Sangre de Hierro - Las puertas del olvido

Capítulo IV – Max y el calabozo de escombros

... Con la caída del atardecer en las montañas del sur, y anunciado por el graznido de los patos salvajes, el ocaso sumergía a la civilización en la oscuridad y el silencio absoluto, marcando con destrucción el destino del hombre y su civilidad...

 

   Su cuerpo yace boca abajo sobre la arena seca. Su mano está extendida y roza, con las yemas de los dedos, un gran muro que emerge de la tierra.

   A lo lejos puede escucharse el mar, pero la oscuridad no deja ver nada más allá de unos pocos metros, o tal vez menos. El silencio y las partículas en el aire crean un ambiente oscuro pasible y en cierto aspecto aterrador.

   Sus ojos están abiertos, pero él aún no puede ver. Su mente está en blanco, como si una explosión la hubiera obnubilado. Uno a uno recupera los sentidos de manera pausada. Algo le aprieta la mano derecha. Mira en dirección a su muñeca y una imagen borrosa se le hace presente. El cuerpo inerte de una niña yace a su lado y una mujer solloza, deja caer débiles lágrimas sobre el pecho de la pequeña.

—Sarah. Sarah. Despierta por favor. No me abandones.

   La penumbra y el humo no permiten distinguir rostros y la vista borrosa no ayuda en absoluto. Un segundo apretón con fuerza le estruja la mano. Suficiente fuerza como para traerlo de vuelta a este mundo y despertar.

   Un respiro profundo seguido de un fuerte grito rompen el sordo silencio.

 —¡Mamá! —el tiempo se detiene. El corazón de la madre se acelera. Las figuras frente a los ojos de Máximo se funden en un abrazo y rompen en llanto. El silencio ya no es tal. De a poco pueden escucharse quejidos. El crepitar de un incendio y gente corriendo en la arena en todas direcciones.

   En una reacción instintiva, casi tan rápida como la de un relámpago, las figuras frente a Max se alzan y se alejan con temor. Ambas mirando hacia atrás como si un predador las siguiera.

   Debilitado, Max, se pone de pie. Se quita la arena del rostro y observa a su alrededor. Su mente aún no puede armar el rompecabezas de sucesos.

   Un colosal paredón de más de ochenta metros de alto se alza frente a él. Como un inocente niño extiende la mano y al tocarlo un chispazo azul le hace retroceder. Se detiene y observa el muro. Una mole gris rojiza que abarcaba al menos cinco kilómetros de largo está frente a él. Es de aspecto cóncavo y formado por prismas rectangulares que ascienden semi-curvos hacia el interior de la ciudad. Es en cierto punto aterrador, como un puño a punto de presionar una uva, el muro, parece presionar la ciudad. El espesor es descomunal y puede observarse, incluso desde lejos lo descomunal de su tamaño. Esa estructura había protegido gran parte del poblado y fuera de ella permanecía la destrucción acompañada de espesa brisa cargada de polvo y estática que desdibuja el paisaje.

   Las construcciones a la vera de la costa están en pie, pero la devastación fuera de la primera línea de edificios es obvia. A la distancia se divisan varios incendios y algo de humo llega a la costa, arrastrando papeles quemados, cenizas y desolación.      

   Cathy es lo primero que viene a su mente. Necesita saber que ella está bien. Tan solo debía hacer una llamada e iría por ella. Hace una pausa. tantea sus bolsillos. Recuerda «He dejado el celular sobre la cama».

 —Maldita sea. —vocifera por lo bajo.

   A pocos metros, pese a la penumbra, resalta el "Chiringo de Dash", un puesto de bebidas situado en medio de la playa que ha sobrevivido pese a todo.

   Dash es delgado y de pelo largo.  Siempre viste de musculosa, maya floreada y ojotas, aunque el clima juegue en su contra. Tiene aspecto de haber nacido y vivido toda su vida en la playa, o al menos cerca del mar. Es de esas personas que miran el cielo y predicen la tormenta. Pueden saber por la brisa del mar si al día siguiente hará frío o lloverá. Puede mirar la luna y predecir la pleamar. Dash podía predecirlo todo. Pero ese día lo tomó por sorpresa. Tras la explosión quedó tumbado bajo algunos muebles de su puesto de bebidas, Su cuerpo permanece tieso, cubierto de botellas y algunas cenizas que con suavidad se depositan sobre todo lo que permanece estático.

   Max ingresa apresurado al Chiringo. Empuja unas tablas para hacerse paso. Verifica si Dash aún respira y pone su mejilla sobre el rostro del "Surfer" entrado en años. El leve sonido de la respiración le basta y grita con cierta desesperación. Con la misma que un soldado le grita a un camarada caído— Dash. Dash. Hermano, despierta.

   Con los ojos desorbitados e inspirando por la boca tan profundo como se puede, Dash, responde— Santa madre de las olas. ¡Creo que bebí mucho Brho! Juro que no le pondré más alcohol al Daikiri.

—Dash me diste un gran susto hermano.

—Que pasó Brho!

—No lo sé Dash. Parece que gran parte de la ciudad esta devastada. Un muro dividió la costa del mar. Y… hemos estado inconscientes desde ayer.

— Esta vez sí que me excedí. ¡No más Daikiri para ti tampoco Brho!

— Dash ¿Escuchas lo que te digo? Sea lo que sea que pasó, devastó la ciudad. —Max lo toma del brazo y lo ayuda a incorporarse para que lo vea con sus propios ojos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.