Hubo un tiempo en el que los elfos vivían ajenos a las estrellas, en un mundo repleto de magia y misterios ancestrales. Su sociedad, aunque sofisticada, era primitiva en comparación con los vastos imperios galácticos que gobernaban más allá de su comprensión. Divididos por reinos y marcados por intrigas, alianzas frágiles y guerras interminables, los elfos solo conocían la lucha como medio para alcanzar la paz. Esta era la época de Aelarion y Aleria, un rey visionario y una reina sabia, padres de Urael, el joven príncipe destinado a presenciar el fin de una era y el comienzo de otra que cambiaría para siempre el destino de su gente.
En el corazón de esta historia yacía la amenaza de Neltharion, un ser oscuro que cayó del cielo en un barco de hierro y fuego, que no solo manipuló poderes desconocidos, sino que la retorció en formas antinaturales para desatar un poder nunca antes visto sobre el mundo élfico, derrocando al antiguo señor oscuro: Necroz. Y transformando sus Dominos en una archidiócesis al que llamó su Imperio Technomaquiko. Sus huestes de criaturas terribles y su vasto conocimiento en aquello que llamaba Technomaquia lo convirtieron en el mayor enemigo que los elfos habían enfrentado jamás. Los reinos, divididos por rivalidades, tardaron décadas en reconocer la magnitud de la amenaza, cuando los sin rostro pertenecientes a Necroz Necrolithtyr, el antiguo señor oscuro, abandonaron su invasión. Y fue solo gracias al liderazgo de Aelarion que los elfos se unieron bajo una sola bandera. La unificación, sin embargo, no fue fácil: desconfianza, traiciones y sacrificios marcaron el camino hacia una alianza que parecía imposible.
La batalla final contra Neltharion fue épica, una guerra que resonó en los cantos élficos durante generaciones. Pero incluso en la victoria, el mundo élfico quedó profundamente marcado. Las tierras devastadas y las heridas en el alma colectiva de su gente necesitaban tiempo para sanar. Así comenzó una nueva era de paz, donde los elfos se dedicaron a reconstruir su civilización bajo el liderazgo de Aelarion y Aleria. Esta época dorada trajo consigo avances culturales, prosperidad y el fin de las intrigas políticas que durante siglos habían plagado su sociedad. Sin embargo, los días de relativa calma no durarían para siempre.
Todo cambió con la llegada del Imperio de Albion Land, una fuerza intergaláctica que muchos conocían como el "Imperio de Imperios". Aquel vasto y avanzado conglomerado de civilizaciones tenía como misión unificar todas las galaxias y mundos bajo un solo estandarte, no por medio de la conquista, sino a través del entendimiento y la asimilación. Para los elfos, el contacto inicial con Albion fue un choque de realidades. Los conceptos de tecnología, ciencia y exploración espacial eran completamente ajenos a su mundo. Ver por primera vez las majestuosas naves del Imperio surcando los cielos, los soldados Vestenthor con sus armaduras nanotecnológicas, y los emisarios de razas desconocidas causó tanto asombro como temor.
El Imperio de Albion no era como los invasores que Urael y sus hermanos había imaginado en sus pesadillas. Respetaban profundamente las culturas y tradiciones locales, pero su llegada trajo consigo preguntas y desafíos que los elfae jamás habían enfrentado. Los exploradores y científicos del Imperio estaban fascinados con el mundo élfico, en particular con sus árboles de cuarzo y cristales, cuya naturaleza única parecía desafiar las leyes de la física conocidas. Aquellos encuentros iniciales fueron tensos, pero poco a poco dieron lugar a un intercambio de ideas y conocimientos que transformaría ambas civilizaciones.
Para Urael, el joven príncipe que había crecido escuchando historias de magia y mitos, el contacto con Albion fue una revelación. Vio en el Imperio una oportunidad para ampliar los horizontes de su gente, pero también una amenaza a su identidad cultural. A medida que los elfos comenzaban a adoptar tecnologías avanzadas y explorar conceptos como las ciencias epigenéticas, las universidades intergalácticas y las redes neuronales cuánticas, surgieron tensiones entre aquellos que abrazaban el cambio y los que temían perder lo que hacía única a su raza.
La historia de Urael no es solo la de un príncipe que se convierte en líder, sino también la de una civilización que pasa de la magia a la tecnología, de la tradición a la modernidad, y de la independencia a la integración en un sistema intergaláctico mucho más grande. En el corazón de este relato están los dilemas éticos y morales que surgen cuando dos mundos tan diferentes intentan convivir. ¿Cómo mantener la esencia de lo que uno es mientras se abraza lo desconocido?
En este proceso de asimilación, los elfos descubrieron que no estaban solos. Otras razas, cada una con sus propias historias y desafíos, también formaban parte del Imperio de Albion. Desde los feroces guerreros leoninos Urmah, hasta los enigmáticos exploradores de mundos y galaxias lejanas, estas nuevas alianzas ampliaron la perspectiva de los elfos sobre el universo y su lugar en él. Pero también plantearon nuevas preguntas: ¿cuáles eran los verdaderos objetivos del Imperio? ¿Qué secretos se ocultaban en las vastas estrellas que ahora se abrían ante ellos?
"Si tuviera que hablar del origen del contacto de nuestra raza con el Imperio de Imperios", escribiría Urael en sus memorias, "tendría que contar el origen de la Onyria y la gran asimilación".
Con esta frase comienza la crónica de una historia épica que abarca generaciones, explorando el poder de la magia, la ciencia y la voluntad de una raza para encontrar su lugar en un universo mucho más vasto y complejo de lo que jamás habían imaginado. Una historia de unión, transformación y la búsqueda de un equilibrio entre el pasado y el futuro.