Sangre de Hierro - Las puertas del olvido

Capítulo III - Cathy y el atardecer sin sombras

Tiempo para el Impacto:  - 28:00 minutos

 

    El sonido de la cadena y el rodar del caucho de la bicicleta sobre el asfalto crean una nota grave y palpitante con cada pedalear. Catherine, sabe que no está retrasada ni mucho menos, pero le gusta ser la primera en llegar. Es mucho más que puntual y sabe perfectamente cuanto demora desde su casa hasta el punto de encuentro, tiene cronometrado cada semáforo y sabe cómo cortar camino por más de una diagonal para llegar sin detenerse.

   La última semana de trabajo en la Compañía fue agotadora y hoy fue uno de esos días. Más que nunca llegar primera y con tiempo suficiente para recostarse bajo la sombra de los árboles de la Plaza Central no tiene precio. La ciudad es agotadora por si sola, pero el pequeño refugio verde en la jungla de cemento es sorprendentemente calmo y apacible. Los tonos verdes y la luz del sol, atravesando la copa de los árboles, se transforman en un refugio para su mente. Una mente analítica e inquita que rara vez se detiene a otra cosa que no sea pensar.

   Si bien ambos se conocían desde la Escuela Primaria hacía un par de años que no cruzaban miradas. El encuentro con Jonas no era casual. La idea de reunirse con él tenía una mezcla de sabores agridulces, pero no había lugar para las emociones en el corazón de Catherine cuando de trabajo se trataba. Desde que Jonas se había retirado de la cúpula directiva de Elektrina, los laboratorios experimentales sufrieron una gran pérdida de fondos y para continuar con los Desarrollos Sensoriales, como el Sense-A101, su regreso lo significaba todo. Para la compañía y para ella.

   El teléfono celular le suena en el bolsillo. Catherine, sin quitar la vista del tráfico contesta desde el Manos Libres.

—¿Diga?

   El sonido del tránsito se funde con su voz y quien está del otro lado de la llamada no puede oír con claridad, pero ese “¿Diga?” era típico de ella. Atender el teléfono en los laboratorios le había quitado la costumbre de saludar con normalidad, como lo hace todo el mundo. Con un simple «Hola».

—¿Cathy? —

— ¿Max? ¿Amor? ¿Eres tú?

—Sí. Estoy en casa. Pensaba invitarte a tomar algo en playa. Es que… Terminamos antes de lo esperado y pensé que estarías aquí. ¿Dónde estás?

—Me encontraré con Jonas. Creo que volverá a la Compañía o algo así y quiere que dirija una Unidad Especial de Inmersión Parcial. Discutiremos los detalles de manera informal café de por medio.

—Sabes que la idea no me emociona —agrega de malas ganas.

—Iremos al “Central Plaza” el café de la esquina, ¿Nos acompañas? —Catherine lo invita aunque sabe que será inútil y no puede evitar sonreír.

—Olvídalo. Me cambio y me voy a la playa. Te espero donde siempre. No te demores por favor —se resigna.

—Nunca lo hago.

—Lo sé y tu sabes que no me gusta la idea de que te encuentres con él. Menos si van a están solos.

—Tu nunca quieres venir.

—Justamente. Bueno… Olvídalo, no se para que me molesto. —responde desanimado.

—¿Hasta qué hora estarás en la playa? —pregunta Cathy tratando de desviar la conversación.

—Hasta el atardecer, luego me voy con Dash.

—Lleva protector.

—Tu también deberías llevar—responde Max, algo más que irónico.

—Besos Amor —Se despide y corta la llamada evitando la esperada escena de celos.

   Al otro lado del teléfono, Max, había llegado a su pequeño departamento a tres cuadras del mar. Arroja el teléfono sobre la cama. Busca algo de ropa cómoda, se desviste y comienza a cambiarse. Su uniforme cae al piso de manera descuidada. Se quita los borceguíes y comienza a cambiarse de ropa. De espaldas de la ventana, es víctima de los curiosos ojos de una joven vecina. Ella está tomando sol al otro lado de la calle, en el balcón en un edificio lindero. Eleva sus lentes y observa el espectáculo masculino que le ofrecen sin darse cuenta. El cuerpo de Max es el producto del riguroso entrenamiento militar y su vecina no puede evitar mirarlo. De por sí ya es un día caluroso y el torso desnudo de su vecino no ayuda en lo más mínimo.

   De mala gana, renegando entre dientes, Max, guarda los últimos artículos en su morral. Dobla prolijamente el uniforme que había tirado al piso. Alza la vista y se cruza con una foto en la mesa de luz. Es la foto Cathy en una de sus escapadas a Río de Janeiro y no está sola. Está con el Corcovado de Brasil a sus espaldas y abrazada a él. Ambos sonríen y Max recuerda ese momento tan vívido que las imágenes de aquel día pasan frente a sus ojos como fantasmas en su habitación. No hay dudas del amor que se tienen desde el primer día que sus miradas se cruzaron, pero que Jonas esté a solas con ella es una espina difícil de quitar.

   Sacude la cabeza negando lo que realmente piensa. Toma las llaves de su bolsillo y cierra la puerta para alejarse del edificio dejando atrás los pensamientos recurrentes, celosos y corrosivos que se disparan cuando Jonas ronda tan cerca de sus vidas.

 




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