Sangre de Elegida.

Capítulo 3.

Adelaida (POV):

Me sacudí los pantalones evitando hacer contacto visual con mis padres, sobre todo con mi madre. Pero poco me duró pues su carraspeo me indicó que le mirase. Cuando alcé la mirada se encontraba mi padre un paso atrás, de brazos cruzados y con una gran indiferencia en su rostro, sin embargo, mi madre con los brazos colocados como jarras me miraba con el ceño fruncido y roja del enfado que albergaba en ella.

-        ¿Eres consciente de lo que acabas de hacer?

Bueno, no lo veía tan disparatado lo que acababa de hacer, había usado el colgante para transportarme, que además era el propósito de este.

-        ¡No puedes abusar del poder del colgante! Te dejamos bien claro que se usaba por necesidad, su poder es muy frágil y puedes destruirlo. – Rodé los ojos.

Mi madre era bastante exagerada.

-        Solo lo he hecho una vez, no exageres. – Esta soltó una risa sarcástica.

-        No te creo Adelaida. – Fruncí ahora yo el ceño. No estaba mintiendo. – Llevar ese colgante encima conlleva una gran responsabilidad. Ninguno usamos el colgante para ir donde nos plazca, usamos el transporte como cualquier otra persona. – Soplé cabreada. - ¡No soples! Dame el colgante. – Abrí los ojos de par en par, dando un paso atrás negándome. – Adelaida dame el colgante.

-        No. Me lo dio la abuela a mí, no a ti. – Eso pareció cabrearla más, dio un paso hacia mí, acortando la distancia que nos separaba.

-        ¡Cuando aprendas y seas responsable te lo devolveré! – Lo agarro de mi cuello y arranco la cadena.

Eso lo sentí como si me hubiese cruzado la cara de una bofetada. Ella no tenía derecho a quitármelo, el colgante me lo dio mi abuela a mí, además del pequeño detalle de que sin él mis poderes elementales florecerían, y eso yo lo había estado evitando a toda costa.

-        Dámelo, mamá. – Esta negó guardándolo en su bolsillo.

-        Hemos permitido que salgas a patrullar, entendemos que sea tu cometido, pero tienes diecisiete años, y mientras vivas en esta casa harás lo que se te diga. – Solté un pequeño grito berrinchudo de niña pequeña.

-        Sin el mis poderes aparecerán, ¡y no se controlarlos! – Pareció darle igual, pues su semblante no cambio. - ¡Papa di algo!

-        Tu madre tiene razón Adelaida, el colgante solo debes usarlo cuando sea estrictamente necesario, no para viajar de un lado a otro a tu antojo. Además, es bueno que empieces a desarrollar tus poderes. – Volví a soplar, pues tenía es manía desde pequeña, aunque había sido más un bufido que otra cosa.

-        ¡Deja de soplar! Aprende a ser responsable y te lo devolveré, mientras tanto verás que fácil será controlar tus poderes, irán de poco en poco. – Su tono se iba suavizando cada vez más.

-        Me voy a mi cuarto.

Sin decir nada me fui, escuchando a mis padres murmurar.

(...)

Habían pasado unas tres horas desde que me encerré en mi habitación. Me puse a ver un maratón de Prison Break en mi portátil, ¿cómo demonios había internet en este sitio? Tenía muchas dudas sobre este lugar, pero ahora mismo me daban igual, ni si quiera me atormentaban pues eran una idiotez. Levemente gire la cabeza cuando alguien llamó a la puerta de mi habitación.

-        ¿Quién? – Pregunte.

-        Yo. – Isaac, mi hermano pequeño de doce años era bastante respetuoso y correcto para los años que tenía, yo a su edad entraba donde quería.

Menuda maleducada que era.

-        Pasa.

La caballera castaña clarita de mi hermano se asomó, llevaba una gran sonrisa en la cara, y cerrando la puerta tras él, me enseño en su mano derecha una bolsa de plástico llena de chocolates.

Cerré el portátil que tenía sobre la cama, y lo dejé en una esquina. Palmeé la colcha para que se sentase junto conmigo, no sin antes darle un pequeño beso en la mejilla.

-        Como mamá se entere que lo has cogido sin su permiso te reñirá. – Este se encogió de hombros abriendo la bolsa.

-        Solo chocolates y galletas de chocolate.

Su lógica era aplastante, y totalmente cierta.

-        Toda la razón del mundo renacuajo. – Agarré una galleta saboreándola con gusto.

Dios, amaba el chocolate por encima de cualquier cosa.

-        Mamá y papá hablaban de la cena de mañana. No entiendo porque tengo que ponerme pantalón y camisa. Me gusta llevar ropa de deporte, ¿podrías convencer a mamá? – Dijo suplicándome con la mirada.

-        ¿Cena de mañana? ¿Quién viene mañana?

¿Cena de mañana? ¿Quién mierda venia mañana a cenar que teníamos que arreglarnos?

-        Einar Sigmond. – Con el chocolate en la mano y la boca abierta me quede paralizada. – El rey Hibrido dijeron los papás.

Deje el chocolate de nuevo en la bolsita, me levante de la cama tocándome el pelo extrañamente nerviosa. ¿Por qué diablos tenían que invitarle a él a casa? Estando cerca de él me alberga una sensación de lo más rara, su contacto, literalmente, me arde, es como si mi piel estuviera a unos milímetros de distancia de una estufa a todo gas. Su voz me eriza los pelos de la nuca, y tengo muchos, pero que muchos, sentimientos encontrados que ni si quiera se si son buenos o malos.

¿Mi instinto de protectora me estará diciendo que aún con todo sigue siendo mitad vampiros?

No tenía ni idea. Algo me decía que me alejase de él, y que por nada del mundo dejase que su piel hiciese contacto con la mía. Dios santo, me estaba volviendo realmente como una regadera. ¿Juana la loca? Se queda atrás de mí,

-        ¿Todo bien Adele? – Asentí con una sonrisa.

Desde que escuchó a Adele cantar y ver el parecido de nuestros nombres, decidió llamarme así.

-        Si Isaac, todo bien. – Forcé una sonrisa que fue suficiente para convencerle.

-        Me tengo que ir, he quedado con Dina para jugar. – Aquella niña de ojos azules que vivía al lado y mi hermano se habían hecho totalmente inseparables.



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En el texto hay: magos, demonios, hombreslobo

Editado: 26.12.2020

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