Sangre de Elegida.

Capítulo 8.

Einar (POV):

La primera vez que la vi algo raro se despertó en mí. No sabia muy bien que podía ser, ni que significaba, pero todo comenzó a revolverse al verla bajar de la carroza.

¿Sería ella?

Si es ella, ¿por qué no lo siento al completo?

Eran unas de las preguntas que no podía dejar de hacerme. Cuando mis ojos volaron al colgante que llevaba en el cuello algo se descolocó, ¿qué hacía con el colgante de Juliette? Entonces la realidad me golpeo, aquella mujer que había visto crecer desde su niñez hasta su longevidad había fallecido, mi amiga Juliette se había apagado. Llevaba tiempo sin verla, por eso esperaba volver a verla, aunque fuese una vez más, pero el destino es caprichoso y no lo quiso así.

Pero entonces algo paso, cuando la hija de Juliette y su marido me invitaron a su casa, ambos lideres del consejo, no dude en aceptar. Necesitaba volver a ver a Adelaida, se había ido de palacio con mucha rapidez, incomoda y seguramente confusa por lo que estaba sintiendo. Y es que cuando llegué a su casa lo sentí por completo, una gran oleada de aromas y sentimientos me abofetearon, viéndola bajar por aquellas escaleras contoneando su caderas.

¡Joder!

Me había costado resistirme a su irresistible aroma, a su esencia.

Ella era mi lazo, mi unión, mi alma gemela.

Sus ojos me miraban intrigada, seguramente confusa por todo lo que estaba sucediendo. Cuando miré su cuello descubrí que, para mi sorpresa, ya no llevaba el colgante de su abuela. Juliette había hechizado aquel colgante para protegerla de cualquier ser con un olfato desarrollado, había escondido su aroma, de todos, de mí.

Adelaida era descarada, insolente, sarcástica, fuerte, curiosa, inteligente, pero lo más importante, era menor, tenia diecisiete años y yo veintiséis años, físicos.

Realmente tenia noventa y seis años, sin embargo, a los veinte seis deje de envejecer pues el gen de vampiro se activó, convirtiéndome en un hibrido. Hombre lobo y vampiro.

Cuando la vi bajar con aquel vestido todo a mi alrededor desapareció y solo existía ella. Mierda, estaba espectacular, radiante y ardiente. Me dejo sin aliento. Aunque la mayor sorpresa que me lleve fue descubrir que la era La Protectora, ella, destinada a acabar con los oscuros. Cuando sentí sus heridas, su rabia, cuando la vi a punto de ser asfixiada por aquella bruja me cabree y mucho, no dude en acabar con su vida arrancándole la cabeza de cuajo.

Un gemido de dolor hizo que bajase mi cabeza. Mi brazo derecho sujetaba su cintura ayudándole a andar. Le mire preocupado, llevaba rasguños y golpes, y aun así se mantenía con la cabeza alta. Podía sentir parte de su dolor. Abrí la puerta trasera que daba a las cocinas de palacio. Sin que nadie nos viese seguimos andando con precaución dirigiéndonos a una habitación donde guardaba una pequeña caja de curas en la estantería. La sala no era muy grande, un sofá y un sillón en frente de una chimenea, con un ventanal tapado por una gran cortina. El fuego estaba encendido, le ayude a sentarse en el sofá. Fui hacia la puerta donde uno de los guardias permanecia.

- Que no entre nadie aquí. – Asintió cerrando la puerta.

Fui al estante donde estaba la caja de curas, la agarre y me senté junto con ella en el sofá. Sus ojos miraban expectantes todos mis movimientos.

- Gracias. – Alce la mirada, pues estaba sacando alcohol para desinfectar, y me pillo desprevenido.

- No tienes por qué darlas, tu habrías hecho lo mismo por mí. – Sonrió, joder.

Pocas veces me había dedicado una sonrisa, y cada vez que lo hacía desmoronaba mi mundo.

- Eso quiero creer. – Dijo bromeando. – En serio Einar, gracias. – La sinceridad de sus palabras y sus ojos me ponía nervioso.

- De nada.

Sus ojos no dejaron de mirar lo míos y viceversa. Quería pensar que ella estaba sintiendo la tremenda conexión que estaba sintiendo yo en este mismo momento. Carraspeo rompiendo el contacto visual mordiéndose el labio inferior.

- Te va a escocer un poco. – Asintió. – Allá va... - Susurré.

Me acerqué con el algodón bañado en alcohol, lo froté con cuidado en sus heridas, cerró los ojos aguantándose el escozor. Suspiro cuando lo separé.

- Si escuece es que cura. – Dijo.

Eso siempre lo decía Juliette.

- Eso mismo decía tu abuela. – Abrió los ojos cuando lo dije, una triste sonrisa asomo en sus labios.

- Ella era muy sabia.

- Lo era. – Sonrió.

Me rasqué la nuca nervioso. Estábamos demasiado cerca y todo mi ser me pedía que me lanzase, que la besase, pero no podía hacerlo. Ella no estaba lista para saber que somos, ella era muy joven. No quería condicionarle a nada, no quería forzar nada.

- ¿Te puedo preguntar algo? – Asentí dejando las cosas encima de una pequeña mesa que había delante nuestro, del sofá. - ¿Cómo controlas tus instintos?

Su pregunta me pillo desprevenido, no me esperaba aquella pregunta para nada. ¿Cómo controlo mis instintos?

- Al principio no fue fácil. Con doce años me transforme en lobo por primera vez, de normal se transforman a los dieciséis, con la primera luna llena después de tu cumpleaños, pero conmigo fue diferente. – Se quito las zapatillas para cruzar sus piernas encima del sofá, mirándome atenta. – Me costó un año controlar mi transformación, controlar la rabia de un hombre lobo es complicado, pues todo se magnifica, y con doce años... ni si quiera eres un adolescente todavía, pero lo supe llevar. – Lleve mi espalda al respaldo del sofá. – El problema vino cuando cumplí veintiséis, esa misma mañana hubo un eclipse, y algo cambio. Sentí como hervía la sangre en mis venas, como algo dentro y fuera de mi cambiaba. El gen de mi padre, el gen vampiro, se había activado y con ello se paralizo mi envejecimiento. La sed de sangre era... insoportable, hice daño a gente inocente, la garganta me ardía cuando tenia hambre y cuanto más me resistía más agonizante era. – Aprete la mandíbula recordando todo mi pasado. – No estoy orgulloso de todo lo que hice, mi tío y luego mi sobrino tomaron el trono de Dagaz por deseo mío. Yo me fui, un viejo vampiro me enseñó a controlar, saber mantener el equilibrio siempre ante cualquier situación. Al ser hibrido, con una botella de sangre sintética una vez a la semana me sacia por completo. – Sus ojos me miraban completamente atentos, procesando toda la información que le había soltado. Le había abierto una parte de mi para ella, y es que poco a poco iría haciéndolo, quería su plena confianza.



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En el texto hay: magos, demonios, hombreslobo

Editado: 26.12.2020

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