Vaelorn, Capital de Arduin,
La ciudad sagrada de Arduin reposaba bajo la mirada solemne de los 33 montes, coronados de templos y estatuas que brillaban a la luz de las constelaciones. A lo lejos, sobre el más prominente de todos —el monte Vidrialys— se alzaban las torres del Templo Mayor de Majestic Vidria, inmóvil y centelleante como un coloso de alabastro. Aquella noche, sin embargo, algo alteró el equilibrio ancestral del cielo. Un fulgor esmeralda, irregular y danzante, se deslizó entre las nubes como si el mismo firmamento hubiera sido rasgado por una llama muda. Los sacerdotes lo llamaron una Aeris Vidrialys, una señal divina. Las doce órdenes cultistas de los templos en cada monte interrumpieron sus cánticos y alzaron sus rostros al firmamento, creyendo que la Diosa del Cambio había hablado. Solo el Culto de Majestic Vidria elevó un canto nuevo, uno que no había sido entonado en siglos. Pero en lo profundo del plano físico, en los rincones aún no revelados por la fe, aquello no era una señal divina.
Era una Anomalía cientifica, llamada, Anomalía Perdus.
Una deformación del tejido atmosférico, producto de una concentración anómala de magnetismo y presión emocional. Aquellas manifestaciones descendían a lugares donde se liberaban grandes fuerzas psíonicas y psiquicas, a menudo en nacimientos traumáticos o muertes masivas. Pero en el mundo de los elfos, donde el conocimiento antiguo de algo llamado ciencia y logica había sido sepultado bajo siglos de culto y dogma, no existía tal cosa. Lo inexplicable era sagrado. Lo desconocido, divino. Por ello, la noche en que Sylfired nació fue declarada una bendición de Majestic Vidria.
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Templo menor de Majestic Vidria, en las faldas del Monte Vidrialys,
El Templo Menor de Majestic Vidria, estaba edificado en piedra blanca y vitrales de luz líquida, acogía apenas a cinco sacerdotisas permanentes. Pero esa noche, la sala de parto fue cubierta de incienso violeta, letanías suaves y palabras antiguas. La madre, Yvelys, una noble menor consagrada al culto de las Vidrias, apretaba los dientes mientras la sangre y el dolor le robaban el aliento. Afuera, los vitrales capturaban el reflejo de la anomalía y lo derramaban en haces de luz caleidoscópica sobre el altar.
Cuando la criatura nació, las flamas de las lámparas vacilaron. Las hojas de los vitrales susurraron. Una línea de luz vítrea se manifestó a lo largo de su espalda, delgada como un hilo de cristal vivo. Las sacerdotisas se detuvieron. Una murmuró:
—“Los flujos… tiemblan.”
La recién nacida fue lavada en agua clara, mezclada con sal y esencias de vidria. Aquel rito, estaba reservado solo para aquellas elegidas por la Diosa, era una marca simbólica: la niña ya no pertenecía a su madre. Pertenecía al culto.
Aquel mismo amanecer, una joven sacerdotisa llamada Aerysha, temblorosa y descalza, ascendió el monte Vidrialys hasta llegar a la sede principal del culto, corrió como una posesa hasta llegar a la cima. Irrumpió en los pasillos de cristal y oro, y pidió audiencia con la Suma Vidrialys, la madre superiora del culto a Majestic Vidria. Cuando se le concedió, el permiso de verla se arrodilló sin respirar y dijo:
—Ha nacido una señalada por Majestic Vidria.
La Suma Vidrialys descendió al templo menor antes del crepúsculo, lo hizo con la presuridad de alguien que sabe que estás cosas ocurren solo una vez. Cuando descendió del.monte y se dirigió al Templo menor, abservó a la niña, a la madre extenuada, y trazó un círculo de símbolos en el aire con los dedos. Su mirada, cargada de siglos, se posó en la línea de filigrana que cruzaba la espalda de Sylfired. En silencio, colocó un sello ritual sobre la frente de la recién nacida.
—Será entregada al culto a los dieciocho años —dijo con voz firme—, pero a los tres participará del Ritual de las 33 Reverencias. Su camino ha comenzado.
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Arduin, hora Prima,
El sol de la mañana filtraba su luz entre las ramas altas de los cedros blancos, mientras la brisa descendía con perfume de resina y flores silvestres. Pero en el interior del templo menor, el aire era espeso como una túnica empapada.
Yvelys se encontraba sentada en el lecho ritual, el cuerpo aún estremecido por el parto, y el alma colmada de una mudez insólita. No lloraba. No hablaba. No sonreía. Solo observaba. Su hija había sido llevada a la cámara de bendición, y con ella, una parte de sí había sido apartada para siempre.
Las paredes del templo no retumbaban con júbilo. El nacimiento no fue celebrado con música ni danzas de agua. Era, según las sacerdotisas, un momento sagrado de tránsito. Un alma había descendido a la carne, y ahora debía ser moldeada para servir a los designios de Majestic Vidria.
La Suma Vidrialys había sido clara:
—Ya no es tuya. Es de la Diosa. De su camino, de sus variables.
Yvelys asintió. No protestó. No mostró debilidad alguna. Pero cuando las sacerdotisas se retiraron, y el incienso dejó de arder, su mano se alzó apenas y tocó el lugar vacío junto a su pecho. Allí donde la pequeña había reposado unos minutos, envuelta en lino blanco, antes de ser reclamada por la orden.
Un recuerdo la azotó, breve y poderoso.
La noche de la anomalía.
Gritaba en medio del dolor. No por el parto, sino por algo más profundo: miedo, rabia, incertidumbre. En ese instante, las luces danzaron sobre el techo, y las campanas de plata colgadas en los umbrales sonaron sin ser tocadas. Aerysha había caído de rodillas al verla, y otra sacerdotisa murmuró entre dientes: