Vaelorn, Arduin, Salón de la Corona.
Seis meses después del nacimiento de Urael.
Los reinos élficos eran vastos y diversos, pero su historia estaba marcada por una amarga fragmentación. 50 reinos competían en el continente de Berethiel, todos luchando por tierras, recursos y gloria, cada uno sosteniendo su orgullo y legado como banderas de guerra. Vaelorn, aunque joven, había logrado ascender entre los demás mediante alianzas estratégicas, comercio floreciente y, en ocasiones, fuerza militar. Pero esta posición no estaba exenta de desafíos.
En el Salón de la Corona, la luz del mediodía se filtraba a través de los vitrales, proyectando colores danzantes sobre el mármol blanco del suelo. Aelarion, el rey de Vaelorn, estaba sentado en su trono de madera tallada, incrustado con gemas que representaban los antiguos árboles de las Colinas Tempestuosas. Frente a él, un mapa detallado del continente elfo descansaba sobre una mesa de obsidiana. Las fronteras de los reinos estaban marcadas con trazos intrincados, y cada reino estaba representado por un emblema único.
A su lado se encontraba Eletharion, su hermano menor y consejero principal. Con una mirada aguda y un carisma natural, Eletharion había sido fundamental para negociar tratados con otros reinos. Sin embargo, incluso él sabía que las palabras podían ser tan frágiles como las hojas en otoño.
—Los mensajes de Ithrenya no son alentadores, hermano —dijo Eletharion, señalando un punto en el mapa. Era una región al sur, conocida por sus vastos bosques de cedros plateados—. La reina Ellariel ha reforzado sus fronteras y ha rechazado nuestras caravanas comerciales.
Aelarion frunció el ceño, sus dedos tamborileando sobre el brazo de su trono. Ithrenya había sido un aliado inestable, una nación orgullosa que desconfiaba de los crecientes poderes de Vaelorn.
—Ellariel teme lo que somos capaces de lograr —respondió Aelarion—. Pero su aislamiento no será eterno. Pronto necesitará lo que solo nosotros podemos ofrecer.
—Eso es optimista, mi señor —interrumpió una voz grave desde el otro lado de la sala. Era Thalendir, el capitán de la guardia real, un elfo robusto y pragmático que rara vez endulzaba sus palabras—. Ithrenya no es el único problema. Los emisarios de Sylverthorn reportaron movimientos sospechosos cerca de la frontera este. Parece que los ejércitos de Andurith se están movilizando.
Andurith, un reino al nor-este, era conocido por su fuerza militar y su desprecio por las alianzas. Gobernado por el beligerante rey Tharyon, Andurith había ignorado todas las invitaciones de Vaelorn para establecer tratados pacíficos.
—¿Movilizando ejércitos? —repitió Aelarion, su mirada endureciéndose—. ¿Con qué propósito?
—No han declarado sus intenciones —dijo Thalendir—. Pero nuestras patrullas han informado de un aumento en su presencia cerca del Paso de Aenor. Es una provocación.
El Paso de Aenor era una ruta clave que conectaba Vaelorn con el comercio de varios reinos del norte. Perder el control de esa región podría asfixiar las ambiciones económicas de la nación.
—Esto no puede quedar sin respuesta —dijo Eletharion, golpeando la mesa con su puño—. Si Tharyon cree que puede intimidarnos, debemos mostrarle que Vaelorn no se doblega.
—La guerra no es nuestra primera opción —respondió Aelarion con firmeza—. Pero tampoco seremos víctimas de su agresión. Thalendir, envía una compañía de exploradores al Paso de Aenor. Quiero saber exactamente qué está haciendo Tharyon antes de actuar.
Thalendir asintió y se retiró rápidamente, dejando a los hermanos solos frente al mapa.
—¿Crees que Tharyon realmente buscará un conflicto? —preguntó Eletharion, su tono ahora más cauteloso.
—No lo sé —admitió Aelarion—. Pero algo está cambiando en el mundo. Lo siento en el aire, como un susurro que no puedo descifrar. Las rivalidades entre nuestros reinos se están intensificando, y temo que una chispa podría encender una conflagración que arrase con todos nosotros.
Eletharion guardó silencio por un momento, reflexionando sobre las palabras de su hermano. Finalmente, habló con un tono más ligero, intentando aliviar la tensión.
—Tal vez deberíamos invitar a Tharyon a una cacería en las Colinas Tempestuosas. Nada une tanto como la persecución de un venado dorado.
Aelarion esbozó una sonrisa, aunque tenue.
—Si Tharyon acepta una invitación, será para cazar algo mucho más peligroso que un venado.
Mientras los dos hermanos continuaban discutiendo estrategias, las noticias de los movimientos de Andurith se extendían por Vaelorn. En los mercados, los rumores corrían como fuego, alimentados por el miedo y la incertidumbre. Los bardos y las Sacerdotisas, cantaban canciones sobre antiguas guerras, recordando a todos los peligros de la desunión.
Y sin embargo, en medio de esta tensión, Aleria permanecía en la torre alta del palacio, sosteniendo a su hijo Urael en brazos. Desde la ventana, observaba las vastas tierras de Arduin, Capital de Vaelorn, sintiendo tanto orgullo como preocupación por el futuro que le esperaba a su hijo.
—Algún día, pequeño —susurró—, este mundo será diferente. Y tú serás parte de ese cambio.
En las tierras élficas, los días de paz nunca eran duraderos, y el viento que soplaba desde las Colinas Tempestuosas traía consigo el presagio de conflictos aún mayores. Pero por ahora, Vaelorn se mantenía firme, un faro en medio de la tormenta.
---------------
Paso de Aenor, frontera nor-este de Vaelorn.
Tres días después de la reunión en el Salón de la Corona.
Las noches en el Paso de Aenor eran heladas, incluso en las estaciones más cálidas. Los altos riscos, cubiertos de musgo y hierba espesa, se erguían como guardianes naturales, pero ahora albergaban una amenaza latente. La compañía de exploradores enviada por Aelarion avanzaba con cautela, sus capas verdes y grises mezclándose con el paisaje. Eran diez en total, liderados por Khaerion, un veterano explorador conocido por su astucia y precisión.