Sala de mando improvisada, Caverna de Urferic
La estancia apenas estaba iluminada por antorchas mal colocadas, cuyas sombras danzaban en las paredes de piedra como espectros deformes. Kaelthir permanecía de pie junto a una mesa de madera rugosa, cubierta de mapas y pergaminos antiguos que parecían contener rutas y diagramas olvidados. Tenía el ceño fruncido, los brazos cruzados sobre el pecho, y la mente atrapada en un remolino de pensamientos. Frente a él, Eloria mantenía la postura erguida, aunque el cansancio era evidente en su mirada. La sacerdotisa trataba de no dejar que el agotamiento se filtrara en su voz o en su expresión, aunque sentía que su cuerpo había sido golpeado con la fuerza de un vendaval.
Kaelthir la observó durante largos segundos, en completo silencio, calibrando cada pequeño movimiento, cada respiración. Había algo en la mirada de aquella elfa que lo inquietaba, una mezcla de determinación y vulnerabilidad que lo hacía recordar cosas que prefería olvidar. Finalmente, rompió el silencio con una voz grave y controlada.
—Eres más fuerte de lo que aparentas, sacerdotisa. La mayoría de los tuyos habría colapsado hace horas en el nivel inferior.
Eloria alzó la barbilla, manteniendo el orgullo intacto.
—No deberias subestimar la voluntad de una Isharnati’Isharni’Ushvaeri. Hemos sido entrenadas para resistir mucho más que un poco de presión.
Kaelthir dejó escapar una risa seca y sin alegría.
—Lo sé. Conocí a otras como tú. —Sus palabras resonaron en el espacio frío—. Pero la mayoría no sobrevivió a lo que tú ya has pasado.
Eloria sintió un leve escalofrío al notar la sinceridad en su tono. Respiró profundamente antes de hablar, tratando de mantener la compostura.
—¿Por qué me trajiste aquí? ¿Qué planeas hacer conmigo?
Kaelthir arqueó una ceja.
—Solo pienso hacerte preguntas. Lo principal, ¿quee haces aquí? ¿y por qué elegiste la ruta de Uranthir para llegar al norte? Podrías haber viajado con una escolta mayor, por la ruta más segura hacia hacia el Norte y según el carro mató que visualice, diría que te diriges a la Frontera. La cuestión sigue siendo, porque escogiste la peor opción posible, como si quisieras ser capturada. Pareciera que estuviera haciendo parte de una trampa, una muy bien elaborada.
Eloria no dejó que la tensión se reflejara en su rostro. Pensó rápido. No podía revelar toda la verdad, pero tampoco podía dejar que Kaelthir asumiera lo peor.
—Mi destino es Anduril Duryadan, y por desgracia, no permite rutas directas —replicó—. Es una región peligrosa y aislada. Y mi misión es... delicada.
Kaelthir apoyó ambas manos en la mesa, inclinándose hacia ella.
—¿Delicada? —Repitió, con cierta burla en su tono—. Una Isharnati en una misión delicada atravesando Uranthir sin escolta suficiente. Todo suena demasiado conveniente.
Eloria sintió la presión de su mirada, como si estuviera tratando de escarbar en su mente. Forzó una sonrisa tranquila.
—Hay asuntos que ni siquiera los guerreros antiguos como tú comprenderían. Asuntos que conciernen a los linajes viejos y la preservación de nuestra raza.
Kaelthir entrecerró los ojos, su expresión endureciéndose.
—¿Linajes? —Su voz bajó un tono—. ¿De qué estás hablando?
Eloria meditó sus palabras, consciente de que cualquier error podía condenarla.
—El linaje de Aelarion el cual debe preservarse. —Su voz sonó firme, aunque en su interior temblaba—. Mi misión es asegurar su continuidad, y Anduril Duryadan es crucial para ello.
Por un momento, Kaelthir se quedó inmóvil, como si aquellas palabras hubieran golpeado algo profundo en su memoria. Su mandíbula se tensó, y sus dedos se cerraron en un puño sobre la mesa.
—¿Aelarion? —Susurró, como si aquel nombre tuviera un peso demasiado grande para pronunciarse.
Eloria asintió, sin apartar la mirada.
—Si todo sale bien, el linaje de Aelarion florecerá de nuevo. Es un destino que no puedo evitar.
El silencio que siguió fue pesado y tenso. Kaelthir se enderezó lentamente, observando a la sacerdotisa con una mezcla de incredulidad y preocupación.
— Que curioso, hacia 200 mil años, Arelia, otra Isharnati 'Isharni'Ushvaeri fue enviada a Anduril Duryadan, Pero con otro proposito... Sobre todo para sofocar una disputa que ni siquiera era una rebelión aún. Era solo una disputa territorial entre las casas nobles menores de los Ul. —Su voz sonaba distante, como si estuviera reviviendo un recuerdo antiguo—. ¿Sabes qué encontró allí?
Eloria negó con la cabeza.
—Nadie en Arduin habla de lo que pasó realmente. Solo cuentan historias distorsionadas sobre la rebelión de los Ulblatanah.
Kaelthir soltó un suspiro amargo.
—Pocos en Arduin te hablarán de Anduril Duryadan, está maldita. Sus bosques y claros supuran corrupción. Es por eso que el lider de nuestra rebelion destruyó sus robles sagrados y obeliscos en aquella región. Dijo que los Ruajím o espíritus, como tú los llamas, estaban infestados de algo impuro. Arelia nunca debió pisar ese lugar, y tú querida, tampoco deberías.
Eloria sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Por qué lo llamas impuro? ¿Qué había en esos obeliscos?
Kaelthir la miró como si dudara de su capacidad para soportar la verdad.
—No es algo que debas saber. Pero te diré esto: lo que Hariel descubrió allí fue suficiente para romper su fe en todo lo que creía, en todo lo que los Ulblatanah creiamos. —Su mirada se oscureció, casi perdida en la distancia—. Y no fue el único.
Eloria respiró hondo, tratando de mantener la compostura. Una ves más, aquel nombre volvía a retumbar en su mente.
—Hariel... —Murmuró—. El impío.
Kaelthir giró el rostro hacia ella, con un destello de furia en los ojos.
—No lo llames así. Tu no entiendes lo que hizo.
Eloria tragó saliva, intentando calmar el aire entre ellos.
—¿Qué hizo entonces? ¿Qué lo llevó a rebelarse contra toda Vaelorn?
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Editado: 17.05.2025