Sangre de Dioses y Reyes

Capítulo XVI

Celdas Urferic – Segundo Nivel,

La penumbra envolvía el descenso hacia el segundo nivel, haciendo que cada paso resonara con un eco espectral contra las paredes rugosas de la caverna. Eloria aún fingía inconsciencia, tratando de mantener su respiración pausada y tranquila, pero sentía cómo la presión en su pecho aumentaba con cada metro que descendían en aquella prisión maldita.

Sin embargo, al atravesar el umbral de la celda más profunda, sintió de inmediato un golpe contundente que estremeció todo su ser. No fue un impacto físico, sino algo peor: una fuerza invisible, como una onda expansiva surgida desde el corazón mismo del cristal rojizo, golpeó directamente sus sentidos. Su visión se oscureció brevemente, y un zumbido agudo atravesó sus tímpanos.

Intentó mantener su control, desesperada por no revelar su estado real frente a sus captores, pero la sensación era insoportable. Sus fuerzas se escapaban con rapidez, como si algo estuviera drenando su esencia misma. Sintió cómo su cabeza daba vueltas, mientras un vértigo devastador la recorría lentamente desde el estómago hacia su garganta.

—Déjenla aquí. Kaelthir quiere asegurarse de que ni siquiera pueda mover un dedo —dijo con indiferencia uno de los guardias mientras abrían la celda.

—Me parece excesivo —gruñó otro, claramente incómodo con el entorno—. Nadie sobrevive mucho tiempo en estas profundidades, ni siquiera alguien como ella.

—Precisamente por eso estamos aquí. Kaelthir quiere romper su voluntad antes de interrogarla personalmente —replicó con dureza el primer guardia, empujando con brusquedad la camilla donde Eloria reposaba.

A medida que los guardias se alejaron, cerrando la pesada puerta tras de sí, el silencio se apoderó por completo de la celda. Ahora sola, Eloria intentó abrir los ojos, pero la pesadez era demasiado intensa. Sus párpados se sentían como planchas de hierro, sus extremidades eran tan pesadas como si estuviera atrapada en una telaraña impenetrable. La energía de aquel cristal extraño no solo bloqueaba sus habilidades mágicas, sino que parecía extenderse más allá, socavando incluso la fortaleza de su mente y su cuerpo. Sintió una punzada de desesperación al comprender que, quizás, este lugar había sido construido especialmente para quebrar seres como ella, para doblegar incluso a las Isharnati más poderosas.

—Ishera… dame fuerzas —logró susurrar entre dientes, luchando desesperadamente contra la presión invisible que oprimía su conciencia.

Sin embargo, era como intentar detener una marea imparable. Eloria percibió cómo su mente empezaba a ceder, sumergiéndose lentamente en una niebla oscura y densa. Fragmentos de pensamientos, recuerdos inconexos y distorsionados surgían y desaparecían ante ella, mezclándose en una danza absurda. De pronto, la imagen de Kaelthir invadió su mente con una fuerza inusitada, seguida inmediatamente por la sombra del elfo llamado Hariel, portando aquel extraño brazal que desafió la naturaleza misma de la magia.

Hariel, el Impío.

Ese nombre resonaba ahora con mayor intensidad, entrelazándose con su propia confusión y angustia. Las piezas de su historia parecían diluirse lentamente en la neblina que envolvía su mente, dejando tras de sí solo dudas e incertidumbre.

Entonces, su cuerpo cedió por completo.

Eloria dejó escapar un suspiro agotado mientras su mente finalmente se rendía al poder debilitante del cristal Urferic. Su conciencia se hundió en una oscuridad profunda, abrazada por un sueño inquieto, uno en el que sentía estar cayendo lentamente hacia el vacío.

En sus últimos segundos de lucidez, un único pensamiento resonó en su interior:

"¿Qué secretos están ocultando en este lugar… y cuál será el precio por descubrirlos?"

Con esa pregunta sin respuesta, su mente se sumergió por completo en la profunda negrura, dejándola inconsciente, sola y atrapada en la celda más oscura y temida de las profundidades de Urferic.

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En el interior de la Caverna, Sector inferior,

Ilariel avanzó en silencio, envuelta en las sombras cambiantes de la caverna. Cada paso resonaba en sus sentidos con una extraña mezcla de tensión y cautela. Su mente estaba al límite, alerta a cada susurro, cada respiración lejana de los guardias que patrullaban aquel sombrío laberinto.

Pero algo no estaba bien.

Desde el momento en que había cruzado aquel umbral oscuro hacia la prisión de Urferic, un peso invisible había comenzado a asentarse sobre ella. Su cuerpo parecía más pesado, como si cargara armaduras invisibles, y su mente, usualmente clara y ágil, ahora se sentía lenta y torpe. Cada movimiento exigía un esfuerzo mayor al habitual.

«¿Qué demonios está pasando aquí?» Se preguntó, deteniéndose un instante para recuperar el aliento.

Ilariel posó una mano contra la pared irregular, sintiendo su frío y rugoso tacto bajo la palma. Fue entonces cuando reparó en aquellos extraños cristales que sobresalían entre las grietas del muro. Su brillo ambarino rojizo, casi opaco, parecía latir con una energía oscura, una que resultaba familiar y a la vez terriblemente extraña.

—Urferic… —murmuró en voz baja, recordando fragmentos lejanos de antiguas enseñanzas de su orden.

Su maestro le había contado sobre estas piedras, pero jamás creyó que se encontraría con ellas en persona. El Urferic era un cuarzo ámbar y rojizo, conocido en los círculos académicos de Arduin por sus propiedades piezoeléctricas. En contacto con ciertos campos mágicos, generaba una interferencia única, una vibración resonante que alteraba la conciencia y la percepción de los magos. Cuando un usuario mágico se acercaba demasiado a estos cristales, la resonancia chocaba de manera violenta con su propio campo magnético natural, generando una presión insoportable sobre su mente y cuerpo, como si una fuerza invisible intentara aplastarlos lentamente desde dentro.




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