Salón de los Espejos, Vaelorn.
Dos semanas después de la partida de Elodyr.
El Salón de los Espejos era un lugar donde los reflejos podían mostrar tanto la gloria como la ruina. Las paredes estaban cubiertas por espejos dorados que multiplicaban la luz de los candelabros y daban a la sala una atmósfera onírica. Allí, Aelarion había convocado a sus aliados más cercanos para discutir la respuesta a las recientes maniobras políticas de Andurith.
El salón estaba lleno de señores menores, emisarios y líderes de clanes independientes. Las voces se alzaban en un caos organizado, mientras cada uno intentaba hacerse oír por encima de los demás.
—No podemos seguir esperando —exclamó Lord Vaelor, un noble de una de las casas más antiguas de Vaelorn—. Cada día que pasa, Andurith fortalece su posición. Si no actuamos ahora, perderemos nuestra oportunidad y la única ruta comercial que nos conecta con los Reynos Meridionales, con Sylverthorn y......
—Y actuar precipitadamente nos llevará a una guerra que no podemos ganar —respondió Lady Ishariel, de forma cortante, una estratega conocida por su calma y precisión—. Debemos asegurarnos de que cuando demos un golpe, sea decisivo.
Aelarion alzó una mano, pidiendo silencio.
—Ambos tienen razón, pero nuestra prioridad no debe ser solo ganar una batalla, sino consolidar nuestra posición a largo plazo. Hemos enviado a Elodyr al este para buscar alianzas, pronto se dirigirá al sur, a Ithrenya. Si logramos asegurar su apoyo, tendremos la fuerza necesaria para enfrentarnos a Andurith.
—¿Y qué pasa si Elodyr fracasa? —preguntó un joven señor, su voz cargada de escepticismo—. Los reinos del este y el Reyno de Ithrenya no son conocidos por su lealtad.
Aelarion miró al joven con una mezcla de paciencia y autoridad.
—Si Elodyr fracasa, buscaremos otras soluciones. Pero por ahora, debemos confiar en su habilidad y en el peso de nuestra causa.
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Ciudad de Silthera, Reino de Eryndil, al Oeste de Vaelorn.
En el corazón del reino de Eryndil, uno de los más antiguos y orgullosos del continente, la reina Aelith presidía una reunión de su propio consejo. Sus ojos brillaban como cristales bajo la luz de los candelabros, mientras escuchaba atentamente a sus consejeros debatir sobre las recientes noticias provenientes de Vaelorn y Andurith.
—Vaelorn busca aliados en el este —dijo Lirael, su mano derecha—. Si logran asegurar nuestro apoyo, podrían equilibrar la balanza contra Andurith.
—¿Y por qué deberíamos involucrarnos? —preguntó Lord Caraneth, un noble de rostro severo—. Vaelorn y Andurith han estado en conflicto durante generaciones. No es nuestra lucha.
—No directamente, pero si Andurith logra expandirse, eventualmente nos alcanzarán —respondió Lirael, con un tono calculador—. Mejor asegurarnos de que se mantengan contenidos.
La reina Aelith alzó una mano para detener la discusión.
—Vaelorn busca alianzas, y Andurith no tardará en hacer lo mismo. Si jugamos bien nuestras cartas, podríamos convertirnos en los árbitros de este conflicto, y asegurarnos de que ambos reinos dependan de nosotros.
Los consejeros asintieron lentamente, reconociendo la sabiduría de sus palabras.
—Envía un emisario a Vaelorn —ordenó Aelith—. Pero también a Andurith. Quiero saber qué están dispuestos a ofrecer.
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Paso de Aenor.
Tres días después.
En las montañas nevadas del Paso de Aenor, las tensiones entre las tropas de Vaelorn y Andurith seguían creciendo. Pequeñas escaramuzas estallaban a lo largo de la frontera, mientras los soldados de ambos lados intentaban establecer su dominio en la región.
En un campamento en el lado vaelorniano, el capitán Kaelthas observaba el horizonte con una mezcla de preocupación y determinación. Sus tropas estaban cansadas, y los suministros eran limitados. Sin embargo, sabía que no podían permitirse retroceder.
—Capitán, hay movimiento en el valle —informó uno de sus exploradores, señalando hacia el oeste—. Parece que Andurith está reforzando su posición.
Kaelthas asintió, su mente trabajando rápidamente para formular un plan.
—Envía un mensajero a Vaelorn. Necesitamos refuerzos.
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Corte de Andurith.
Mientras tanto, en la corte de Andurith, Tharyon estaba recibiendo a emisarios de varios reinos menores que habían sido atraídos por la promesa de riqueza y poder. Uno de ellos era Lord Maltherion, un noble de un pequeño reino en el sur.
—Vaelorn busca consolidar alianzas, pero su posición es débil —dijo Maltherion, inclinándose ligeramente ante Tharion—. Si actuamos rápidamente, podríamos desestabilizarlos antes de que tengan la oportunidad de fortalecerse.
Tharyon asintió lentamente, considerando las palabras del noble.
—Entonces debemos asegurarnos de que ningún reino se alíe con ellos —dijo, con una sonrisa fría—. Ofreceremos mejores términos a cualquiera que considere apoyarlos. Y para aquellos que se resistan… bueno, hay formas de persuadirlos.
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Reino de Ithrenya.
Una semana después.
En el reino de Ithrenya, un lugar conocido por su neutralidad y su avanzada cultura artística, la reina Ellariel observaba con cautela los movimientos de Vaelorn y Andurith.
—Ambos reinos buscaran nuestra lealtad —dijo uno de sus consejeros—. Pero unirnos a cualquiera de ellos pondría en peligro nuestra independencia.
—Entonces no nos uniremos a ninguno —respondió Ellariel, con una calma calculadora—. Pero podemos ofrecer nuestra mediación. Si logramos posicionarnos como los árbitros de este conflicto, podríamos consolidar nuestra influencia sin necesidad de tomar partido.
Así, las piezas comenzaban a moverse en el tablero político de una pequeña parte del continente. Mientras Vaelorn y Andurith luchaban por consolidar su poder, los reinos menores buscaban aprovechar la oportunidad para fortalecer sus propias posiciones. Las intrigas políticas crecían como una tormenta silenciosa, y el equilibrio del continente pendía de un hilo.