Sangre de Hierro - Las puertas del olvido

Capítulo VII – Una persona muy especial

Jonas, Catherine y el escuadrón cruzan un páramo para cortar camino hacia una gran construcción entre las sierras. El sol se está poniendo pero aun se divisa a lo lejos un gran número 7 pintado en azul intenso que decora las puertas del hangar. La estructura está fuertemente custodiada y sus grandes puertas de hierro se pierden en la cadena montañosa. Ubicado al otro lado de la ciudad, el hangar, es una estructura fundida en el paisaje cordillerano. A simple vista uno puede entender que esa construcción es algo más que un bunker y podría soportar un ataque aéreo o incluso nuclear sin siquiera agrietarse.

 

   A los empujones y junto a una manga de personas que se apiñan como ganado, los sobrevivientes, logran acceder a la gran estructura en la montaña. El olor a sudor y sangre invaden el ambiente. La mayoría de los presentes está golpeado o fracturado y los moretones son el menor de los males. Manchas carmesíes invaden el piso y paredes por igual. El recuerdo de la fragilidad está escrito con sangre. Apiñados como animales temerosos miran con recelo. Cada cual cuida el pequeño espacio que ha logrado ganar. Refugian lo que queda de sus recuerdos y pertenencias. Ropas rasgadas y sucias. Piel desnuda y harapos cargados de escombros. Escombros que supieron ser hogar.

   En el desorden los soldados de Elektrina mantienen el control. Guían a los heridos hacia improvisados campamentos de atención. Gritos de dolor. Quejidos. Muerte. Todo forma parte de un caos controlado. Un valet de terror, al compás de los hombres armados.

   Los recién llegados avanzan escoltados haciéndose paso entre la gente. Jonas sabe que el Hangar 7 es el acceso al protocolo 2C. Un refugio capaz de soportar casi cualquier tipo de desastre natural. Incluso humano. Jamás pensó fuera utilizado con esta finalidad. Esta, era la primera vez en tener acceso a las instalaciones en el Sur del continente. El asombro lo invade, pero lo disimula con cara de profesional del póker. Hacía unas pocas semanas había decidido destinarlo al uso como laboratorio experimental para diferentes actividades de desarrollo genético-tecnológico y esa era la razón por la que se encontraba en la ciudad esa semana. Su otra opción era Islandia donde también disponía de instalaciones genéticas, de hecho, una de las más importantes del mundo.

 

   Al llegar al fondo del hangar, una puerta custodiada por varios Vojaks permite el acceso a los laboratorios secretos. Esa delgada línea era el horizonte entre lo mundano y lo superlativo.

—La Señorita deberá permanecer junto a los refugiados. —dijo el enmascarado mientras se quita uno de sus guantes y nos mira a los ojos.

—Vendrá conmigo. —responde Jonas sin preámbulos —Y mi palabra no se discutirá. —concluyó con una sonrisa.

—Lo que usted ordene Señor.

«¿Quién eres Jonas en realidad? ¿Por Qué estos soldados responden a tí como si fueras su jefe?» Pensó Catherine mientras lo analizaba con la mirada perdida.

   «El maldito siempre fue egocéntrico y despreocupado, algo egoísta e inquieto y si bien era influyente, es de público conocimiento que había sido expulsado de su propia empresa por llevarla casi a la quiebra con sus ideas disparatadas y su perfeccionismo absurdo. Desde entonces recorría el mundo en su velero, el único bien al cual no renunció y se había trasnformado en su casa rodante. Los medios se burlaban de él en porque carecía de la fortuna que algún día tuvo y eso lo alejó más de la vida pública hasta transformarse en un vagabundo de altamar. Tal vez le habían quedado unos pocos miles y se los había gastado en seguridad privada. No, pero que tontería. Los rumores seguramente eran ciertos, y volvería a liderar Elektrina, pero como era eso posible si apenas logró que le ofrecieran ser un consultor externo. Como séa, lo conozco y si bien los últimos años nos mantuvimos distantes lo único que puedo asegurar es que que no sabes como funcionan sus ideas, pero sabe llegar a donde quiere ir.»

   Elektrina era un monstruo difícil de dominar. De sólo pensar que Jonas alguna vez lo alimentó con sus propias manos le hace correr un frío por la espalda y la vuelve a la realidad. El hombre que estaba frente a sus ojos ya no era el niño que conoció. No era el adolescente con el que compartía las tardes en la Plaza central y mucho menos el hombre con el que compartió un fragmento de su vida.

   Los soldados en la puerta se hicieron a un lado. El enmascarado puso su mano en un panel de acceso por A.D.N. — Acceso Permitido —recitó una voz metálica—  Bienvenidos a los Laboratorios Experimentales Elektrina. Señor Jonas, Señorita Catherine, Agente 21. Tengan una excelente estadía.

—¿Cómo sabe nuestros nombres? —preguntó Catherine sorprendida mientras se corría un mechón de pelo que le cubría medio rostro.

—Es uno de mis últimos desarrollos. —respondió sin pensarlo.— Hasta hace unos días, la ciudad era nuestro laboratorio experimental. —Jonas Sonrió haciendo alarde de sus logros y continuó.— Es un desarrollo de Software de I.A., realiza reconocimiento biométrico-facial y seguimiento en vivo. Las cámaras de la ciudad hacen el trabajo de seguimiento de todos los ciudadanos y dependiendo de la frecuencia con la que arriban a distintos domicilios o instituciones, se puede deducir a que integrante de la familia corresponde. Un simple algoritmo cruza los seguimientos con bases de datos domiciliarias, compras por Internet, impuestos, escuelas y centros deportivos. De esa manera sabemos quién y donde está cada uno de los integrantes de un domicilio en todo momento. Y es así que encontraremos a Max.




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