curiosidad genuina en su voz—. ¿Es tan peligrosa?

—La magia de las sacerdotisas Isharath es conocida en todo Vaelorn —respondió Andhir con severidad—. Kaelthir sabe lo que hace. Por eso la ha encerrado en las celdas Urferic. Aquí su magia es inútil. Los cristales absorben su poder, la debilitan lentamente.

Norzak hizo una pausa incómoda.

—¿Y no es peligroso también para nosotros estar aquí?

Andhir rió secamente.

—Nosotros no poseemos esa clase de poder. Estos cristales solo afectan a quienes usan magia. Por eso Kaelthir nos mantiene a salvo mientras esa elfa se debilita.

Hubo un breve silencio, roto luego por Razek con tono pensativo.

—¿Sabes algo, Andhir? Nunca he entendido del todo por qué Kaelthir odia tanto a las sacerdotisas de Ishera. ¿Qué fue lo que pasó realmente hace tanto tiempo atrás? Siempre se rumorean cosas, pero nadie dice la verdad claramente.

Andhir suspiró profundamente, como si estuviera decidiendo cuánto compartir.

—Dicen que hace doscientos mil años, cuando Kaelthir aún era joven, pertenecía a una familia real de los Ulbladom. Su padre era un noble menor que gobernaba una región llamada Duryan, cerca de Anduril Duryadan. En aquella época, Kaelthir tenía poco interés por los suyos. Prefería pasar el tiempo con los humanos, en los asentamientos cercanos a Orestia y otras regiones humanas.

Razek se mostró sorprendido.

—¿Y por qué haría algo así? ¿Por qué juntarse con humanos?

—Porque los humanos tenían algo que no tenían los demás: historias antiguas, relatos extraños que hablaban de épocas olvidadas —explicó Andhir—. Al parecer, su propia madre también le contaba esas historias. Relatos sobre un tiempo en el que diversas razas convivían como iguales, surcando los cielos en gigantescas naves estelares, unidas bajo un Imperio que lo dominaba todo. Aunque esa época acabó abruptamente.

Norzak intervino con un tono serio, sorprendido.

—¿Sabes? Yo también escuché esas historias una vez, cuando estuve en las regiones montañosas cerca de Orestia. Pensaba que eran simples cuentos de viejos.

—Pues no lo son —dijo Andhir en voz baja—. Kaelthir creía en ellas. Creía que aquellas historias eran reales, y fue ahí, entre esos humanos, que conoció a un elfo muy particular.

—¿Quién era ese elfo? — Preguntó Razek, intrigado.

Andhir bajó la voz aún más, como si temiera que alguien más lo escuchara.

—Hariel. Era su nombre. Dicen que era un elfo extremadamente raro. Poseía un brazal extraño en su brazo, una reliquia antigua que, según cuentan las supersticiones, podía hacer cosas que desafiaban la naturaleza misma de la magia.

Eloria sintió un escalofrío recorrerle la espalda, aunque siguió fingiendo inmovilidad. Ese nombre, la golpeó con fuerza. Había escuchado en su orden de las Isharath sobre el elfo Impío, aquel elfo sin nombre al que nunca se debía nombrar, cuyo poder desafiaba los principios básicos del mundo. Ahora, esa leyenda oscura tenía nombre: Hariel.

Además, era la segunda vez que escuchaba sobre ese extraño brazal. Recordó lo que Ilariel le había dicho tiempo atrás. «Poseia un brazal extraño capaz de cosas impresionantes…»

Razek interrumpió sus pensamientos.

—¿Y qué pasó con Hariel y Kaelthir?

Andhir suspiró, claramente incómodo con la dirección de la charla.

—No se sabe del todo. Solo que Hariel cambió la vida de Kaelthir para siempre. Hariel tenía ideas… peligrosas. Afirmaba que los dioses no eran lo que todos creían, que las sacerdotisas como esa que tenemos aquí encerrada no eran más que marionetas de algo oscuro y oculto.

Norzak silbó como descubriendo algo jodido.

—Eso suena a herejía, claro, para los elfos

Andhir gruñó.

—Eso pensaron muchos. Por eso lo llaman el Impío. Por eso nunca se habla de él abiertamente. Pero Kaelthir jamás olvidó aquellas palabras. Creo que por eso mismo hace lo que hace ahora. Quizá busca demostrar que Hariel tenía razón.

La conversación continuó en murmullos, alejándose del tema de Hariel y centrándose en asuntos cotidianos. Pero para Eloria, el nombre seguía resonando con fuerza en su mente. Ahora empezaba a entender por qué Kaelthir la había tomado. Quizá, a través de ella, intentaba encontrar respuestas a las preguntas que Hariel había sembrado doscientos mil años atrás.




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