Sangre de Dioses y Reyes

CAPITULO XXII

Galería de Artefactos, 2 Horas después,

El eco de los cascos resonaba como un tambor apagado en la galería mientras Kaelthir avanzaba hacia la cámara de reclusión. Llevaba el paso medido, la mente todavía rumiando por la próxima partida dialéctica que pensaba entablar con sus dos prisioneras, cuando una silueta se deslizó entre los pilares y se arrodilló a su lado.

— Señor, —susurró el mensajero, un humano joven de piel olivasea y ojos desorbitados—. Nuestros vigías han avistado a un tercer elfo merodeando el perímetro norte del sector. Creen que es el escolta que faltaba… y que ya despachó un cuervo hacia Vaelorn.

Kaelthir se detuvo en seco, de inmediato se puso a pensar en los dos escoltas de la Sacerdotiza; la luz de la antorcha arrancó destellos rojizos de la hebilla con la luna hendida que prendía su capa. Un gruñido áspero, casi felino, surgió de su garganta.

— Entonces el reloj ha comenzado a marcar. —Su voz fue tan baja que la roca pareció absorberla—. Si han enviado un informe al Rey Mablum, este no tardará a mandar tropas comunes; si el mensaje es enviado a la Orden de Ishera, Antherys no tardará en enviar una solicitud a los Templae Tenebraeh y el Archilector de esa orden enviará un Conmutium para mandar a sus Assasinae. Si, Kaelvaris debe morirse de ganas de verme arder, ya desde milenios. Trato de dar conmigo en el pasado, no dudo que lo quiera volver a hacer.

El mensajero tragó saliva.

¿Los Templae Assasinae?

— Exacto. —Los ojos carmesi del Ulblatanah centellearon con un odio antiguo—. Los Tenebraeh. A su Archilector le debo demasiados cadáveres y ellos me deben la cabeza. — Se volvió hacia el corredor, calculando distancias en su mente. —Tenemos 2 días, tal vez 1 dia.

Caminó unos pasos, los pensamientos martilleando:

«Otra sacerdotisa enviada al Bosque-umbral de Anduril Duryadan… siempre Anduril Duryadan. Siempre el mismo ritual de silencios. ¿Qué demonios está Ocurriendo en esa Region?»

Un recuerdo le punzó las sienes: símbolos solares grabados en obeliscos de cuarzo, la figura de Arelia desvaneciéndose en fractales en el Palacio Real de Arduin; la misma misión envuelta en palabras distintas en una época donde la Revuelta imperaba.

Se giró de nuevo hacia el mensajero.

Refuerza los accesos del nivel dos. Cierra todos los respiraderos salvo uno: el viejo pozo sur. Tendrán que reptar como ratas si quieren colarse.

Mientras el joven se alejaba, Kaelthir retomó la marcha. Pero un relámpago de conjetura lo detuvo antes de franquear la puerta de la celda:

«Anduril devora Elegidas… salvo que estén destinadas a despertar algo que aún duerme bajo sus raíces. ¿Y si esta muchacha es la llave biológica que necesitan?»

Su pulso se aceleró. Necesitaba oír la verdad completa de labios de Eloria —o arrancársela con hechizos de fractura mental, era cierto que ella hablaba de la restauración del Linaje de Aelarion, ¿pero quien sería la elegida de traer devuelta ese linaje?— tenia que averiguar esa información antes de que los Tenebraeh descendieran como cuervos a su refugio, debía acabar con ellos personalmente, eso lo sabía, pero antes debía saber la verdad de las cosas. Sin embargo, en un momento de lucidez empezó a encajar cierto entramado. ¿ Y si no era una elegida X? Sino que tenía a la elegida ya en sus Narices.

«Muy astuta.» Pensó con una sonrisa. «Camuflar tu verdadera intención, haciéndome pensar que tú guiarias a una Elfae que traería a un supuesto linaje escogido»

Y con ese pensamiento, cruzó el umbral, decidido a no salir de allí sin respuestas. Afuera, la lámpara vaciló; dentro, el interrogatorio aguardaba. El reloj, implacable, había empezado a consumir los últimos siete minutos de calma.

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Cámara de Reclusión,

La cámara de reclusión había sido despejada; sólo quedaban Kaelthir, dos centinelas de armadura oscura y Eloria, aún sentada en el banco de piedra. Ilariel seguía atada a un anillo metálico en la pared opuesta, lo bastante cerca para escuchar, lo bastante lejos para intervenir. La lámpara de aceite crepitaba, desparramando sombras que parecían reptar por el suelo.

Kaelthir apoyó ambas manos sobre la mesa baja que había mandado colocar entre él y la sacerdotisa. El gesto era casi cortés, pero la tensión que destilaba su cuerpo convertía cada movimiento en amenaza latente.

—Bien,volvamos al inicio —dijo con calma áspera—. Dijiste que tu viaje a Anduril Duryadan es “para restaurar el linaje de Aelarion”, ¿no es así?

Hizo una breve pausa, evaluando la más leve contracción en el rostro de la joven.

—Eso no es un propósito; es un título vacío. ¿Qué significa en términos reales, sacerdotisa? ¿Por qué Anduril? ¿Por qué ahora?

Eloria sostuvo su mirada; la luz temblorosa arrancaba brillos dorados en sus iris verdosa, pero su voz se mantuvo serena.

—Ese es todo mi objetivo—repitió—. Restaurar lo que se perdió. Proteger la sangre antigua.

Kaelthir chasqueó la lengua, se incorporó y comenzó a pasearse en círculo. Las botas resonaban como martillos.

Restaurar… Los altos elfae aman esa palabra cuando quieren cubrir un sacrificio con perfume —murmuró—. Muy bien, hablemos con precisión.

Se detuvo justo detrás de ella, inclinándose lo suficiente para que su aliento rozara la nuca de la sacerdotisa.

—¿Quién gestará ese linaje? ¿A quién deben llevar las Sacerdotizas de Ishera al corazón de Duryadan? ¿A qué vientre deberán rendir culto las Isharni' Eruah?

Silencio.

Eloria sintió el peso de la piedra de Odar oculta bajo el fajín, presionándole las costillas. La simple presencia del artefacto le recordaba que, si respondía mal, todo se perdería. Recordó las palabras de la Madre Antherys:

«Nunca pronuncies en voz alta aquello que eres».




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