En el Claro de Skargar,
Cuando volvieron del todo a la gran sala, la casa ya había aprendido a respirar con ellas. Helaena mantuvo un breve instante de silencio, sentada en una silla, tomó su taza sin azúcar, la vació con una parsimonia antigua y se puso en pie. No hubo discursos: las hadas verdaderas saben despedirse con instrucciones precisas.
—Me retiro... Manteneos en silencio operativo siempre en sus países designados—dijo—. Espero que nadie pronuncie nombres. —Y miro a Elaeria —. Si algo cambia en Ardarxin, enviaré tres luces sobre el lago: una al norte, dos al oeste, tres al centro. Será aviso de movimiento de clanes que quieran matarse. Si el viento trae cuatro, abre fallado; asumid mando y cerrad el círculo.
Se inclinó ante la mesa —la cortesía debida al oficio, no a las personas—. Tocó el poste central con dos nudillos, en señal de juramento, era un voto de lealtad sin presencia, y recorrió con la mirada a cada una: a Lil’la, le devolvió una sonrisa que se sentia a verano; a Orelia, que registró el gesto como quien archiva un decreto; a Sylp, que se llevó la mano al corazón, solo le dedicó una leve reverencia, plegando las alas; a Saelyra y Adary, que respondieron como veteranas a su gesto de despedida, les dedicó un asentimiento leve lleno de cortesía, Ilaria por su parte, le sostuvo la mirada con un respeto impermeable y así a cada una de las ahí presentes.
—Que la Regla Mayor os cuide, y vosotras a la Regla —concluyó.
El campanilleo sonó una sola vez, justo lo necesario. La puerta se abrió sin crujir, y el arce de Artinios dejó caer una hoja que siguió entera hasta tocar el umbral. Helaena salió. La casa ajustó su respiración para cerrarse tras ella como se cierra un buen vendaje.
Elaeria esperó a que el silencio se asentara en el ambiente. No era vacío; era terreno común.
—Hermanas —volvio a tomar la palabra, con la voz que sirve para fijar actas—: como os lo vuelvo a reiterar, he hablado con Helaena. Hemos convenido un término de Exodus.
La palabra, antigua como los primeros mapas, volvió a cruzar peso la sala con peso. Algunas frentes se alisaron por costumbre, otras se tensaron. Lil’la juntó las manos, expectante. Orelia ladeó apenas la cabeza, calculando implicaciones. Saelyra no pestañeó. Ilaria alzó un dedo, reclamando el uso de la palabra en el exacto punto en que la tradición lo pedía.
—Creo que deberias recordar que un Exodus —empezo Ilaria, con precisión— no es un término que una hermana pronuncie a la ligera. Sólo el Rey de los Fae y la Reina de las Hadas pueden otorgarlo. Hace milenios se fijaron los lugares y sectores de las Cincuenta por Edicto de Demarcación. Aunque faltemos varias, y otras se hallan perdido en diversos lugares del mundo, el edictum sigue vigente. Moverlo es complicado, y a menudo peligroso.
Elaeria asintió; no discutía la ley, la encuadraba.
—Soy consciente —dijo—. Por eso no he hablado del hecho, sino de la intención. Helaena está en punto de quebrarse y generar un vínculo empatico-simpático. Si la obligamos a mantener dos frentes — que son mantener las Coaliciones independientes y Proteger Urdaren de si misma—, acabaremos perdiéndola. No hablo de eficacia; hablo del alma. Sabéis lo que ocurre cuando el vínculo se tensa y se rompe: la que una vez fue un hada se enturbia y la forma se degenera. No deseo otra Sylvary en nuestros informes. Antes de eso, estableci un Exodus.
Un murmullo contenido recorrió la mesa, distinto al rumor de alarma. Sylp habló primero, con honestidad llana:
—Prefiero un cambio de vientos a otra silla vacía.
Saelyra fue el contrapeso necesario:
—Cuidado con abrir precedentes. Si cada cual reclama traslado cuando el hilo le tira, el Edicto se vuelve sugerencia.
Orelia intervino con la frialdad útil de quien piensa en los engranajes:
—Si se presenta como acta de intención y no como hecho consumado, el Consejo lo oirá mejor. Necesitaremos límites claros, mecanismo de coordinación y cláusulas de retirada. Sin eso, Absentia nos cerrará la puerta.
Ilaria no cedía, pero escuchaba. Era buena señal. Elaeria mantuvo la línea:
—Hoy levanté el acta, lo juramentamos por el poste y el arce. Y solicitamos audiencia en Absentia al próximo paso de plenilunio. Hasta entonces, trabajaremos de facto con límites: Nadie pronuncia nombres en Urdaren. Ningún sueño obliga; sólo muestra. Ninguna ventaja será de tal naturaleza que los mortales no puedan sostenerla sin nosotras. Ardarxin queda bajo Helaena a tiempo completo; cualquier señal en su frontera nos la enviará en tres luces. Si yo percibo el inicio de vínculo, me retiro tres lunas. Si persiste, renunciare
—Añade responsabilidad —dijo Orelia—. Si el Consejo niega, el intento no nos romperá.
Ilaria bajó el dedo, que en su lengua era un asentimiento condicional.
—Aun con todo, necesitarás una cláusula y una firma de testigos, yo podria firmarla —dijo—. Pero dejaré constancia: el Exodus es excepcional, no siempre es costumbre.
—Que conste pues—admitió Elaeria—. Que no busco costumbre; busco salvar una vida antigua. Ya son varias hermanas perdidas en la oscuridad.
Lil’la dejó escapar una risa mínima, que no era frivolidad sino alivio:
—Y a ti te vendrá bien cambiar de vientos, hermana. El norte endurece; el sur pulsa. Quizá sea justo lo que necesitas para no endurecerte tú.
—Quizá —concedió Elaeria, con una leve sonrisa.
Adary preguntó lo que había que preguntar:
—¿Cómo presentaremos el memorial? El Consejo lee formas además de fondos.
—Con tres sellos —respondió Elaeria—: cobre del campanillo, resina del poste, y vigor del arce. Regla en el encabezado; límite en el cuerpo; y juramento al pie.
No hizo falta más. La sala comprendió que el procedimiento estaba definido. Saelyra acercó la tabla de actas: madera vieja, bordes gastados por siglos de dedos. Orelia preparó la pluma. Sylp trajo un cuenco donde el té aún conservaba calor; lo necesitarían para fijar la luz al papel vivo.
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Editado: 26.09.2025