Sangre de Dioses y reyes: la guerra de los dos milenios.

Capitulo II

Anthersis, frontera norte de Draymir,

El aire estaba cargado con el hedor del hierro y la humedad de la tierra removida. Kaelum cabalgaba en la retaguardia de la columna militar, sintiendo la vibración de los cascos de los caballos y el resonar de las botas de los soldados sobre el suelo pedregoso.

A su lado, el comandante Ser Rhovar, un veterano de más de cuarenta campañas, hablaba en voz baja con los capitanes de cada escuadra. La misión era clara: erradicar al clan de los Authersis. Los Authersis, en si, eran bestias leoninas cubiertas por escamas espinosas, que llevaban meses asaltando los puestos fronterizos de Draymir.

En aquel momento, Kaelum tenía solo trece años, pero su padre lo había enviado para aprender con sangre lo que significaba la guerra.

—Mi joven príncipe —susurró Rhovar, inclinando la cabeza levemente—. Nuestros exploradores han avistado movimiento en la quebrada de Nyquersis.

Kaelum asintió. Sabía lo que eso significaba.

—Quieren emboscarnos —afirmó.

El comandante sonrió con orgullo. Aquel muchacho aprendía bien.

—Así es. Pero esta vez, seremos nosotros quienes los cazaremos.

La trampa estaba tendida.

En ese momento, el sol agonizaba en el horizonte cuando la milicia de Draymir, se dividió en dos frentes. Uno continuó por la senda principal, como si marcharan sin conocimiento del peligro. La otra fuerza, compuesta por los guerreros más sigilosos y Kaelum entre ellos, se deslizó entre las rocas y el follaje, rodeando la quebrada.

Las sombras de la noche cubrieron el campo de batalla cuando las primeras siluetas de los Authersis aparecieron entre los riscos.

Eran grandes, más de lo que Kaelum había imaginado. Músculos duros como el granito, piel recubierta de placas azules y garras capaces de desgarrar el acero. Sus ojos brillaban con un resplandor amarillento, bestial.

Kaelum sintió su corazón latir con fuerza. No era un entrenamiento. No era un juego. Era la guerra.

Fue entonces, cuando un aullido gutural resonó en la quebrada.

Los Authersis habían empezado su ataque. De la nada, casi de improviso, la quebrada se llenó de un estruendo ensordecedor cuando los Authersis se lanzaron sobre las tropas de Draymir. Eran una fuerza de la naturaleza, brutales, ágiles, terribles. Eran bestias formidables cubiertas de escamas azuladas, con garras más afiladas que los filos de un puñal. Kaelum sintió el peso de su espada en la mano. El arma no parecía tan ligera como en los entrenamientos, ni sus movimientos tan fluidos. La realidad era otra: su brazo se tensó, sus piernas se anclaron en la tierra, y la batalla se convirtió en un torbellino de caos y muerte. Los primeros hijos de Draymir recibieron la embestida con escudos alzados. Los Authersis no luchaban como hombres, sino como depredadores. Sus movimientos eran rápidos, letales. Uno de ellos atravesó el cuello de un soldado con sus garras, desgarrando carne y hueso con facilidad.

—¡MANTENGAN LA FORMACIÓN! —Rugió Ser Rhovar, blandiendo su espada con fiereza.

Kaelum vio a uno de los Authersis abalanzarse sobre un jinete, derribándolo del caballo con un golpe brutal. El príncipe sintió el instinto de retroceder, pero su entrenamiento le gritó lo contrario.

"Adelante. Ataca." Pensó.

El joven alzó su espada justo cuando una de las bestias se giró hacia él. Sus ojos se encontraron por un instante. Amarillos, feroces, llenos de odio y hambre.

El Authersi rugió y se lanzó hacia él.

Kaelum reaccionó. Rodó a un lado, sintiendo el aire cortarse por las garras que casi le abren el pecho. Se incorporó de inmediato y golpeó con su espada. La hoja impactó contra la armadura natural de la bestia, pero solo rebotó, sin hacerle daño.

El Authersi gruñó y contraatacó con un manotazo. Pero el joven príncipe apenas tuvo tiempo de levantar su escudo antes de ser lanzado hacia atrás por la fuerza del golpe. Cayó al suelo con un jadeo, el dolor recorriéndole los brazos. Era fuerte. Más de lo que había imaginado. Pero no podía morir ahí. Con un grito de furia, Kaelum se impulsó de nuevo hacia adelante, con la espada apuntando al único punto vulnerable de la bestia: su garganta. El rugido retumbó en los oídos de Kaelum mientras la bestia saltaba sobre él. El mundo pareció ralentizarse por un instante: sus ojos se fijaron en la mandíbula abierta, en las fauces capaces de partirle el cráneo, en las garras listas para arrancarle el corazón. Pero su entrenamiento tomó el control. Con un giro brusco, esquivó la embestida y clavó su espada bajo la mandíbula del Authersi, sintiendo cómo el filo se abría camino entre las escamas y la carne. La bestia se agitó con un rugido sofocado, su sangre caliente salpicando su armadura. No era como entrenar contra muñecos de paja o luchar contra soldados con armas embotadas. Era real. El calor, la sangre, el peso del cuerpo convulsionándose sobre su espada... Kaelum puso toda su fuerza en empujar el arma más adentro hasta que sintió el estremecimiento final del Authersi. Luego, tiró de la hoja y la criatura cayó inerte a sus pies.

No tuvo tiempo de recuperar el aliento.

—¡Kaelum, a tu derecha! —Bramó Ser Rhovar.

El joven apenas alcanzó a girarse cuando otra de las bestias se lanzó contra él. Su brazo se alzó por instinto, su escudo recibió el impacto brutal y Kaelum fue lanzado varios pasos hacia atrás.

Cayó de espaldas hacia un montículo de piedras, su hombro ardiendo por el golpe, su respiración agitada. Otro Authersi se preparaba para atacar de nuevo cuando una lanza atravesó su costado.

Kaelum alzó la mirada justo a tiempo para ver a Sir Garrik, otro de sus mentores, retirando la lanza del cadáver de la criatura.

—Levántese joven principe. No hay tiempo para estar en el suelo.

Kaelum apretó los dientes y se puso de pie.

En ese momento, el campo de batalla se volvió en un caos de gritos, metales chocando y rugidos resonando por todos lados con ciertas caballerías, lanzando ataques quirúrgicos en ciertos puntos. El olor a sangre y tierra removida impregnaba el aire, y el suelo ya no era más que un lodazal de cuerpos y vísceras.




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